Con los huesos que quedan arrinconados tras las excavaciones arqueológicas, amontonados en cajas en los sótanos del museo o incluso en el almacén de algún arqueólogo. Ahora, un equipo de dos arqueólogos, una antropóloga forense y un paleontólogo han dado a esas osamentas la oportunidad de contar su historia. Y vaya si han contado, porque investigando esos restos olvidados han llegado a interesantes conclusiones que podrían suponer un primer paso en el análisis de restos óseos «para entender mejor la sociedad del pasado pitiuso». La primera de ellas es que, contrariamente a lo que se creía hasta ahora por la interpretación de fuentes antiguas, fenicios y púnicos también comían carne de cerdo; a pesar de ser un animal impuro para todos los semitas, a la hora de la verdad, la comida es comida.

La primera fase de esta investigación, pionera en más de un sentido, ha sido el estudio de toda una serie de huesos animales -que se han ido recomponiendo como auténticos puzzles- hallados en el yacimiento de Can Jaume Arabí de Dalt (Puig d'en Valls), fechado en los siglos III-II antes de Cristo. Y en una segunda fase se han analizado restos humanos; una veintena de individuos procedentes de las excavaciones en la Maqbara de Ibiza, el cementerio medieval islámico, que estaba situado en el inicio de la calle Ignacio Wallis. En esta parte de la investigación, especial atención ha merecido el análisis de un cráneo trepanado. Una rareza. «Éste es un caso muy novedoso. Las trepanaciones eran habituales en la Prehistoria, pero ya eran poco frecuentes en la Edad Media. En toda España hay poco más de una veintena de casos de trepanaciones medievales. Además, se realizaban, contrariamente al cráneo que tenemos, en la parte de arriba (es decir, en los huesos parietales y temporales) y preferentemente a la izquierda. Este hombre, desde luego, no sobrevivió a la trepanación», explica la antropóloga forense Ana Corraliza.

Y todo ello se une en el Projecte Ossos, llevado a cabo por los arqueólogos Josep Torres Costa y Elise Marlière (de la empresa Antiquarium), Ana Corraliza y Edgard Camarós, del Institut Català de Paleocología Humana i Evolució Social, y financiado con una beca de investigación del departamento de Patrimonio del Consell de 6.000 euros. Bien administrada, tal cantidad ha permitido, por ejemplo, poder enviar muestras a Madrid y Alemania para análisis de radiocarbono (Carbono 14) y para pruebas de isótopos (que determinan el tipo de dieta de los individuos a lo largo de su vida). Y estas pruebas, cuyos resultados aún están pendientes, suponen un enfoque bastante inusual de los estudios de huesos, dos de los elementos con los que los cuatro expertos han querido dar otra perspectiva a los estudios de arqueología e historia.

Los restos arqueofaunísticos revelan cuestiones relacionadas con la dieta o las prácticas ganaderas de una comunidad. En ocasiones, además, se descubren con ellos prácticas rituales. Y ese es el caso de los huesos de animales del yacimiento de Can Jaume Arabí de Dalt, una construcción púnica relacionada con la producción de vino. «En los niveles fundacionales de la casa se hizo un ritual de cremación en el que se sacrificaron cerdos y cabras. Es decir, una parte de la carne de esos animales cuyos restos hemos hallado fue destinada al consumo humano y otra, los restos y los huesos, se uso para un ritual a los dioses y se introdujo en los agujeros donde se inició la construcción», explica Torres Costa. Un sacrificio fundacional que supone una curiosa y sangrienta cápsula del tiempo, traducida hoy en miles de pequeños fragmentos medio carbonizados entre los que han descubierto restos de cerdo, entre otros animales, con trazas de haber sido cortados para su consumo. En la mayoría de los casos, los animales fueron posiblemente descuartizados, las partes quemadas por separado y, aún calientes, parte de la cremación fue depositada en los agujeros para el ritual de fundación, tras lo cual fue inmediatamente cubierta con tierra. En el caso de los restos de un cerdo juvenil, se observa que prácticamente todas las partes del esqueleto del animal están representadas en el conjunto de huesos recuperado, por lo que se infiere que todas las partes del animal se usaron para el ritual; se quemó entero aunque descuartizado y tras ser consumida su carne, según indican, entre otros detalles, las marcas y zonas de los cortes de cuchillo.

