Entre las dos calas de es Bol Nou y sa Caleta, que no son lo mismo aunque a menudo sus límites se confundan, se levanta, a más de quince metros de altura, la mola de sa Caleta. En ella se encuentran los vestigios del primer asentamiento fenicio de la isla, los restos de las baterías antiaéreas desarmadas en 1962 y el remozado cuartel que está previsto que sea, algún día, un centro de interpretación. Y este pequeño pedazo de costa, también llamado pla de sa Caleta, muestra en su vertiente sur, en su acantilado, los efectos de la erosión del mar, que le han conferido una suave forma cóncava y que han puesto al descubierto los estratos de unas rocas cuyo origen se remonta, en términos temporales geológicos, al periodo jurásico kimmeridgiense. La época del Iguanodon y de la aparición de las primeras aves. Cuando los fenicios arribaron al altiplano, la costa debía tener un aspecto muy distinto, porque el proceso geológico de la erosión es lento pero tan natural como inevitable.

En la Enciclopèdia d'Eivissa i Formentera, el arqueólogo Joan Ramon Torres incluso se arriesga a poner cifras a esta erosión: «Es posible que desde la época fenicia hasta ahora el mar haya destruido una zona costera de amplitud no inferior a 50 metros. Si acaso, habría que sumar 20.000 metros cuadrados, o una cifra superior, a los 30.500 metros cuadrados que aún tiene esta península». La cuestión es importante para estimar el tamaño original del establecimiento fenicio, que debió ocupar prácticamente la mola entera. Así que el mar se llevó por delante parte de los restos dejados por los fenicios y, posteriormente, la construcción de las baterías antiaéreas en la II Guerra Mundial destruyó otra porción importante de los mismos.

El geólogo Luis Alberto Tostón explica que las características rocas del jurásico tardío de la mola de sa Caleta son las mismas que forman, por ejemplo, la base de las murallas de Ibiza, Cap Martinet o Cala d'en Sardina, en Santa Agnès. «Son rocas muy frecuentes y fáciles de distinguir porque están formadas por calizas y margas alternantes en losas estrechas y alargadas, en estratos o capas. Y resaltan, por su mayor dureza, las calizas». Las de sa Caleta, además, «se encuentran muy deformadas, con unos pliegues espectaculares». Encima del acantilado, asentada sobre estos pliegues tan particulares, «se halla la costra calcárea, un depósito que ya se conformó en el Cuaternario y que también está muy extendido por toda la isla».

En los límites acantilados del pla de sa Caleta, el desgaste irregular pero continuo ha creado ángulos, picos y pequeños y peligrosos balcones sobre el mar. Y a los pies de todos los estratos se amontonan las rocas que han ido cayendo mientras viento y agua corroían la escarpa. Las más pequeñas, redondeadas por el movimiento del oleaje, forman la poco pronunciada cala. Las más grandes contribuyen a configurar el aspecto especial de esta zona del litoral que los fenicios escogieron para su primer asentamiento pitiuso. Un asentamiento, sin embargo, que fue abandonado sólo medio siglo después de haber sido levantado. Probablemente, algunas de esas rocas caídas a orillas del mar fueron antaño parte de los muros del poblado fenicio.