Hay que acercarse mucho al papel para apreciar al detalle el perfil de Ibiza trazado hace más de cuatro siglos por el flamenco Gerardus Mercator, para leer los topónimos que apenas caben en el pedazo de tierra junto al que aparece alguna goleta y, cómo no, monstruos marinos. A falta de una lupa, los ojos bizquean sobre el antiguo mapa. «Es la primera vez que las Pitiusas aparecieron cartografiadas en su latitud correcta», afirma Josep Antoni Prats, geógrafo y experto en cartografía, sin apartar la mirada del mapa. Excepto por una franja algo más oscura, cicatriz de un doblez de quién sabe cuántos años, el documento se encuentra en perfecto estado. Data de 1606. Es una edición de Jocodus Hondius sobre una de las planchas originales del ‘Atlas’ de Mercator que había adquirido dos años antes: las Pitiüses aparecen en la hoja ‘Hispaniae Nova Describtio [sic], de Integro Multis in Locis, Secundum Hydrographicas, Desc. Emendata’.

Mercator, cartógrafo, geógrafo y matemático flamenco, se llamaba, en realidad, Gerhard Kremer. «En los siglos XV y XVI aún se latinizaban los nombres», explica Prats, que detalla que Mercator era «de la escuela de Ptolomeo», al que admiraba y al que corrigió en algunos aspectos, como los perfiles de los continentes.

Sólo hay que mirar algunos de los mapas anteriores a Mercator que se conservan en el fondo cartográfico del archivo (formado en estos momentos por medio millar de documentos) para apreciar, a simple vista, que Ibiza y Formentera aparecen en la posición en la que, en el siglo XXI, estamos acostumbrados a verlas. Y en la forma. Y también en las proporciones.

De hecho, la forma redondeada de Ibiza y la triangular de Formentera dibujadas por Mercator continuaron copiándose hasta bien entrado el siglo XVIII, comenta el geógrafo ibicenco. En el mapa de la Península Ibérica de Gaspar Trechsel editado en 1541 sobre el trabajo de Ptolomeo, por ejemplo, las Pitiüses aparecen más al sur, las dos islas son de tamaño casi idéntico y, además, destacan desde el Arxiu, «los nombres de las islas aparecen intercambiados», es decir, Opuhisa (Formentera) al norte y Ebissus (Eivissa), al sur. Esto mismo ocurre en ‘Della region spagnola nvova discrizzione’, editado en 1550 en Basilea por Sebastian Münster, en el que los nombres de las islas son Cormedera (Formentera) y Euiza (Ibiza).La «joya» del fondo cartográfico

La «joya» del fondo cartográficoEsta inversión de la posición de las islas no aparece en el mapa más antiguo de los que conserva el archivo. Se trata de una edición incunable versión de Germano de la ‘Cosmographiae’ de Ptolomeo impresa a finales del siglo XV (1482) en la ciudad alemana de Ulm. «Es una joya», comenta Anna Costa, responsable del Arxiu Històric d’Eivissa, mostrando el mapa. No se puede oler. Tampoco rozar con la yema de los dedos. Un cristal lo protege. El marco, de madera rojiza, resalta los colores: el azul del mar (la Mar), el ocre casi amarillo de algunas inscripciones -Balearicum Mare, Mare Ibericum, Mare Exterius, Occeanus Occidentalis...- y el rojo desvaído de las líneas que separan las antiguas provincias romanas y sus conventus. Sobre el paspartú, en los bordes irregulares y manchados del mapa, se intuye el paso del tiempo de este documento, que la anterior responsable del archivo y actual consellera balear de Cultura, Fanny Tur, encontró en una librería de viejo de Madrid. Muchos de los mapas que conserva el archivo proceden de una colección sobre cartografía pitiusa que el Ayuntamiento de Ibiza compró a unos apasionados de esta ciencia. «Era una colección muy completa -comenta Anna Costa- porque tenía documentos de diferentes épocas y escuelas».

Prats confiesa que, a pesar del tiempo que lleva estudiando mapas antiguos, le sigue sorprendiendo la precisión de algunos de ellos. Hace hincapié en el hecho de que los grandes cartógrafos vivían en ciudades con puertos importantes. Tiene una explicación: «Las cartas se hacían con las indicaciones de los navegantes que llegaban a puerto».

