En las orillas de playas y calas, además de guijarros y rocas reducidos a una mínima expresión que llamamos arena, existe todo un microcosmos que, a veces, sólo puede contemplarse a través de un microscopio o con una lupa. Aunque, a menudo, basta con observar de cerca su variada composición. Con las mareas y el oleaje, el mar deja en las orillas minúsculos fragmentos de moluscos, de erizos, de briozoos, de algas calcáreas y, sobre todo, esqueletos de foraminíferos, unos protozoos afines a las amebas que habitan en los fondos marinos o, en menor medida, forman parte del plancton.

Los depósitos de conchas de materiales calcáreos en las playas se identifican por los dibujos curvos, y a veces como electrocardiogramas, que forman sobre la arena más fina cuando las olas los arrastran hasta la orilla. En playas como la de es Cavallet es fácil distinguir los foraminíferos entre esos posos de las profundidades por el color rosa que predomina en esas líneas curvas. Son restos de un foraminífero llamado Miniacina miniacea, que, además de conferir el color rosado a las arenas, es un organismo asociado a las praderas de posidonia. Sobre sus hojas forma colonias de hasta un centímetro que, por su aspecto arbóreo, parecen pequeños corales. El biólogo Xavier Mas destaca que este foraminífero es abundante en Posidonia oceanica, aunque también habita otras zonas y aguas mucho más profundas que aquellas en las que se hallan las praderas.

«Estudiando los foraminíferos que hay en una pradera de posidonia se puede saber en qué estado se encuentra», asegura Mas. «En situaciones de estrés, aparecen sobre las hojas especies oportunistas», por ejemplo. Estos animales unicelulares, a pesar de su pequeño tamaño y las dificultades que tal circunstancia implica para trabajar con ellos, «son buenos bioindicadores, sobre todo las especies bentónicas (habitan en el fondo), ya que tienen un ciclo vital corto y los cambios locales y globales les afectan».

10.000 especies

Se han descrito más de diez mil especies actuales de foraminíferos y se han citado más de 500 taxones para el mar balear, aunque lo cierto es que se recoge esa cifra de trabajos realizados básicamente en Mallorca y, como señala el biólogo Xavier Mas, dar una cifra de especies para animales tan pequeños y que «seguro que aún quedan por descubrir», no aporta demasiada información. Más interesante resulta apuntar la constante presencia de especies como la rosada Miniacina miniacea, a la que el biólogo añade géneros como Quinqueloculina, Globigerinoides y Globigerina. Los protozoos unicelulares de este último género, uno de los grupos más conocidos, complejos y estudiados, son tan abundantes que casi una cuarta parte de la superficie terrestre está formada por lodos de sus restos; la acumulación de sus cadáveres se transforma en fango de globigerinas en las zonas abisales y conforma una enorme porción del fondo de los océanos.

Por otra parte, se han descrito 40.000 especies de foraminíferos ya extintos. Y sus fósiles, tan numerosos como diversos, son de crucial importancia para la Geología y la Paleontología. «Los fósiles sirven para datar con exactitud los periodos geológicos, el paisaje y el clima de aquella época y determinar dónde se encuentran los yacimientos petrolíferos», explica Xavier Mas, que eligió la asignatura optativa de Micropalentología al realizar sus estudios en la UIB. Tal asignatura, por cierto, la impartía Guillem Mateu, quien siguió en Balears los estudios sobre este pequeño mundo que iniciara el también mallorquín Guillem Colom, uno de los pioneros de la Micropaleontología en los años 30 y 40 y que da nombre a la colección de preparaciones micropaleontológicas que puede visitarse en el Museu Balear de Ciències Naturals.

Por tanto, la relación de las islas con el estudio de estos protozoos, que aparecieron en la Tierra hace 500 millones de años durante la explosión de vida del periodo Cámbrico, tiene ya una larga historia. Incluso se describió, hace medio siglo, un género que se bautizó como Pytiusina y que se halló en las margas del Cretácico que conforman acantilados del sudoeste de Ibiza. Los foraminíferos están presentes en buena parte del litoral y sus acantilados y son copiosos en las canteras de piedra marès, formadas en el Cuaternario, todo un registro fósil del que en las Pitiüses se posee mucha más información que la que concierne a los foraminíferos más actuales.

Los foraminíferos son la identidad de las playas, aquello que, más allá del paisaje, las hace de verdad únicas. La autoctonía de la variedad de esta microfauna marcará sus diferencias y, dependiendo de la dinámica litoral, sus ejemplares serán más recientes o más viejos.Gigantes de 20 centímetros

Aunque los foraminíferos son seres unicelulares que suelen ser minúsculos, pueden poseer caparazones con complejas estructuras de cámaras conectadas por poros (forámenes) y algunos pueden alcanzar los veinte centímetros de diámetro, como los del género Acervulina, que ya se consideran gigantes. Se incluyen entre estos gigantes, a pesar de alcanzar pocos centímetros, las orbitolinas, muy visibles en rocas de Cala Molí o Cala Llentia. De hecho, el nombre de esta última cala deriva de la forma de lenteja que tienen las orbitulinas que en ella son frecuentes.

Entre las margas del Cretácico

La relación de las islas con el estudio de estos protozoos, que aparecieron en la Tierra hace 500 millones de años durante la explosión de vida del periodo Cámbrico, tiene ya una larga historia. Incluso se describió, hace medio siglo, un género que se bautizó como Pytiusina y que se halló en las margas del Cretácico que conforman acantilados del sudoeste de Ibiza.