El cadáver de un hombre desnudo, sin identificar, extremadamente delgado, sin aparentes signos de violencia y sin una pierna (presumiblemente devorada por los animales) fue hallado el pasado domingo por una pareja de senderistas en un paraje inhóspito de Somiedo, cerca de la carretera entre Pola y El Puerto. Precisamente, el poco peso del cuerpo hace pensar a los agentes de la Guardia Civil en la posibilidad de que el hombre hubiera sido retenido antes de encontrar la muerte. No obstante, fuentes cercanas a la investigación no descartan otras hipótesis.

Pasadas las seis de la tarde del domingo, un día soleado con bancos de niebla en el concejo somedano, dos montañeros de León alertaban del suceso. Encontraron el cuerpo sin vida del hombre de mediana edad -entre 45 y 60 años- cerca de un reguero que corre paralelo a la carretera, a un kilómetro de distancia de El Puerto. El cadáver estaba trescientos metros antes de la recta que lleva a este pueblo, donde se cumple el kilómetro 50 de la AS-227. Se trata de un área que los turistas utilizan habitualmente para observar rebecos. Tras los trámites preceptivos, instruidos por el Juzgado de Grado, el cuerpo fue trasladado al Instituto Anatómico Forense de Asturias, donde ayer se le practicó la autopsia, aún sin resultados.

Unos metros más abajo de donde apareció el cuerpo había una manta. Es el objeto que, supuestamente, se empleó para trasladar el cadáver, ya que los agentes consideran que el crimen no se produjo en la zona. El estado de descomposición del cuerpo indica que la muerte no era reciente, aunque sí estaba hinchado. Los investigadores creen que llevaba depositado en Somiedo, como mucho, una semana. Lo que aún no han podido determinar es el número de autores. Debido al poco peso del cadáver -menos de 50 kilos-, podría haber sido trasladado por una sola persona.

El extraño suceso de El Puerto recuerda las novelas negras nórdicas. Un cuerpo sin identificar que aparece misteriosamente en un paraje inhóspito e invernal, por el que ni tan siquiera transitan los lugareños. La zona, entre La Peral y El Puerto, apenas recibe la luz del sol y el terreno, húmedo y blando como la tundra, es atravesado por un reguero donde aún quedan restos de las nieves del mes pasado. El gélido viento azota con fuerza los arbustos de escoba con los que los somedanos cubren las cabañas de teito. La estampa general hiela el alma.