Aunque las paredes de piedra seca son determinantes en la arquitectura rural de nuestras islas, configuran, identifican y humanizan la geografía interior, crean paisaje y son un indiscutible valor patrimonial, su lamentable estado nos descubre que no reciben la atención que merecen. La falta de mantenimiento es la causa de que, poco a poco, según pasan los años, los viejos muros se desmoronen y vayan despareciendo. Las piedras caídas junto a las paredes semiderruidas han dejado de sorprendernos y no parece importarnos ni mucho ni poco. Me consta, incluso, que ese mismo olvido, -perdida la función que las piedras tenían en la retención de bancales que hoy son rastrojeras, en la delimitación de fincas que hoy tienen otros sistemas de demarcación o que se levantaban en el familiar tancó para retener el ganado-, facilita que, de manera irresponsable, algunos aprovechen en otros menesteres las piedras caídas. Y con ello no pretendo mitificar tales muros de los que, por cierto, en ocasiones se han hecho comentarios tan voluntariosos como falsos, caso de atribuirles un origen remoto que no tienen. Conviene protegerlos, por supuesto, pero tienen valor en sí mismos y no necesitan que les montemos historias.

Un detalle que conviene tener muy en cuenta es que estos muros no existen sólo en Ibiza. Los encontramos en todos los pueblos mediterráneos, particularmente en geografías de relieve accidentado en las que convenía crear, con fines agrícolas, bancales en las laderas de las colinas. Los he visto en Grecia, en Sicilia, en Italia, en Túnez, en Marruecos, en la Provenza y, en nuestro país, lo mismo en las tierras andaluzas que en el Cap de Creus. Josep Pla habla de ellos con admiración cuando describe los insólitos retales de tierra que se solapan en las acusadas pendientes que bajan a la bahía de Cadaqués: «Les feixes, els marges, els plans de terra superposats als vessants dels pujols i mantinguts per parets seques interminables, formen un inmens jardí de pedres admirablement cultivat i ben tingut, d´una col·loració plàcida i suau, d´una atracció fascinadora i una mica misteriosa, d´una puresa i una simplicitat bíbliques».

Una sandez

En cuanto a la cuestión que al principio planteábamos sobre su origen, suele decirse que «molts d´ells ja els feren els moros». Hay quien afirma, incluso, que ya existían antes de la ocupación romana, lo que, con perdón, es una sandez. Es como decir -y se dice- que algunos de nuestros olivos son milenarios. Por Diodoro Sículo sabemos, eso sí, que hace más de dos mil años en Ibiza ya teníamos «olivos injertados en acebuches». (Historicon Bibliotheke, V, 17); y que de los frutos de los ullastres reconvertidos se obtenía un aceite ´pobre´ que se utilizaba como combustible en los candiles y con fines medicinales, pero lo cierto es que los olivos que vemos hoy, lejos de se aquellos, se plantaron mucho después y, como mucho, no superan los 300 o 400 años. Traigo a colación lo del olvido porque con las paredes de piedra pasa lo mismo. No cabe duda alguna de que el viejo mundo levantó muros similares, paredes de piedra, sobre todo, para retener el ganado, pero no en la medida que tenemos hoy en la que llamamos ´civilización de las terrazas´, una cuadriculada geometría rural que se configuró, sobre todo, a partir el siglo XVII.

Que yo sepa, en Ibiza no existen estudios que permitan datar con exactitud nuestras paredes de piedra seca, pero los tenemos en Mallorca y no existen motivos para pensar que en las Pitiusas se dieran en fechas diferentes a las documentadas en la isla mayor. Alomar comenta que marges que se creían muy antiguos ha resultado que los había levantado la generación anterior a los octogenarios que hablan ahora de ellos.

Del mundo antiguo

En la Liguria he oído afirmar a un payés que las terrazas de piedra nos vienen del mundo antiguo. La realidad, sin embargo, es distinta. En la vecina Mallorca, como ya he dicho, el origen de tales muros está perfectamente estudiado. En su día se creó, incluso, una Escola de Margers que todavía existe para recuperar las técnicas de construcción de aquellas paredes que, con toda seguridad, se levantaron a partir del siglo XVII y, sobre todo, en el siglo XIX y principios de siglo pasado. Fue entonces cuando se empezó a desnudar el sotobosque para sacarle partido. Con mucha paciencia y poco esfuerzo económico, porque sobraban piedras y no se utilizaba mortero, se fueron levantando los muros que vemos hoy. Es significativo, por ejemplo, que el Archiduque no diga nada en Die Balearen sobre la extraordinaria concentración de paredes que Mallorca tiene en el conjunto monumental de ´la Trapa´, siendo, como era, tremendamente detallista en sus descripciones. Su silencio sólo puede responder a que las paredes que ahora vemos allí no estaban cuando, a finales del siglo XIX, visitó la isla.