Tras un verano más de fondeos masivos e incontrolados, de anclas y cadenas, y de contaminación, las praderas de posidonia de Ibiza y Formentera, a pesar de todo, florecen. Y el ciclo continúa. Las flores, en realidad, son una rareza, porque lo cierto es que las plantas no florecen todos los años ni con la misma intensidad y que la forma más habitual que tiene la especie de propagarse es una reproducción asexual a través de estolones, de los brotes de la base de los tallos, igual que se dispersan las fresas y muchos otros organismos vegetales. De hecho, la separación de algunos de estos brotes para crear nuevas plántulas es la fórmula que se suele plantear en los proyectos que estudian la repoblación artificial de la posidonia.

Y, sin embargo, en las praderas de las Pitiusas (lo que los ibicencos conocen como alguers desde tiempos inmemoriales) ahora pueden verse flores. Algunas de ellas llegan hasta las playas y destacan, con su intenso color verde lima, sobre las hojas ya muertas, marrones, que se amontonan en el litoral. Las flores, además de raras por su infrecuencia, lo son por su aspecto. Para ojos poco avezados, no parecen flores, sino algo similar a hojas malformadas, extrañamente unidas formando un abanico sobre largos pedúnculos. Pero entre las varillas de esta espiga, técnicamente una inflorescencia, se abren paso pequeños capullos con las características más usuales de la flor de una planta angiosperma y con distinción de sexos. Al fructificar, estas curiosas y pequeñas flores forman unas bayas, los frutos, que se conocen como aceitunas de mar y que también pueden hallarse en las playas, ya a partir del mes de mayo. Esta forma de reproducción sexual menos común de flores fecundadas que generan semillas para dar lugar a una nueva planta es a veces necesaria para la evolución y supervivencia de la especie Posidonia oceanica, para colonizar nuevos espacios y garantizar la variabilidad genética.

Este año, las praderas de la reserva marina de es Freus han florecido. Y hasta la costa han llegado algunas de las espigas, en zonas como sa Sal Rossa, donde se han hallado varias de ellas sobre los restos de hojas muertas que se han amontonado sobre las piedras y en las casetas varadero. Cuando varan en la orilla son luciérnagas de verde amarillento sobre el manto marrón que también llega con el otoño; en esta época, los alguers florecen y se limpian de hojas muertas para dejar espacio al desarrollo de los nuevos brotes.

En la zona citada, desde la costa hasta el islote de sa Sal Rossa, existe una pradera de posidonia a escasa profundidad, donde a menudo las hojas rozan la superficie o incluso sobresalen del espejo de las aguas. En este lugar, además, la poca profundidad impide los fondeos y protege así el bosque marino, un ecosistema protegido en el anexo I de la Directiva Hábitats y considerado prioritario por su importancia ecológica y las constantes amenazas que pesan sobre él.

Las plantas de Posidonia oceanica, o al menos unas pocas de ellas, florecen a partir de septiembre y, sobre todo, durante el mes de noviembre. Y en la plataforma de ciencia ciudadana www.observadoresdelmar.es, coordinada por el Institut de Ciències del Mar de Barcelona (CSIC), tienen abierto un proyecto para recoger datos sobre los lugares en los que aparecen flores y que ayudarán a investigadores del Imedea (Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados) a conocer algo más sobre la reproducción de esta fanerógama. En la web se recoge una cita en Cala Boix, además de las observaciones en sa Sal Rossa. «La aparición de flores y frutos es muy variable en el tiempo y el espacio y nos suele pasar desapercibida», puede leerse en la presentación de este proyecto, por lo que la red de observadores del mar «es una herramienta clave para poder estudiarla».