Son poco más de las dos y media de la tarde y la aleta de un delfín rompe la superficie del mar entre Marina Ibiza y Dalt Vila. "¡Un delfín!", grita una de las camareras de uno de los restaurantes con vistas a Dalt Vila. Los comensales, como impulsados por un resorte, saltan de las mesas, móvil en mano para captar la escena.

El delfín, tímido, asoma el lomo un par de veces. Personal del restaurante y clientes intentan averiguar, por el movimiento del agua, por dónde saltará de nuevo el animal. Aguardan, sin dejar de grabar, mientras el cetáceo, juguetón, aparece y desaparece. Pasa por delante del muelle, entra en la zona en la que en verano atracan los yates y se acerca al muro. La aleta vuelve a asomar, pero está tan lejos que apenas se ve. La mayoría de los espectadores renuncia. Hace frío, han salido sin sus abrigos y la comida se les está enfriando en la mesa. Justo en ese momento, cuando apenas queda nadie ya pendiente de él, el delfín vuelve a aparecer por encima del mar, con la estampa de Dalt Vila al fondo.