Rosa Escandell asegura que la longevidad de su tía Maria Serra se debe a su «buen carácter y a que es muy optimista», mientras que la homenajeada por su centenario añade que también ayudan «las ganas de vivir». No es la única de la familia que puede presumir de una sana y formidable longevidad, puesto que su hermana Antònia, con sus 95 años, al principio es confundida por otra sobrina. «Dentro de cinco años, cuando yo cumpla los cien, podéis volver para mi fiesta», bromea Antònia, junto a Maria, la única superviviente de los cinco hijos que tuvieron los últimos molineros de es Molins.

Hay otra sobrina en la sala preparando la fiesta de cumpleaños que se celebrará por la tarde, a la que han invitado a la familia y vecinos. Se trata de Fina Serra, que sorprende con un acento mallorquín «que no se pierde ni en 43 años».

Fina es hija de la hermana de Maria y Antònia que abandonó Can Fèlix para vivir en Mallorca, donde ella nació. Pero las raíces ibicencas le tiraban demasiado: «Vine para dar a luz a mi hija, porque toda mi familia la tenía aquí, y ya llevo 43 años esperando a volver a Palma».

Fina, ahijada de Maria, aporta otras claves para explicar el secreto de su madrina y su tía: «No han tenido hijos y les ha gustado mucho salir, no se han privado de nada y los domingos todavía nos vamos toda la familia a comer fuera». Con el carácter festivo de esta familia, no es de extrañar que el único hermano varón de Maria y Antònia, Juanito, fuera el fundador del Mar Blau, una mítica sala de baile al aire libre que ofrecía conciertos y actuaciones en la década de los 50 y hasta mediados de los 70.

Mar Blau

Aunque la sala de fiestas compartía nombre con el hostal Mar Blau y se encontraba a sus pies, éste fue construido por otra parte de la familia que compró los terrenos a Fèlix, el molinero. En cambio, para crear la sala de fiestas junto al molino se aprovechó «la cueva donde estaban las cabras». «Se arregló para crear la pista de baile y los camerinos, pero, al principio, las cabras volvían allí tras pacer, como si sintieran que eso era suyo», rememora Antònia.

Mientras que Antònia trabajó en la sala de fiestas vendiendo entradas, Maria la pudo disfrutar plenamente. «Nos divertíamos mucho allí y yo podía ir casi cada día con mamá, que ya estaba viejecita», evoca Maria. «Nos sentábamos en el palco a ver las actuaciones y cuando llegaba mi marido a casa, que trabajaba de taxista, no me encontraba y también venía aquí a pasar la velada». «Todos los jueves se ofrecían actuaciones, también ball pagès y encima nos invitaban y no pagábamos nada», recuerda alegremente Maria, que llegó a disfrutar de las actuaciones del Dúo Dinámico o de Sara Montiel.

El ramo de Sara Montiel

El día que actuó la manchega, Fina ya había abandonado Mallorca para dar a luz a su hija en Ibiza, que llegó al mundo ese mismo día. Sara Montiel hizo llegar a la parturienta uno de los ramos de flores con que le obsequió el público ibicenco, además de una foto dedicada para su hija.

Cuando un siglo atrás Maria llegó al mundo, también era un día con espectáculo. «Mis padres se iban a disfrutar el carnaval, pero tuvieron que dar media vuelta porque yo quería salir». La madre de Maria era de Sant Rafel, «de sa Fita», lo que provocó algún problema para el vilero que la cortejaba. «Como la gente de Sant Rafel no quería que un vilero se quedara con una de las chicas del pueblo, mi padre hizo la fuita con mi madre». Es decir, una huida pactada para poder casarse.

Así, el hermano de la moza de Sant Rafel accedió a bajarla escondida en carro hasta Can Fèlix. «Mis abuelos de Sant Rafel no sabían nada y, al despertarse, se encontraron con que su hija ya no estaba en casa». «Después ya pudieron hablar para arreglar la boda».

Maria fue la primera hija del matrimonio, con lo que ya desde su infancia tuvo que cuidar de sus hermanos, a los que hacía vestidos, al igual que a su madre y vecinas, gracias a su destreza con la costura. Como buena parte del año sus padres debían trabajar en el molino, siempre que hubiera viento, también le tocó cuidar de los frutos que daba Can Fèlix, sólo de secano: almendras, aceitunas, higos, higos chumbos «y también algarrobas, que nos pudieron alimentar durante la guerra y que se llevaban muchos soldados para comer».

Las cabras que había en Can Fèlix también sirvieron para alimentar a Maria cuando era bebé. Según revela su hermana Antònia, su madre «no tenía leche cuando ella nació» y a veces recurrían «a una dida que tenía un niño aquí al lado, pero sobre todo a las cabras».

Cuando no tenía que ayudar en las labores domésticas, de niña Maria podía asistir durante el invierno a clases «con una maestra catalana que vivía junto a la Peixeteria Vella, doña Marieta». Allí inició su afición por la lectura, que la lleva a devorar aún hoy la prensa diaria y muchas novelas, pero esa pasión no se extendió «a las cuentas y a escribir», bromea.

La jovialidad de Maria sólo se desvanece cuando revive las desgracias de la Guerra Civil, ya que le tocó sufrir los estragos de la Columna Bayo-Uribarri a escasos metros de su casa. «Pasamos mucho miedo, sobre todo cuando tuvimos siete barcos aquí delante bombardeando el castillo y las murallas». «Los milicianos eran muy brutos y tiraron la cruz blanca que había en el camino de es Soto». «La noche de la matanza del Castillo tuvimos suerte porque estábamos refugiadas en la casa de los abuelos en Sant Rafel», recuerda Maria.

Tras la Guerra Civil, el Molí d'en Fèlix ya jamás volvió a moler ningún grano.