Hace un siglo, entre es Viver y Platja d´en Bossa, se adentraba en el mar un cabo en el que se erigía un molino de viento y en el que destacaba una pequeña rada al sur en la que hallaban refugio los patrones de las barcas de vela y remos que ya entonces solían realizar el trayecto entre Ibiza y Formentera. Hoy la torre del molino está integrada en la piscina del hotel Torre del Mar, hay una playa artificial, en la punta se ha construido una escollera, la bahía ha quedado cerrada y en ella amarran y fondean pequeños barcos particulares. La punta de sa Mata se ha prolongado en sa punta de Baix, que es como se conoce al extremo en el que se halla la escollera, cortada en su inicio de tan curiosa manera que buena parte de ella y de las embarcaciones que se amarran a sus bloques han quedado separados de tierra firme, como una alargada isla de barcas protegiendo la bahía.

La rada es hoy un pequeño puerto de embarcaciones privadas gestionada por una asociación de propietarios. Su presidente, Joan Roig, explica que el boquete en el espigón se abrió por decisión de técnicos del Ayuntamiento que creyeron que, de esta forma, se evitaría la acumulación de hojas muertas de posidonia y lodos en la pequeña playa, que tuvo que ser dragada a inicios de los 90 por el mal olor y las quejas de hoteleros y vecinos. En realidad, Roig asegura que el efecto es el contrario, «porque cuando el temporal viene de La Mola, de Formentera, el alga entra por ese agujero y se queda dentro de la bahía». Joan Roig recuerda que él llegó con su embarcación al puerto hace poco más de cuarenta años. Entonces ya existía la escollera y otros patrones dejaban ahí sus barcos, pero aún tardaría unos años en existir la asociación con la que, ahora, los propietarios defienden ante el ayuntamiento su derecho a seguir en el lugar.

«La intención era sacarnos de ahí»

Rememora Roig los meses en los que se estuvo regenerando este improvisado puerto y a un comandante que ayudó en el proceso, «que venía con la patrullera para controlar cómo se hacían los trabajos y que al final coordinaba cómo se iban situando las embarcaciones para permitir trabajar, por zonas, a la draga pequeña que trajeron. Si no hubiera sido por él nos habrían obligado a sacar todos los barcos, porque la intención era sacarnos de allí y no dejarnos entrar más». El militar al que se refiere es Juan Antonio Muñoz, que fue segundo comandante de la Comandancia de Marina de las Pitiüses y que, no mucho después del dragado de sa Punta de Baix fue herido, en junio de 1992, en un atentado de ETA.

Los barcos no abandonaron el puerto y hoy hay algo menos de una cincuentena. Todos sus propietarios forman parte de la asociación y pagan, al hacerse socios, una «cuota voluntaria» de cien euros, dinero que reservan por si hubiera que costear pleitos «con el Ayuntamiento o con Costas» si algún día decidieran, finalmente, echarlos de la bahía.

Con ese dinero también se pagan las boyas numeradas que recibe cada nuevo socio para instalarse en la rada. Y todos son conscientes de que tal desembolso no les da derecho exclusivo sobre el uso del puerto, que «si un día llega alguien con su barco y su 'muerto' y se mete allí, nosotros no podremos impedírselo». El problema, sin embargo, es la posibilidad de que, un buen día, el Ayuntamiento decida desmontar el improvisado espigón y echar los barcos de allí para que la playa sea usada por los bañistas, principalmente turistas de los hoteles cercanos, cuyos responsables son quienes, a lo largo de los años, han reclamado a las instituciones el privilegio de la playa.

La playa que no existía

La playa, por cierto, no existía hasta hace casi tres décadas, cuando la bahía refugio se cubrió prácticamente entera de arena, desde el muelle de las barcas turísticas de Formentera que cierra el puerto por el sur hasta los escollos de sa punta de sa Mata. Antes de eso, el mar llegaba hasta los cuatro o cinco metros de hierba que actualmente pueden verse a los pies del muro del hotel Torre del Mar. Y, desde que se convirtió la zona en playa y con el paso de los años, el oleaje ha ido devolviendo, paulatinamente, la arena al mar, dejando más espacio a las barcas.

La escasa profundidad de la ensenada solo permite que fondeen en ella embarcaciones de muy poca eslora, aunque Roig explica que hay «dos o tres» veleros pequeños a los que les han cortado la orza para poder amarrar en el lugar. «Más de un barco ha quedado aquí encallado en la arena», afirma Roig.

La punta de sa Mata, el punto de la costa más cercano a s´Illa de ses Rates, es la frontera entre es Viver y Platja d´en Bossa. Y su nombre se repite algo más al sur, en el extremo que cierra la citada playa; la punta de sa Sal Rossa también se conoce como punta de sa Mata.