El 11 de enero por la noche, hace justo un mes, las trabajadoras de la Librería Vara de Rey recibían, como un mazazo, la noticia: el 10 de febrero se cerraba el negocio. La propiedad alegaba dos motivos: la jubilación del propietario y la bajada de ventas de periódicos y libros, precisamente las causas que este sábado aparecían escritas en una pizarra a la entrada del local.

Este sábado, centenares de personas pasaron por el establecimiento tanto para despedirse de los dueños y, cariñosamente, de las empleadas, como para aprovechar la liquidación al 50% de todo lo que contenía, tanto de los libros como de los juguetes y material de papelería (uno se llevó una librería como recuerdo, regalo del propietario). El cartel con tamaño descuento lo colocó el hijo del dueño nada más abrir la tienda, pero la voz se corrió rápidamente por las redes sociales.

La afluencia fue tan masiva que desde las 13 horas se formó una cola para entrar -en la que a veces hubo hasta 50 personas esperando- que prácticamente se mantuvo hasta que, a las 21 horas, el negocio cerró definitivamente sus puertas después de permanecer 43 años abierto.

A mediodía, Begoña Roig hizo cola (que serpenteaba por cada rincón del negocio) durante hora y media para pagar los nueve libros y el curso de árabe que había encontrado en las estanterías, que con el paso de las horas se fueron vaciando. Los volúmenes se los llevaban de diez en diez. «Cada uno mira por su bien y prosperidad, pero es una pena, apenas quedan ya librerías», señalaba Roig, que apuntaba cuál podía ser una de las causas del cierre: «Al final, todos tiramos de Internet para comprar libros. Quien diga lo contrario, miente. Yo pedí aquí unos libros para la Escuela de Idiomas y me dijeron que tardarían unas tres semanas. En dos días los tenía en casa gracias a Amazon».

«He visto la tienda muy llena en otras ocasiones, en las épocas buenas. Pero nunca la había visto como hoy», señalaba Pepi, dependienta que trabajaba allí desde 1978. Está en shock desde que le comunicaron que echaba el cerrojo, hasta el punto de que ni siquiera ha distribuido su currículum en otros negocios, al contrario que alguna de sus compañeras. Pepi, que tiene 58 años, no paró de enjugarse las lágrimas durante toda la mañana, tampoco de recibir abrazos, besos, palmadas y gestos afectuosos. Y no fueron pocos los que se hicieron selfies con ella o con el resto de trabajadoras.

Adiós identidad

«Estamos perdiendo la identidad a golpe de talonario», clamaba Toni Costa a la entrada de la librería, pues cree, como muchos de los que se despidieron este sábado de ese local tradicional (el enésimo que clausura sus puertas en los últimos años), que en breve se instalará allí alguna multinacional, un paso más para que Vila sea una ciudad genérica, sin nada que la distinga de Barcelona, Mérida, Salamanca, o Cádiz: signo de los tiempos, todas tienen como denominador común las mismas marcas, las mismas tiendas, los mismos cafés. A sus puertas, un conocido constructor apuntaba con el dedo a un inmueble situado a solo 10 metros y ya vetusto que se vende por 750.000 euros. Él vendió uno muy cerca por medio millón.

Dos esquinas mas allá, ofrecen un millón por otro. En una oleada de especulación sin límites, los alquileres se han disparado en la zona: pocas son las tiendas que no pagan de 4.500 a 6.000 euros al mes. Y esos son los antiguos, porque ya las hay que abonan 12.000 euros. «Esto se ha desmadrado», afirmaba, al frío raso, Joan Riera, propietario de Ca n´Alfredo y vicepresidente de la Pimeef. A él le han tentado, pero de momento ha dicho que no. Vender, nunca, pero alquilar, depende.

No está dispuesto a traspasar su negocio a nadie por esos alquileres salvajes. La razón: «Porque dudo de que luego me paguen». Cree que, en pocos años, muchas de las nuevas tiendas del paseo cerrarán porque «no hay negocio que soporte esos precios». ¿Cuántos cafés tendrá que vender Starbucks en verano para compensar los costes?, se preguntaban este sábado muchos de los clientes que pasaban por Vara de Rey y que sospechan que la cafetería abrirá por allí en breve una sucursal. En verano, porque en invierno, ni siquiera el Hard Rock Café abre.

El hotelero Pere Matutes, vecino de la zona, cree que buena parte de la culpa la tiene la peatonalización del paseo, que ha provocado «la desertización de la vida comercial», tal como, a su juicio, ocurrió en la plaza del Parque, «donde antes había peluquerías, tiendas... Ahora sólo hay allí bares». Son negocios de «actividad intensiva», la de los dos o tres meses estivales. Después, esas calles son un páramo. «Se ha roto el equilibrio que había», critica.

Tanto Matutes como Mari Luz, otra vecina, cuentan lo mismo: «Sales a tirar la basura y ya no ves a nadie». La zona «está triste; la peatonalización ha sido un desastre». Mari Luz se despedía este sábado de Pepi, a la que veía sábados y domingos cuando iba a comprar el periódico, y los miércoles, cuando recogía el Hola.

A Juan Antonio Torres le ha sentado «fatal» el cierre. Este sábado se despedía de las dependientas en las páginas de este diario, pero también fue a verlas. Teme que, debido a las causas alegadas por la propiedad, reciban una indemnización escasa. Según Torres, la apertura de esta librería a mediados de los años 70 fue un salto de calidad en Vila: «De repente, parecía una ciudad».

El negocio empezó con un kiosco situado frente al Montesol, «pero vistos los buenos resultados, pronto fue inaugurada la tienda». En sus mejores tiempos, «vendía 200 El País al día; ahora se ve que sólo una veintena», detallaba. Antes que Vara de Rey, en los 60, existía la librería Villar, situada, según Torres, en la calle sa Xeringa: «La llevaba un salmantino casado con una ibicenca. Vendía los libros prohibidos bajo mano». También cerró.

Por la colas formadas (en algunos rincones había que abrirse paso a codazos) y por la cantidad que cada cliente llevaba encima, bolsas llenas, está claro que el problema no es que se haya dejado de leer libros, ni siquiera periódicos. Por ejemplo, desde hace lustros era habitual ver a Joan Marí Tur, exconseller de Cultura, salir cargado de allí con, al menos, «cinco periódicos», costumbre que no ha perdido hasta la actualidad: «Es una lástima. Ha sido una empresa modélica que nos ha abastecido de cultura durante las últimas décadas, pero, como tantas otras cosas, se nos va», comentaba este sábado a la entrada, poco antes de darse la vuelta al percatarse de que, de adquirir el diario, tardaría 90 minutos en salir de allí. «Me gusta leer los periódicos en la cama por Internet, pero luego tengo la costumbre de venir aquí a comprarlos», explicaba.

«Me han fastidiado. Era un lugar emblemático», decía Enrique Climent, responsable de la Cruz Roja local, que teme que el nuevo negocio no tenga unos dependientes «tan atentos como los que había aquí». Y que el café sepa a demonios.