Análisis
El año del chabolismo imparable en Ibiza
El problema de la vivienda en Ibiza ha evolucionado, como era de esperar, hacia una expansión del chabolismo hasta extremos difícilmente imaginables hace sólo unos años.
Ibiza se debate entre dos realidades extremas: el lujo más obsceno y la miseria más descorazonadora conviven en tan solo 572 kilómetros cuadrados. Son dos realidades estrechamente interrelacionadas, pues el éxito de la marca Ibiza como destino turístico único en el mundo ha convertido desde hace décadas a la vivienda en un bien para especular y conseguir la máxima rentabilidad posible, sin que las instituciones -ninguna, nunca- hayan hecho nada por evitarlo. Entre el libre mercado y el derecho a una vivienda digna, este segundo, pese a que es un derecho fundamental amparado por la Constitución, desaparece. La falta de hogares a precios asequibles, tanto para residentes como para trabajadores de temporada, ha derivado en lo que era de esperar: un chabolismo de tales proporciones que ya se ha convertido en un verdadero problema de salud pública, de seguridad para las personas y de urbanismo, ante el que ni los ayuntamientos ni el Consell ni el Govern tienen ni idea de qué hacer. Porque en su gran mayoría no se trata de personas sin recursos, pues muchas tienen trabajo y un sueldo con el que podrían pagar un alquiler razonable; es decir, tienen una vida normalizada, pero la falta de vivienda les ha obligado a cobijarse en infraviviendas.
El desalojo del poblado de Can Rova el 31 de julio, donde vivían centenares de personas, ha sido la imagen más dramática de este fenómeno que se ha extendido por todos los rincones de la isla y que ya afecta a todos los municipios. Este caso es paradigmático, pues reúne todo lo que va unido al problema de la falta de vivienda: la falta de escrúpulos de los se aprovechan de la necesidad y vulnerabilidad de quienes necesitan imperiosamente un techo, aunque sea de lata; la incapacidad de ayuntamientos, Consell y Govern balear para gestionar una situación que se ha desbordado por completo, y frente a la que la respuesta no son únicamente los servicios sociales. Can Rova es también la evidencia de que no hacer nada para solucionar cuanto antes la falta de vivienda en la isla y sus precios disparatados nos conduce al desastre: el chabolismo se expande, se consolida, forma poblados enteros con centenares de personas en los que intervenir es muy complicado.
La entrada de antidisturbios en la finca privada donde uno de los dueños alquilaba ‘parcelas’ para infraviviendas (pese a la oposición de los copropietarios), para sacar por orden judicial a las decenas de personas de todas las edades que se negaban a abandonar sus precarios hogares -por los que habían pagado- es una de las imágenes más impactantes que nos deja este año. El desalojo de Can Rova sin embargo no acabó con los asentamientos: muchos de los residentes se instalaron en un terreno contiguo, bautizado como Can Rova 2. En algún sitio tenían que vivir.
El fin de la temporada reduce el número de personas en infraviviendas pero ya las hay que malviven así durante todo el año. Un fracaso político tremendo que volverá a hacerse visible dentro de unos meses, cuando empiece la temporada. La lucha sin cuartel contra el alquiler turístico ilegal, con el cobro efectivo de sanciones ejemplarizantes, y dar garantías a los propietarios para que saquen sus viviendas al mercado para residentes son claves para tratar de corregir un mercado totalmente roto por la especulación salvaje.
Violencia machista
La falta de vivienda tiene infinidad de repercusiones en la sociedad pitiusa, y una de ellas es la dificultad añadida que supone para las mujeres que sufren malos tratospor parte de su pareja, pues aún les resulta más complicado romper con su agresor. El problema de la violencia machista es una realidad latente, que en pocas ocasiones sale a la luz, únicamente cuando alguna institución publica estadísticas o cuando se produce un caso muy grave del que las policías y la Guardia Civil informan. El último ha sido este mismo mes, cuando un hombre intentó matar a su expareja, que se había separado de él un mes antes y a la que acosaba, y después se suicidó en la vivienda familiar, en la que estaba el hijo de ambos de sólo siete años. Un caso que es la punta de un gigantesco iceberg que permanece oculto pero que nos rodea por todas partes. Dos problemas estructurales, violencia machista y vivienda, que deberían ser nuestras prioridades de cara al nuevo año.
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