Los expertos en mindfulness insisten en la importancia de recuperar la llamada «mente del principiante», ¿pero a qué se refieren exactamente? Al usar esta expresión, hablan de la capacidad que todos tenemos para volver a mirar el mundo como si fuéramos niños, como si nunca hubiéramos visto las cosas antes y no supieramos en qué consisten.

La práctica del mindfulness busca, entre otras cosas, que volvamos a descubrir el presente más allá de las palabras, las etiquetas y los conceptos mentales. De hecho, algunos ejercicios consisten simplemente en observar la realidad circundante como si no la conociéramos. Si ejercitamos este tipo de atención, poco a poco empezamos a observar las cosas como lo hacíamos en la infancia, cuando el mundo aún era un descubrimiento constante, libre de ideas preconcebidas. Cuando incorporamos el mindfulness en la vida cotidiana, algo tan sencillo como lavarse las manos, escuchar el sonido de un coche o degustar lentamente un alimento, pueden convertirse en acciones conscientes que nos ayudan a redescubrir la vida.

Sin embargo, no es sencillo volver a recuperar esta mirada Virgen, debido en parte a que hemos sido entrenados desde niños para acumular información y clasificar nuestras percepciones dentro del saco de lo reconocible. ¿Qué hace por defecto nuestro cerebro con la mayor parte de las cosas que percibe? Etiquetarlas y englosarlas en las categorías de lo conocido. Ponerles nombre, como si un determinado suceso se desarrollase siempre de igual manera. Sonido de coche, afirma nuestra mente al identificar el origen del sonido, y en ese momento deja de escuchar. Pero cada sonido de coche es completamente diferente, y además ese sonido cambia a medida que transcurre, no es estático.

La tristeza es siempre distinta

Lo mismo sucede con las emociones, a las que tampoco escuchamos. Cuando identificamos una emoción en nuestro interior, la llamamos tristeza, alegría o miedo, como si ese movimiento emocional fuera exacto a la última vez que sentimos algo similar. Pero lo cierto es que la tristeza es siempre distinta, cada vez se produce de manera diferente, lo mismo que la alegría, la inspiración, el rechazo, la nostalgia... Estas emociones son mucho más que palabras. Los sentimientos son como canciones, contienen una cadencia, un pico de intensidad y cientos de matices. Sin embargo nuestra mente se empeña en nombrarlas: esto es tristeza, ya la conozco. Por culpa de esa etiqueta automática que surge en nuestro pensamiento, dejamos de atender lo qué está sucediendo realmente, momento a momento. Nos perdemos la vida.

También desatendemos las causas. No escuchamos cuál es el pensamiento que ha provocado dicha emoción, no somos conscientes de que los sentimientos están directamente ligados a los pensamientos. En otras palabras, vivimos sin hacernos responsables de nuestras vidas, negándonos a aceptar que nosotros mismos estamos creamos las emociones por medio del pensamiento. El mindfulness procura un importante desarollo de la atención en este sentido, para redirigir el pensamiento hacia las emociones positivas y la creatividad.

Estas etiquetas repetitivas en las que nuestra mente nos obliga a existir -si se lo permitimos- nos desconectan del presente e impiden que vivamos plenamente, sintiendo lo que ocurre a cada instante. Pero no es sorprendente que vivamos así, dado que nuestra sociedad tiende a premiar a quien que más conoce, a quien más saber ha acumulado. La «mente del principante» no se valora, no está bien vista por la mentalidad occidental.

Sin embargo, no se puede culpar únicamente a nuestra sociedad de esta conducta. Una parte de nosotros, nuestro ego (la proyección que todos hacemos sobre quiénes somos, o sobre quiénes deseamos ser) se resiste a lo desconocido ya que siente terror ante la incertidumbre y el cambio. El ego tiene miedo de no saber qué es lo que va a pasar en el futuro, y por eso intenta controlar la realidad. La meditación es una herramienta infalible para darse cuenta de estos mecanismos mentales.Obsesión por controlar la realidad

Basamos nuestra vida en la búsqueda de seguridades, a pesar de que en el fondo todos sabemos que la seguridad es una falacia: nada es seguro en esta vida. Lamentablemente, esta obsesión por controlar la realidad -en gran parte un mecanismo inconsciente- nos lleva a desatender el presente, a no querer ver el cambio que fluye ante nuestros ojos y en nuestro interior todo el rato. Somos seres en constante transformación, basta con escuchar al cuerpo para darse cuenta.

Un requisito fundamental para iniciarse en el mindfulness (un término anglosajón que ha sido traducido como Atención Plena) consiste en aceptar la incertidumbre, en empezar a reconocer que no sabemos lo que va a pasar. Lo contrario termina por sumirnos en el estrés y en la infelicidad, ya que no es posible controlar lo que solo cambia. El control mental impide que vivamos la vida como la aventura constante que es, y termina por degenerar en adicciones que usamos para paliar el aburrimiento.

El mindfulness ayuda a hacerse consciente de este tipo de conductas, y a reconducirlas por medio de la escucha atenta del presente. Al abrazar la «mente del principiante», es posible empezar a prestar verdadera atención a lo que está sucediendo dentro de nuestro cuerpo y a nuestro alrededor. Cuando salimos de los conceptos y las etiquetas mentales, de pronto empezamos a observar y escuchar la realidad tal cual es. Los sabios de todas las culturas insisten en que la única manera de seguir aprendiendo y de reconectar con el baile de la vida, consiste en salir de la memoria y de los recuerdos almacenados en ella. Cada instante es nuevo y distinto al anterior, la vida no es más que cambio continuo, pero hemos perdido la capacidad de apreciarlo porque vivimos limitados por las ideas preconcebidas.

Al poner en práctica la escucha atenta de la realidad por medio de sencillos ejercicios, es posible recuperar la curiosidad natural y la capacidad de sorprendernos ante la vida... Ésa que todos fuimos perdiendo al entrar en la edad adulta. ¡Bienvenidos a esta aventura!