Durante los meses de verano y con una simple mirada hacia el cielo, es visible el planeta Júpiter. Es el objeto celeste más brillante, después del Sol, la Luna y Venus (planeta vecino más cercano a la Tierra). Júpiter es el planeta más grande de nuestro sistema solar y el pasado 8 de mayo se encontró a unos 658 millones de kilómetros de la Tierra, la distancia más cercana debido a la proximidad de su órbita.

Con un sencillo telescopio o incluso unos prismáticos podemos observar Júpiter cuando empieza a anochecer desde cualquier punto de nuestras islas. También con bajos aumentos podemos ver sus cuatro lunas mayores: Ío, Europa, Ganimedes y Calisto, por orden de proximidad a Júpiter. Son unos pequeños puntitos luminosos que podrían pasar por estrellas lejanas, pero llama la atención cómo cambian de posición en cuestión de minutos debido al movimiento alrededor de Júpiter, un hecho que ya llamó la atención de Galileo cuando descubrió estas cuatro lunas. Era 1610 y ello supuso el descubrimiento de los primeros objetos celestes que orbitaban un cuerpo diferente a la Tierra o el Sol.

Entre los satélites de Júpiter destaca Ío, el más cercano, con un diámetro de 3.643 kilómetros (nuestra Luna tiene 3.474 km). Debido a la proximidad al planeta gigante, Ío sufre una gran actividad geológica, la más importante del sistema solar. Esto es debido a la constante tensión entre la atracción gravitatoria de Júpiter y la de sus lunas vecinas. El satélite se estira y encoge continuamente hacia todas las direcciones.

Es esa fricción constante la que provoca un calentamiento que, a su vez, desencadena un vulcanismo de excepcional intensidad. Ío tiene más de 100 volcanes activos en la actualidad, según han atestiguado las sondas espaciales.

Si pudiésemos andar por su superficie cubierta de lava volcánica, veríamos conos y calderas envueltos por una especie de neblina amarilla y rojiza debido al azufre y al polvo volcánico en suspensión. Pero el verdadero peligro serían las eyecciones o chorros de gas y ceniza que son expulsados fuera de Ío. Alcanzan 300 kilómetros de altura, debido a la ausencia de gravedad y a una tenue atmósfera. Por ello ese material sale disparado también a más velocidad que cualquier volcán de la Tierra. Estos chorros o plumas pudieron ser captados a miles de kilómetros de distancia por las sondas espaciales Galileo hacia 1997 (misión espacial que estudió la atmósfera de Júpiter y sus satélites) y por la sonda espacial New Horizons en 2007, que pasó cerca de Júpiter de camino a Plutón. La sonda captó imágenes que corresponden a la erupción del volcán Tvashtar que alcanzó 330 kilómetros de altura.

De la superficie de Ío destaca Loki Patera, el volcán más activo del Sistema Solar, con una enorme depresión central, una especie de lago de lava, en estado activo, de 202 kilómetros de diámetro y de unos 1.000 ºC.

Las esperanzas de que haya vida en medio de esta energía termal y química con volcanes más calientes que en la Tierra son escasas, pues el calor habría destruido hace tiempo cualquier molécula orgánica. En cambio, las miradas se dirigen hacia Europa (el cuarto satélite en tamaño de los galileanos), donde se da por segura la existencia de un océano bajo la gruesa corteza de la superficie. Europa es un firme candidato para albergar vida, pero habrá que esperar misiones espaciales aún en proyecto para obtener información más precisa.