Esas primeras cartas, añade, surgen de la necesidad de los marinos de contar con mapas que les sirvieran para guiarse, «que incluyeran anotaciones sobre los trayectos entre puerto y puerto, basadas en las distancias, las observaciones astronómicas y el reconocimiento de las costas». Por este motivo, porque se utilizaban para navegar, detalla, las Pitiüses, al igual que otras pequeñas islas del Mediterráneo, aparecen en esos mapas medievales. «El perfil, sin embargo, no suele ser muy correcto, seguramente porque los autores tienen más interés en destacar los accidentes concretos de la costa, que a menudo se exageran, que en mantener las proporciones de cada isla», explica. Así, esos antiguos mapas, indica el geógrafo, marcan exageradamente «un arco abierto al sudeste en Eivissa para destacar el puerto de la ciudad» y, en el caso de Formentera, las dos puntas de la Mola y el Cap de Barbaria.

La Isla Salinas

La Isla SalinasMercator primero y luego Hondius fueron puliendo, con las cada vez más detalladas informaciones de los navegantes, el contorno y la situación de las Pitiüses, explica Prats. Entre los trazos de las olas, un zigzag en el que perfectamente podría haberse inspirado Ottavio Missoni para su popular estampado, se pueden leer algunos topónimos: Belcran (es Vedrà), Comiger (sa Conillera), P. tines (Portinatx), P. Magno (la bahía de Portmany), Tacomago (Tagomago), S. Hiliaria (Santa Eulària) y C. Mora (la Mola). La mayoría de estos nombres, que ya aparecían en los mapas medievales, se mantendrán en las cartas en las que aparecen las Pitiüses hasta bien entrado el siglo XVIII.

Más o menos hasta esa fecha se mantuvo, explican Costa y Prats, un error en el perfil de la isla que se atribuye a Blaeu, uno de los grandes cartógrafos holandeses del siglo XVII: la Isla Salinas, situada al sur de la isla, al oeste de la zona de ses Salines. «Nadie se atrevía a contradecir al maestro», comenta con una sonrisa el geógrafo. Una de las explicaciones de la aparición de esta isla inexistente es una confusión de los navegantes que informaban a Blaeu. Vistos desde la distancia, a bordo, los estanques de ses Salines podían parecerles el mar y la playa de es Codolar, esa isla. Aparece en la ‘Carte de la Mer Mediterranée’ de Joseph Roux, de 1764 (que también incluye las profundidades marinas a lo largo de la costa); en el de Nicolas Bellin, de 1750; en el de Balears de Antonio Zatta, de 1778 (en el que Formentera figura en un recuadro en forma de pergamino y que excluye a Menorca por estar bajo el dominio de Inglaterra) y en el de Pazzini, de 1791 (en el que están dibujadas torres en s’Espalmador y la Punta de ses Torres), entre otros, según repasan los expertos.

Todos esos mapas se conservan en una enorme cajonera en una de las dependencias del archivo. De ella saca Costa, con mimo, tres ejemplares curiosos de los que se acaba de acordar. El primero es el que se considera el primer mapa impreso independiente de Balears. Apareció en 1528 en el ‘Libro di Benedetto Bordone Nel qual si regiona de tutte l’Isole del mondo con li lor nomi antichi’. En una cara de la hoja se ven las Pitiüses (Eivissa y Formentera) y en la otra, las Gimnesias (Mallorca y Menorca). El segundo, de 1746, se basa en los mapas del portugués Luis Serrao Pimentel y fue publicado en ‘El arte de navegar’. Indica las profundidades en el paso des Freus y unas pequeñas anclas señalan los puertos y fondeaderos. Los dos expertos ríen, misteriosos, al mostrar el tercero. Esperan la reacción acostumbrada: que alguien le dé la vuelta y luego, tras fruncir el ceño, esboce un «está al revés». «Está orientado al sur, por eso Eivissa queda a la derecha, Menorca a la izquierda y arriba aparece la costa de África», explica Prats sobre este mapa de 1708 y que marca, con pequeños puntos, «las zonas peligrosas para navegar».

Prats y Costa miran las decenas de mapas antiguos desplegados sobre la mesa. Con cierta melancolía. «¿Dónde ha quedado la parte artística?», se pregunta Prats. Los mapas ahora son prácticamente exactos, llenos de información, la mayoría de las veces, lamentan, ni siquiera son en papel, son digitales, tecnológicos, con escasa posibilidad de error. En ellos ya no aparecen islas imaginarias. Tampoco monstruos marinos ni seres mitológicos.