Los ojos cubiertos con un antifaz negro. Tocar. Palpar. Acariciar, incluso. Intuir. Dejarse guiar. Quince personas invitadas a explorar sus sentidos. Todos, excepto la vista. No es una escena de '50 sombras de Grey'. Es el 'Esmorzar a les fosques' con el que la agencia de Ibiza de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) pretende concienciar sobre las dificultades a las que se enfrentan las personas invidentes en su día a día. «Que con este juego vean lo complicado que es una cosa sencilla como desayunar. Que descubran lo complicado que puede ser servirte una taza de café o untarte una tostada de pan», comenta Mariano Torres, director en Ibiza de la ONCE, minutos antes de entrar en el comedor del Hard Rock Hotel, donde aguardan ya una docena de camareros.

A ellos (y a los invitados) Torres les da unas indicaciones para que el desayuno no acabe en pequeña tragedia: «Utilizad las horas del reloj. Decid, por ejemplo, que el vaso nos lo dejáis a las dos o que la cucharita está a las doce». Los quince comensales, entre los que hay políticos, empresarios, representantes de asociaciones y periodistas, aguzan bien las orejas. Aún no se han puesto los antifaces que han encontrado en las mesas, pero ya empiezan a practicar eso de «potenciar el resto de los sentidos».

La consellera insular de Bienestar Social, Lydia Jurado, es la última en ponerse el antifaz. Confiesa: «Me da miedo». Mariano Torres, a su lado, ríe mientras ella se cubre, finalmente, los ojos y tranquiliza a los comensales: «No es un examen». Más de uno manifiesta su principal temor: ¡Mancharse! Una de las invitadas confiesa que, por si acaso, lleva otra camiseta en el bolso. «Hay que tomárselo como algo divertido, no pondremos nota. Además, el que más se marchará seré yo, no porque sea ciego, sino porque soy así, de mancharme mucho». «Veremos cómo va», comenta Jurado. No ha acabado la frase cuando se da cuenta de la expresión que acaba de usar: «Bueno, quería decir...». El director insular de la ONCE frena sus justificaciones: «Tranquila, si nosotros también lo decimos».

Viajes vacíos de tenedor

Pere Ribas, representante de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzhéimer de Ibiza y Formentera, pide huevos revueltos. Un valiente. Le cuesta un poco: «Los pillo como puedo, pero en algún viaje lo único que llega a la boca es el tenedor». Rápidamente encuentra cómo asegurarse de que los viajes vayan cargados: «Me ayudo con el tenedor». Al final, aunque él no puede verlo, el plato acaba completamente vacío: «Creo que me lo he comido todo. Rascaba por todo el plato y no encontraba nada».

El silencio reina en la sala. Todos los invitados están concentrados en el medio metro cuadrado que tienen frente a sus ojos cegados. Las indicaciones de Torres parecen funcionar. Nadie se echa por encima el café con leche ni el zumo. Ninguna taza ni ningún vaso acaban derramando su contenido. Eso sí, la mayoría se muestran mucho menos osados que Ribas. Antes de cubrirse con el antifaz han echado un ojo (los ciegos también usan esa expresión) a la pantagruélica mesa central y optan por el menú menos arriesgado. Sándwiches, brochetas de fruta, napolitanas de chocolate, cruasanes...

No se puede decir eso de la vicepresidenta Marta Díaz, que se atreve con un desayuno de pan y queso -«manchego», especifica-, nada de tostadas ya hechas. Usa maquinaria pesada, un cuchillo, y la faena no acaba en una escena gore. «Lo más complicado es poner el aceite», confiesa. Para asegurarse de que cae, pone la punta del dedo en el pitorro de la aceitera. Y para comprobar si el pan está muy bañado lo palpa con la misma punta del dedo.

No es la única que descubre que, a ciegas, se desenvuelve mejor con las manos. «Es que si no, me puedo sacar un ojo», comenta una de las comensales que va sacando, uno a uno, los trozos de una brocheta de frutas. Brocheta sorpresa. Nunca sabes qué caerá en el siguiente bocado: ¿Fresa? ¿Piña? ¿Uva? ¿Melón? Otros se fían más de su olfato. Huelen cada una de las piezas de bollería que les han servido: ¿Chocolate? ¿Crema? ¿Azúcar? Dudan. Les falta entrenar la nariz.

Rampas sin escalada

«Es impactante», afirma Lydia Jurado mientras intenta desplegar la servilleta para quitarse el azúcar de las manos. A su lado, Torres explica que aunque la situación ha mejorado en los últimos años «queda mucho por hacer». En los espacios públicos y, sobre todo, en los privados. «En el campo del transporte público digamos que hay un amplio margen de mejora, como dirían los políticos», comenta riéndose. Pide que todos los semáforos tengan dispositivos acústicos, que haya rampas y que éstas «se puedan subir y bajar sin tener que practicar escalada», que los autobuses públicos tengan rampas aunque eso signifique perder plazas, lo mismo que los de transpore discrecional y los taxis adaptados, y que las calles estén libres de obstáculos: árboles, farolas, pivotes...

«O los demás están comiendo mucho o lo están haciendo muy mal», comenta el senador pitiuso, Santi Marí, que hace ya un rato que ha terminado su desayuno: zumo de naranja, sándwiches y un yogur. Con eso de que no les ven, muchos aprovechan para ponerse ciegos, en el sentido calórico de la expresión. «¿Qué hora será?», pregunta, algo inquieto, dándole vueltas al móvil que, evidentemente, no puede consultar. De repente, se le ilumina la cara: «¡Siri!». Y Siri le dice la hora. Mientras los demás terminan, decide explorar las posibilidades de la aplicación de iPhone para los invidentes. Le pregunta si le ha llamado alguien. Y se lo dice. Luego le pide que envíe un whatsapp a su hermana Neus, y ahí la cosa se complica. También le pide que les haga a él y su compañera de mesa una foto. Y eso sí que no. «Esto tendrían que mejorarlo», sentencia. Que tome nota Apple. Siri no es de mucha ayuda si llevas los ojos vendados.

Para entonces, los comensales han acabado. A pesar de eso ninguno se ha quitado el antifaz. Obedientes, esperan a que Mariano Torres les diga que lo hagan. Hacen guiños. La luz les molesta. Se rascan los ojos. Y aplauden. El director de la ONCE sonríe. «Si desayunar sin ver os ha parecido difícil, imaginad todo lo demás», comenta mientras Oporto, su nuevo perro guía, continúa durmiendo, tranquilo, a sus pies.