El dominio desmesurado que en Ibiza han tenido y todavía tienen los bosques de coníferas en relación a los campos dedicados a la explotación agropecuaria no justifica que en los últimos tiempos hayamos tenido una cabaña manifiestamente pobre de ovejas y cabras. Sabemos que no siempre fue así. Las fuentes clásicas subrayan que en la Ibiza púnica y romana existió una auténtica industria de la lana: «Entre todos los productos que encontramos en la isla llamada Pitiüsa, sobresale la lana que es muy abundante y especialmente apreciada por su suavidad». (Diodoro Sículo. Hist. Bibl. V, 16).

Esta antigua noticia casa bien con los comentarios que nuestro principal experto en estos animales, Antoni Pedro Marí, hace en ´Races autóctones de les Pitiüses´. Por él sabemos que la oveja y la cabra de Ibiza y Formentera están entre el reducido grupo de animales domésticos que han preservado señas de identidad propias. Cosa distinta es que sean pocos, no más de trescientos, los ejemplares que hoy conservan los parámetros morfológicos y la especificidad que tenían sus ancestros hace dos mil o más años. Esta dilatada supervivencia racial -hoy amenazada- sólo puede explicarse por un doble motivo: por una parte, el aislamiento insular habría dificultado durante siglos los cruces con razas foráneas y preservado sus características originarias; y en segundo lugar, la población ovina tuvo que ser necesariamente numerosa, pues hoy sabemos que la especificidad racial acaba desapareciendo por debajo de determinado número de animales reproductores.

Excelente lana desde Diodoro

En todo caso, sorprende positivamente constatar, como dice Pedro Marí, que, en estos contados ejemplares que nos quedan, la lana mantiene la excelencia que ya comentaba Diodoro: «Les ovelles eivissenques són animals molt primitius, (€) La seva llana és de fibra gruixuda i llarga, per davall de la qual hi ha un altra estrat de llana més fina i més curta (€) Aquestes llanes són especialment atapeïdes en Formentera, on es fan jerseis de gran qualitat». De todo ello concluimos que las primeras poblaciones ovinas tuvieron que ser importantes para justificar el comentario elogioso que las fuentes clásicas hacen de la producción y calidad de sus lanas.

El escaso peso que en nuestras islas tiene hoy la explotación pecuaria, su carácter minifundista que no contabiliza más de 9 o 10 animales en las casas que todavía los tienen y la selección artificial que por razones comerciales ha cruzado nuestros animales con especies de fuera de la isla, explica que la cabaña autóctona pitiüsa esté hoy en vías de extinción. Desde esta circunstancia crítica es difícil -por no decir imposible- imaginar los rebaños de ovejas y cabras que en otros tiempos pudo haber en nuestras islas. Y sin embargo, es un hecho que no debería extrañarnos.

Aprovechamiento intensivo

Entre otras cosas, porque tenemos sobrados ejemplos del aprovechamiento intensivo que, en nuestras islas y por necesidad, hizo el viejo mundo de la agricultura y la ganadería. Sabemos que los bosques eran objeto de una explotación intensiva pues de ellos se obtenía madera para la construcción y los astilleros, leña para alimentar los hogares y los hornos de cal, carbón y brea, además de carrasca, resinas, etc. Las zonas boscosas, por tanto, explotadas de forma intensiva, eran sensiblemente menores a las actuales y ello liberaba más tierras de las que vemos hoy para la explotación agrícola y ganadera. Esta situación es la que, con un turismo menos depredador que el nuestro, tuvo y todavía tiene Menorca, la menor de las ´Gimnesias´ de la que Diodoro dice que tenía «mucha y variada ganadería». La industria quesera menorquina de hoy, sin ir más lejos, es una prueba de que en aquella isla la explotación pecuaria no ha mermado como lo ha hecho en la pitiüsa.

Dicho esto, si tenemos en cuenta que Ibiza es la isla del archipiélago con más aguas subterráneas, no es descabellado pensar que en la antigüedad pudo tener pastos sobrados para alimentar a una cabaña significativa que ahora no somos capaces de imaginar. No es un caso único. Tampoco sospechábamos, como recientemente ha sacado a la luz la arqueología, que eran muchas las hectáreas que nuestros primeros ancestros dedicaban al cultivo de la vid.

Sucede que con frecuencia olvidamos que los púnicos, además de buenos comerciantes, conocían y explotaban el agro como pocos pueblos. Lo prueba el Tratado de Agricultura de Magón que ya en los tiempos antiguos fue una obra de referencia. Y no se quedaban atrás los árabes, que nos legaron toda una riquísima cultura del agua en pozos, molinos hidráulicos, aljibes y norias. Sería muy extraño, por tanto, que en tales contextos no existiera una importante cabaña ovina de la que hoy, lamentablemente, sólo podemos hacer conjeturas.

Lo cierto, como apunta Pedro Marí, es que estos animales de marchamo pitiüso son ´arqueología viva´ y están «íntimament lligats a la cultura i a la tradición de les nostres illes (...), perfectament adaptats al seu medi físic i són molt capaços de viure prácticamente sols, amb una participació escassa de l´home». A partir de aquí, es evidente que la desaparición de estas antiquísimas razas, si se produce, supondrá para nuestras islas una incuestionable pérdida patrimonial, no sólo por lo que en sí mismos han significado y significan estos animales, sino por todo el universo arcádico que materializa su presencia en nuestros campos. Cuando vemos un pequeño rebaño pastando en un olivar, nuestro espíritu se relaja y sabemos que estamos frente a una estampa esencial del Mediterráneo que en nada difiere de la que nuestros antepasados veían hace dos mil años.