Los "habitantes de las nubes", como se les apoda en ocasiones por su costumbre de habitar en zonas de alta montaña, no recibieron en los medios la misma atención que las víctimas chinas y tibetanas del seísmo, aunque fueron los peores parados por la catástrofe.

Unos 30.000 de los 300.000 habitantes de esta etnia, con lengua, religión y costumbres propias, perecieron en el seísmo del 12 de mayo, que afectó a prácticamente todos los valles en los que los Qiang viven en vecindad con los tibetanos desde hace milenios (áreas de Wenchuan, Beichuan, Maoxian, Lixian y Aba).

El terremoto no sólo diezmó a la población Qiang, que como muchas otras minorías corre el riesgo de desaparecer por la asimilación cultural con la mayoría Han, sino que además destruyó una gran parte de sus "zhai", las fortalezas de piedra características de esta civilización.

Su pueblo más antiguo, Luobo, junto al epicentro del terremoto, quedó destrozado y sus supervivientes, como los de muchas otras aldeas Qiang, habitan ahora en casas prefabricadas.

"Sus templos, algunos de ellos muy antiguos, también quedaron destruidos", cuenta a Efe el mayor experto chino en la cultura Qiang, Li Shaoming, del Instituto de Estudio de Nacionalidades en Chengdu, capital provincial de Sichuan.

Li explica la enorme pérdida no sólo humana sino cultural que supuso para este pueblo el terremoto: entre los fallecidos se encontraban unos 40 "shibi", ancianos transmisores de la cultura y costumbres de un pueblo que no tiene escritura propia (aunque usa la de los vecinos chinos).

"Ahora quedan menos de un centenar de estos 'shibi', y el Gobierno está estudiando cómo ayudarles", explica Li.

Tras meses de dolor y devastación, los Qiang decidieron esta semana darse un soplo de alegría para celebrar como cada año su particular fiesta de Año Nuevo, que ellos conmemoran el primer día del décimo mes según el calendario lunar chino (esta vez la fecha cayó el 31 de octubre).

Junto a las ruinas de Luobo, y ante la presencia de las televisiones chinas, los Qiang cantaron sus melodías tradicionales, bailaron y rezaron, como cada año, por las buenas cosechas, aunque en esta ocasión también dedicaron plegarias para que sus pueblos puedan ser como los de antes.

"Este año también rogamos por que las víctimas descansen en paz y los supervivientes tengan buena fortuna", contaba a los periodistas chinos Ma Qianguo, líder político local en Luobo.

El experto Li afirma que pese al temor que pervive en la zona (los valles montañosos de Sichuan han sufrido miles de réplicas) los Qiang "no quieren marcharse, desean reconstruir sus casas en la zona que habitan desde tan antiguo".

El Gobierno de China ha prometido destinar unos 1.400 millones de dólares (1.100 millones de euros) al programa de reconstrucción y ayuda a esta etnia, a través de proyectos de los que se encargan provincias más ricas del este del país.

Luobo, por ejemplo, está empezando a ser reconstruido por obreros de Cantón, que esta semana aparcaron sus herramientas para celebrar junto a los locales el Año Nuevo Qiang.

Parte del presupuesto de ayuda a los Qiang, contaba recientemente la agencia Xinhua, se dedicará a la construcción de un centro de preservación de documentos de esta cultura, en el que los maestros "Shibi" puedan traspasar oralmente su saber.

El propósito es conservar la historia de unas gentes con fama de "guerreras" que hace siglos llegaron a rivalizar con sus vecinos los Han, al este, o los tibetanos, al oeste, llegando a habitar unas tierras que alcanzaban hasta las montañas Kunlun, cientos de kilómetros al oeste de su emplazamiento actual.

Tradicionalmente, los Qiang, como otros pueblos del suroeste de China, fueron sociedades matriarcales, donde las mujeres se casaban con hombres generalmente más jóvenes que ellas -podían tener varios maridos- y llevaban el peso del trabajo y la economía de la familia.

Las costumbres ancestrales de este pueblo incluyen una fuerte creencia en espíritus o dioses naturales -adoran, por ejemplo, a las piedras-, lo que se traduce en una serie de limitaciones de la conducta, sobre todo para las mujeres.

Así, las embarazadas no pueden asistir a bodas, subir a lo alto de las fortalezas o acercarse a los ríos, y las que acaban de dar a luz tienen prohibido salir de casa en los 40 días posteriores al nacimiento del bebé, por el temor a que los espíritus las "castiguen".