Julio de 1705. En un camino de Labritja, cerca de sa Cala. Cerca también del lugar en el que, un siglo más tarde se construiría la iglesia de Sant Vicent. Toni Torres muele a bastonazos a su mujer, Elisabet Marí. Una paliza que causó su muerte. Una muerte dolorosa, ya que Elisabet tardó diez días en morir. «Es uno de los casos más escalofriantes de violencia machista sobre los que he leído», comenta la consellera balear de Cultura y exresponsable del Arxiu Històric Municipal d'Ibiza, Fanny Tur. El asesinato sucedió en el campo, en una zona de la isla con la población muy diseminada y a pesar de eso, según indican los expedientes judiciales, «los vecinos oyeron los gritos de la mujer durante la paliza», recalca. Tur señala que otra de las testigos, una vecina de la pareja, explicó que, volviendo de coger agua del pozo, se encontró a Elisabet tras los golpes y relató que apenas podía caminar.

Ni siquiera podía moverse, así que se metió en la cama para ver si mejoraba. Allí la visitó su madre «un domingo antes de ir a misa» a la iglesia de Sant Miquel. Días después, un vecino le dijo a la madre que si quería volver a ver viva a su hija antes de que fuera demasiado tarde debía ir a la casa de inmediato.

Tur indica que hay varios aspectos que muestran cómo se concebía, hace tres siglos, que un hombre maltratara a su mujer: la madre que, sabiendo que ha pasado algo, no se muestra especialmente preocupada por su hija o que casi todos los testigos conocieran el perfil de Toni, al que definían como un hombre violento. Esto, posiblemente, podría indicar que los golpes eran «un hecho habitual».

Dos tiros en ses Feixes

Vicent Ramon le daba «mala vida» a Esperança Escandell, su mujer, según recogen sus testimonios judiciales. Le daba mala vida y le dio también muerte. Con un arma de fuego, en este caso, una pistola de pedreñal que el asesino le había encargado a Josep Torres, herrero de Sant Josep. «Él no tuvo la culpa, no sabía para qué la iba a usar», comenta la antigua archivera sobre este caso de violencia machista que ocurrió ya en el siglo XIX, en mayo de 1838, en ses Feixes. Allí, Vicent Ramon mató de dos tiros a su mujer, Esperança Escandell. Cuando la vio tendida en el suelo, salió huyendo y se fabricó una coartada.

«Este caso refleja muy bien la inferioridad jurídica de las mujeres en aquella época», comenta Fanny Tur. Y es que Esperança se casó con Vicent, que era su segundo marido, porque era la única forma que encontró para mantener su casa y las tierras que llevaba años cuidando. «Ella era la mujer del mayoral de la finca, se quedó viuda y tuvo que casarse de nuevo para poder seguir en ses Feixes porque entonces no se permitía a una mujer que se hiciera cargo de las tierras», señala. El matrimonio vivía en el pla de Vila, en el barrio de Sant Cristòfol, en una finca que ahora estaría delimitada por las calles Menorca y Pere Francès. En ella vivían con el hijo que Esperança había tenido con su anterior marido.

El día del asesinato, el matrimonio había estado en casa de los propietarios de la feixa. «Habían estado de tertulia y, al volver a su casa, «le descerrajó un par de tiros», explica la ahora consellera, que añade que Vicent huyó a Sant Rafel, donde aseguró que había pasado el día. La excusa no le sirvió de mucho, porque lo apresaron. Pero escapó y se refugió en la Catedral. «En teoría era un lugar en el que no podían entrar, por lo que se sentía seguro. Pero no era exactamente así. El juez ordenó detenerle y se lo llevaron de nuevo a prisión», detalla.

Tur señala que vecinos y conocidos de la pareja insisten en sus testimonios en la «mala vida» que Vicent le daba a Esperança. «Decían que ella se encargaba, además de las tareas de la casa, de las más duras del campo, algo que a todo el mundo le parecía extraño. No era lo habitual», detalla la consellera, que invita a imaginar lo que debía aguantar la mujer para que, en una época como la del siglo XIX, los vecinos reconocieran que el marido no trataba bien a su mujer.

