Garlopín, guillermo, bocel, gramil, compás, lima, martillo, pata de cabra, escoplo, barrina, perforador, formón, puntacorriente, azuela, codal y cuchilla. Son algunos nombres de las herramientas que maestros o carpinteros de ribera y calafates usaban para la construcción de barcos y que se exponen hasta diciembre en el museo de Can Ros, junto a varios paneles explicativos y una maqueta cedida por la Casa del Mar y que es obra de uno de los últimos hombres que se han dedicado a tal tarea, Joan Torres (Nito Misses), ya jubilado. Una plantilla y una maqueta a escala de la embarcación eran siempre el paso previo a la construcción, lo que se mostraba al armador por si había que realizar alguna modificación en el proyecto final.

Y el nombre en catalán de los carpinteros de ribera, mestres d'aixa, deriva de una de estas herramientas, una azuela formada por una hoja de hierro y un mango y que servía para cortar y vaciar la madera. Se conoce como aixa en catalán y en el museo de Can Ros se exponen dos de estos instrumentos; uno pequeño para usar con una sola mano (aixol) y otro con el mango más largo destinado a emplear ambas manos en su manejo.

Un barco perfecto

Un barco perfectoEn realidad, el arte de la construcción naval que protagoniza una de las exposiciones temporales abiertas actualmente en el Museu Etnogràfic d'Eivissa une dos oficios distintos con la misma finalidad; botar un barco lo más perfecto posible. El carpintero de ribera era el encargado de planificar, construir y reparar una embarcación, mientras que el calafate tenía como labor pulir la obra, impermeabilizando las junturas de la madera con estopa y alquitrán, añadiendo a veces sebo o una mezcla grasa de aceite de linaza cocido y cal. Dos oficios diferentes pero complementarios. Y tan complejos y especializados que, además de usar herramientas desconocidas para el normal de los mortales, implicaba un proceso largo y complejo que podía durar años. En algún momento de la segunda mitad del siglo XX, con la crisis de la construcción naval y poco antes de que la forma tradicional de fabricar barcos tocara a su fin, el segundo oficio desapareció y los mismos carpinteros de ribera tuvieron que encargarse también de calafatear.

Vitrina con las herramientas usadas por ´mestres d´aixa´. Foto: Joan Costa

Por si el número de herramientas singulares y el tiempo que había que esperar para tener un barco disponible no fueran complejidad suficiente, había que poseer una variedad de conocimientos que a veces podían parecer más hechicería que erudición; los árboles que se escogían para el trabajo, por ejemplo, eran talados a ser posible durante las lunas nuevas de enero o julio. Tal providencia, sin embargo, no era adoptada por motivos supersticiosos, sino porque en tales épocas la savia deja de fluir por el interior de los troncos y eso evita que la madera se pudra fácilmente. Más allá de estos conocimientos tan particulares, prácticamente todo era cuestión de matemáticas y geometría. Era imprescindible, asimismo, saber dibujar planos.

Los árboles, además, solían buscarse con las formas adecuadas que permitieran que los troncos se adaptaran mejor a la pieza de la embarcación a la que iban destinados. El mestre d'aixa Nito Misses, que ha sido de gran ayuda para la preparación de la exposición y para la elaboración del folleto de 43 páginas que la acompaña, explica que la contrarroda (una pieza curvada unida a las rodas de proa y popa) era una de las formas más difíciles de hallar. Tras tener preparada la madera, la construcción se iniciaba con la quilla y acababa con la instalación de las cuadernas, que se forraban de listones que se hacían más flexibles calentándolos con agua y fuego. Y con el ello el barco estaba listo para calafatear y pintar, una tarea que ya se llevaba a cabo mientras se colocaba toda la arboladura (palos, cabos y velas).

Las primeras referencias a la existencia de los carpinteros de ribera se remontan a la primera mitad del siglo XVI, aunque lo cierto es que las primeras notas que hablan de la existencia de una atarazana (drassana) en la isla de Ibiza son del siglo XIII. Y estaba situada delante de la actual plaza Antoni Riquer, que conserva el nombre de calle de sa Drassana, según se desprende de un plano que el arquitecto Giovanni Battista Calvi elaboró antes de empezar a construir las murallas. Y las fases más prósperas de la actividad se sucedieron con el corsarismo contra la piratería turca y berberisca, con la actividad pesquera y con la navegación de cabotaje impulsada por la apertura de nuevas líneas comerciales. Se entiende por ello que los barcos que se fabricaron fueron muy diversos y fueron variando con el paso de los siglos. Además, y aunque la mayor parte se construían en la atarazana, en el puerto de Vila, existieron talleres más humildes en calas y playas como sa Canal, sa Cala y s´Illa Plana. Y a lo largo y ancho de la isla muchos ibicencos, pescadores fundamentalmente, fabricaron sus propios llaüts o chalanas, con ingenio y conocimientos de carpintería que formaban parte de su herencia pero a menudo sin saber leer ni escribir.

Ya en el siglo XX, una suma de factores contribuyeron a la desaparición paulatina de los mestres d'aixa; si, por un lado, el relevo generacional se ha complicado, la construcción de barcos se ha ido mecanizando y modernizando. Los talleres ibicencos fueron quedando relegados al mantenimiento y reparación de barcos, actividad con la que algunos aún mantienen vivo el oficio y que depende de que sigan existiendo llaüts o barcas tradicionales que reparar.