No todas las almendras son iguales. Para empezar, en su estado silvestre y si el almendro no fuera cultivado, prácticamente todas serían amargas y, por tanto, todas tendrían tanta cantidad del compuesto que crea el ácido cianhídrico (el cianuro que usaran los nazis en las cámaras de gas) que no podrían comerse sin envenenarse. Fue el hecho de que en la naturaleza se encontraran, ocasionalmente, algunos árboles con almendras dulces lo que llevó, por un proceso de selección de estas variedades comestibles, hacia los cultivos actuales. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las almendras tiernas, aunque sean de la variedad dulce, también contienen dosis importantes de amigdalina, el glucósido que puede liberar ese mortal cianuro.

Y más allá de la distinción entre amargas y dulces, existen en las islas decenas de variedades de almendra con nombre propio que complican la cuestión hasta el punto de que resulta arriesgado ofrecer un número concreto de los ecotipos de este fruto existentes en los campos pitiusos. En el libro de 1907 ´El almendro y su cultivo en el mediodía de España e Islas Baleares´, de Pedro Esterlich (agrónomo provincial de Balears), se recogen 384 variedades en Mallorca y se describen ocho del tipo mollar originarias de Ibiza.

Josep Lluís Juan, técnico de Promoción Agroalimentaria del Consell de Ibizae integrante del grupo de trabajo que se ha creado en la isla para recuperar el almendro, explica que las almendras mollar «eran, antiguamente, las más importantes, aunque la verdad es que hoy estas variedades están en declive. De ellas ya hay referencias escritas en 1840». La almendra mollar (nombre que hace referencia a que la cáscara es blanda; molla en ibicenco) es conocida también como fita, y en el citado libro se usan los dos nombres y el de fita de Eivissa, porque «se tiene en estima y es base del cultivo en la isla de Ibiza, donde se paga mucho más cara que la almendra ordinaria».

La frontera de Sant Rafel

La frontera de Sant RafelEl autor destaca y recomienda la mollar blanca, que aunque presente en Mallorca, «en Ibiza hay la verdadera», y a la que también denomina reina blanca. Cita, asimismo, como procedentes de Ibiza, la avellana, la mollar de canal, la pico de cuervo y la princesa. Y una en especial que los mallorquines llamaban ervisenca y que se ha descubierto, con pruebas genéticas, que era la misma a la que hoy conocen como pons en muchos lugares de Mallorca.

Un siglo después, las variedades ibicencas siguen teniendo sus particularidades. La más curiosa es la que marca una frontera en Sant Rafel. «Al Norte se conocen unas variedades y al Sur otras», cuenta el técnico del Consell, que añade, como ejemplo, «que la variedad pau está muy valorada en la isla y es muy común en el Norte desde hace mucho tiempo, pero en la zona Sur no se encontraba hasta hace veinte o treinta años». En Corona hay plantaciones de pau y fita, «pero además hay espineta, que no se conoce fuera del Pla de Corona».

Todos estos ecotipos se distinguen y clasifican en función de la dureza del endocarpo (la cáscara). Son duras las que necesitan un martillo o un cascanuces para partirlas, son semiduras las que se pueden partir con los dientes y son blandas las que se pueden abrir empleando simplemente los dedos. Y lo cierto es que estas variedades agrarias pueden crecer en número tanto como fincas haya. «Con el tiempo, se han ido filtrando las más buenas», indica Josep Lluís Juan. En un estudio del Grup Leader, se identifican hasta veinte variedades: bernardina, gall, desmayo, marcona, fita, pau, patrona, fita prim, naranja, fita roig, pueta, mollar blanca, mollar blanda, mollar de Can Joan, mollar de pera, pujoleta, mollar punta, mollar redó, mollar roig, bec de corb y mollarica (llamada también mollareta o cáscara de papel) .

De 3.000 a 70 toneladas en medio siglo

De 3.000 a 70 toneladas en medio siglo

En los años 60, en ´La agricultura en Ibiza´, una publicación de la Cámara de Comercio, Juan María Serra Ubach hace referencia ya a cinco de esas variedades pitiusas: fita, mollar, dura, pau y mollarica. Además, sitúa la producción de almendra en tres mil toneladas. «Ahora», lamenta Josep Lluís Juan, esta cantidad «no llega a setenta». A este respecto, el técnico, que especifica que en el Pla de Corona se cultivan 250 hectáreas de almendro, asegura que los árboles de la isla «están en el límite de su vida útil».

Son almendros centenarios que ya no tienen una gran producción, «y el mayor problema es que sus cuidadores, la gente mayor, payeses que ya tienen 80 años, son los que se van. Cada uno de ellos que se va, son diez hectáreas que desaparecen porque se sejan de cuidar». Con este panorama de entrada, la mesa de trabajo creada para recuperar el almendro ibicenco tiene entre sus objetivos lograr que la almendra ibicenca sea rentable para nuevos payeses, recuperar las variedades tradicionales y renovar las plantaciones. De momento, se han repoblado dos hectáreas de almendros, las primeras plantaciones que se realizan en cuarenta años y un primer paso en la recuperación de este emblemático árbol que los fenicios introdujeron en las Pitiüses. En las islas, según el estudio del Grup Leader, los almendrales florecen entre quince y treinta días antes que en la Península, y su floración se adelanta año tras año.