Concepto medieval del honor

Saber qué pasó finalmente con Vicent Ramon y Toni Torres es complicado. Su pista se pierde en los archivos. De momento, sólo se sabe que ambos ingresaron en prisión después de asesinar a sus esposas. «La prisión preventiva siempre se aplicaba, pero no sabemos cuánto tiempo pasaron en la cárcel», reconoce.

Tur destaca el «concepto medieval del honor sobre las mujeres» que existía en las Pitiusas hasta bien entrado en siglo XX. Hace hincapié, especialmente, «en la facilidad con la que el honor de una mujer quedaba en entredicho y manchado».

En este sentido recuerda el acoso que sufrió Antonina Torres, «una chica de 13 años que estaba pastoreando con su hermano», y a la que un hombre, Nicolau Sastre, le dio un beso en la mejilla. Ella no hizo nada. Fue él. Y a pesar de eso, muchos de los comentarios que recoge el expediente del cas0, ocurrido el 21 de diciembre de 1707 comentan «lo difícil que sería casar ya a la joven», indica Tur. De hecho, indica que, en ocasiones, estas acciones que manchaban el honor de una mujer tenían como objetivo, precisamente, conseguir a esa mujer cuya familia, consciente de la situación, aceptaba el matrimonio. Tur señala que hay que diferenciar estos casos de las fuites (fugas), muchas de las cuales, aunque no todas, eran consentidas. Por la mujer y con el conocimiento, en ocasiones, de hermanas, madre o abuelas. «Pero el razonamiento era el mismo: habían estado juntos y solos, la mujer había perdido su honra, tenía que casarse».

'La manada' en los siglos XVIII y XIX

Fanny Tur recuerda otros juicios de los siglos XVIII y XIX en los que estos comentarios eran habituales: «En un juicio se dijo de una mujer que se la había visto sola por Sant Carles con un hombre. Sólo por hablar con un hombre ya se ponía en duda el honor de una mujer. En otro se acusaba a una mujer de Dalt Vila de recibir a un hombre en su casa». En este sentido, señala que porque una mujer hablara con un hombre ya se decía que «sería difícil de casar» y que sólo encontraría un marido si se iba a Formentera, «porque allí no la conocían».

Tur rememora otro caso que llegó ante el juez en el siglo XIX: «Una chica estaba embarazada, llevó al chico ante el juez y éste dictaminó que tenía que casarse con ella. Al final, sin embargo, como el niño no nació, retiró esa obligación». De la misma manera, hace hincapié en las «humillaciones» que sufrían las mujeres cuando llevaban a los tribunales a un hombre por haber incumplido su palabra de matrimonio. «La palabra era sagrada», indica la experta.

«Era ella la que tenía que demostrar que había mantenido una conducta irreprochable en todo momento. Es un poco como lo que estamos viendo estos días con la chica violada en Pamplona y 'la manada'», comenta antes de insistir en cómo la responsabilidad del honor de la familia recaía sobre la mujer.

Tur indica que la violencia era «el correctivo habitual» en los hogares de las Pitiusas. Destaca, especialmente, el elevado número de casos en los que el bastón era el arma empleada por los agresores. Un ejemplo de cómo la violencia contra las mujeres no era algo ajeno a la sociedad pitiusa se encuentra en algunos momentos de las rondalles que recogió Joan Castelló Guasch. En más de una, un marido enfadado por una mala decisión de su esposa, acaba golpeándola. «Se supone que son escenas que deberían hacer gracia, pero que son violentas», comenta la consellera.

Fanny Tur reflexiona sobre todos los casos de violencia machista de siglos pasados que quedaron silenciados. «Para que llegara a un juez, para que los vecinos hablaran, tenían que ser muy graves. Era algo que no se consideraba. Si no eran fatales no llegaban a ningún lugar. Además, si en pleno siglo XXI, con cierta igualdad entre los dos sexos vemos lo que está pasando, imaginemos en siglos pasados», concluye.

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