El hallazgo de los restos de cerdo es tan interesante como el descubrimiento de las cremaciones fundacionales para tutelar una instalación vinícola, y su presencia es escasa tanto en contextos de consumo humano como en rituales. En el santuario de es Culleram, por ejemplo, no se ha encontrado pedazo de hueso alguno de suido (sólo ovejas y cabras). Curiosamente, sin embargo, sí se conservan en el Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera representaciones de cerdos en brazos de la diosa Tanit, además de ovejas o cabras, lo que relaciona a estos animales con el culto a esta deidad. «El cerdo es un animal muy poco representado a nivel arqueozoológico en Ibiza», algo que siempre se ha atribuido a cuestiones culturales, puede leerse en el informe del Projecte Ossos. Sin embargo, «el cerdo, sin duda, es un animal consumido en época púnica a pesar de los escasos restos arqueológicos».

El que monta los puzzles, es decir, el que une las piezas de cada uno de los huesos y determina a qué animales pertenecen es Edgard Camarós, que muestra un húmero reconstruido y explica que los huesos se ven blancos en las zonas con un grado de cremación más alto, en las que el fuego ha alcanzado altas temperaturas. Así se ha establecido que se alcanzaron los 700 grados y con una exposición relativamente larga. Y ello explica tanto la coloración como el alto índice de fracturación. La gran fragmentación ha obligado a trabajar con piezas muy pequeñas. De hecho, la mayoría de los trozos de huesos tienen menos de tres centímetros, por lo que ofrecen escasa información y podrían parecer pequeñas piedras a cualquier lego en la materia. Del total de 2.895 restos arqueofaunísticos recuperados, hay una amplia mayoría, 2.295, de los que no ha podido extraerse información más allá de las evidencias de la incineración.

«El estudio aporta nuevos datos sobre las prácticas religiosas durante los siglos III-II a.C. en la Ibiza púnica y demuestra la importancia de desarrollar análisis de los restos óseos para entender mejor las sociedades del pasado» destacan los investigadores. Además, añaden que dado el contexto arqueológico excavado, ha sido posible vincular los restos quemados con el culto a la diosa Tanit. Se trata así de un ritual fundacional del periodo tardo púnico que seguiría a un banquete ritual.

Respecto al trabajo realizado con los restos humanos de la Maqbara, la aproximación científica a la sociedad de la Madina Yâbisa ha aportado algunos detalles sobre la dieta de la población que probablemente se completarán con los resultados de las pruebas de isótopos. El acusado desgaste de los dientes y algunas patologías odontoestomatológicas permiten apuntar ya al consumo de cereales procesados con molinos de piedra, por ejemplo. Los restos óseos analizados fueron excavados en 2012 en un conjunto de 19 tumbas individuales y ahora esos huesos han sido rescatados de las cajas del olvido para encontrar en ellos algunas enfermedades de la época relacionadas con determinada forma de vida. La artrosis de la columna vertebral es la patología más presente en la muestra, lo que se interpreta como el resultado de que los individuos realizaran trabajos encorvados, con la columna flexionada, tal vez oficios relacionados con la agricultura. Similares resultados se han encontrado en poblaciones medievales peninsulares. Y en cuatro de los individuos, cuatro mujeres, se ha detectado artrosis también en el acetábulo; una de ellas presentaba la misma afección en la clavícula y en una mano.

El cráneo trepanado, que corresponde a un varón de alrededor de 40 años al que posiblemente se agujereó con un instrumento metálico, no ha podido dilucidarse si padecía alguna patología que pudiera explicar que fuera sometido a este extremo tratamiento (las trepanaciones se llevaron a cabo, desde la Prehistoria, por traumatismos, tumores, hidrocefalias o mastoiditis, por ejemplo). Sin embargo, se especula con la posibilidad de que la motivación no fuera terapéutica sino «una práctica de trainning» del cirujano. Eso o una enfermedad que no ha dejado huella. Sí se ha detectado que el individuo sufría varias patologías vertebrales, afecciones dentarias que revelan una escasa higiene y malformaciones torácicas a menudo típicas de los marineros. Esta trepanación es la de origen más reciente que se estudia en las islas, ya que el resto de las que hay constancia en Balears son prehistóricas.

Los autores del estudio consideran su trabajo como un primer paso en el análisis de esos huesos que suelen quedar olvidados en los almacenes tras las excavaciones arqueológicas. Apuntan, en el informe sobre su trabajo, que en un futuro «será interesante comparar los datos obtenidos con otros yacimientos arqueológicos, haciendo extensiva la búsqueda a otros periodos históricos». Todo un campo por explorar en la investigación arqueológica.