Los vecinos la recordarán como la tarde en que, a ritmo de batucada, su pueblo se convirtió por unas horas en Sao Joao y fantasearon con que sa Cala era una extensión de Ipanema y la caipirinha, que no la frígola, era su bebida autóctona. La comparsa de la asociación A Tutiplén fue la encargada de convertir el carrer de sa Cala en un sambódromo. Liderados por David Romano, que además de cantar tocaba un silbato de tres tonos, los 35 componentes de su batería hicieron tronar por esa vía sus surdos, cajas, repiniques, agogós, chocallos, torpedos y tamborines con una composición propia, 'Del compartir'.

No faltaban bahianas ni la portabandera. Pero lo que quitaba el hipo era el movimiento de su passista, Ana Acosta, que portaba una fantasía verde en la cabeza y una sonrisa de oreja a oreja. De casta le viene a Acosta: es uruguaya, pero su padre procede de Brasil. Qué ritmo.

Uno de los miembros más activos de la comparsa fue Germán Pose, argentino de 42 años que se subió al triciclo conducido por Arturo (de la Cicloteca) para hacer sonar desde él su torpedo. Germán dice que fue la batucada la que le hizo pasar de la silla de ruedas (desde que nació, debido a un problema que surgió cuando su madre dio a luz) a las muletas y vivir a fondo cada día: «Lo que Dios me ha quitado de una parte, me lo ha dado en otra con una serie de virtudes», explica. Como la de tocar el torpedo o su tremendo poderío para levantar peso: 215 kilos.

También aportaron su toque de exotismo la suiza Gitta y la danesa Tina, que desfilaron ataviadas con la vestimenta típica del carnaval de Trinidad y Tobago mientras tocaban soca y calypso con dos steel drum (bidones de gasolina) también típicos de esas islas caribeñas.

'Nunca es tarde para brindar' fue otra de las comparsas participantes, 30 «abuelitas marchosas de Freixenet» con coreografía. Pero ganó la de Can Micolau, compuesta por los pollitos de su guardería.

De las dos carrozas participantes ganó una titulada 'Torres i llamps de Balàfia'.