La nacra es un bioindicador tan efectivo y conocido que ya hace diez años se usó a esta especie para comprobar las concentraciones de hidrocarburos en la zona en la que se hundió el mercante ‘Don Pedro’. La existencia de importantes poblaciones de nacra en fondos de roca, arena y praderas de posidonia de las islas ha sido tradicionalmente señal inequívoca de la excelente calidad de las aguas. Pero, de pronto, y por si la masificación del litoral, la contaminación, la recolección de conchas y el anclaje incontrolado no fueran suficiente amenaza, una mortalidad masiva detectada primero en las Pitiusas ha diezmado en cuestión de meses las poblaciones de Balears.

Y un año después de que se iniciara el exterminio, la mortalidad es hoy del cien por cien en Ibiza y Formentera, donde no hay localizado ningún ejemplar vivo de este molusco endémico del Mediterráneo; en todo el archipiélago sólo queda una decena. Con muchas cuestiones aún sin respuesta sobre el fenómeno, los expertos se preguntan con preocupación si estamos asistiendo a la extinción de esta emblemática especie. O si aún podemos confiar en las nacras resistentes que sobrevivan o en las larvas que todavía no podemos saber si han prosperado. Al producirse la mortalidad, al acabar el verano, ya había pasado la época de puesta de las nacras adultas, es decir «ya habían expulsado las larvas a la columna de agua», explica la investigadora Elvira Álvarez, «y es posible que no estén afectadas». Aún serían individuos muy pequeños y hay que esperar a que las praderas de posidonia, el hábitat preferente de este molusco bivalvo, pierdan buena parte de sus hojas y que éstas estén más bajas. Tal vez entonces podamos descubrir que pequeñas y anheladas nacras se han asentado y crecido entre los rizomas. Será en noviembre, tras los temporales. «Esta es nuestra esperanza. Y uno de los trabajos que tenemos pendientes este otoño es buscar las posibles supervivientes, esas supervivientes que serían resistentes al patógeno».

La alarma saltó en septiembre de 2016. Al mismo tiempo que varios biólogos que trabajaban en Formentera advertían al Centro Oceanográfico de Baleares del Instituto Español de Oceanografía (IEO) del inusual número de nacras muertas que observaban en sus inmersiones, Diario de Ibiza ponía en conocimiento de una de las investigadoras los preocupantes datos que se habían recogido de buceadores y centros de buceo ibicencos que habían detectado el problema durante aquellas últimas semanas de verano. Era el 29 de septiembre y en el IEO se tomaron en serio los avisos que llegaban de las Pitiüses. A finales de octubre y noviembre, cuando ya era difícil encontrar algún superviviente en estas islas, la epidemia se extendía a Mallorca y Menorca. Hoy sólo quedan individuos en pie en Formentor, la reserva de El Toro o Dragonera, por ejemplo. En Cabrera, «que tenía una de las densidades más altas de nacra del Mediterráneo, no sólo de Balears o España, donde había miles de ejemplares, sólo quedan dos», lamenta Elvira Álvarez, una de las tres expertas del Centro Oceanográfico de Balears que lideran la lucha contra esta extinción, junto a una cuarta experta del Imedea (Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados). Y lo cierto es que hasta el momento su trabajo se ha llevado a cabo sin un proyecto concreto detrás y robando horas a otras tareas, «un trabajo altruista». Pero el hecho de que la nacra haya pasado a ser catalogada de ‘vulnerable’ a especie ‘en situación crítica’, la categoría máxima de amenaza en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, al nivel del lince ibérico, implica que todos los proyectos para vigilar las poblaciones e intentar recuperarlas son ahora una prioridad para las instituciones. A efectos prácticos, garantiza que habrá dinero y medios para la nacra.

En los fondos marinos de Ibiza y Formentera, buceadores que han dedicado parte de su tiempo a buscar nacras vivas en la posidonia no han podido transmitir buenas noticias a las investigadoras del Centro Oceanográfico de Balears durante los últimos meses. En las reservas de es Vedrà, es Vedranell i els illots de Ponent, rastreando las frondosas praderas de sa Galera o es Racò de sa Grava (s'Espartar), sólo se cuentan conchas vacías, muchas todavía en pie, otras ya caídas y rotas. En las conchas que aún restan levantadas la única vida que se observa en el interior es la de las castañuelas, peces muy abundantes en aguas litorales, que han convertido los restos de los moluscos en refugios en los que proteger sus huevos y, desde la puerta de las conchas semiabiertas, vigilan la llegada de depredadores.

Los fondos de Cabrera se asemejan hoy a un cementerio abandonado, de moluscos que parecen lápidas que escoran hasta desplomarse. Y aunque el culpable es un patógeno, un protozoo, algunos expertos profundizan más en el análisis de la situación y ven la muerte de las nacras como un síntoma del mal estado del Mediterráneo, de las debilidades que las constantes presiones -plásticos, cambio climático, presión costera o sobreexplotación pesquera- han provocado en él, porque los sistemas sanos saben defenderse de las agresiones. Es decir, es posible que unas nacras sanas hubieran sido capaces de hacer frente a la epidemia, de la misma forma que un cuerpo fuerte resiste mejor una gripe. Así lo señalaba la oceanógrafa Laura Royo en una charla con expertos y buceadores mantenida a finales de julio en el Consell de Ibiza, en la que reconoció, asimismo, que, a pesar del año transcurrido, sigue habiendo muchas incógnitas en torno a la desaparición de las nacras. Para empezar, se conoce que el protozoo que las está matando es del género Haplosporidium (que se instala en la glándula digestiva y les impide alimentarse hasta que se debilitan y mueren), pero se ignora la especie concreta y, por tanto, se desconoce si es un organismo que ya existía en el Mediterráneo y se ha vuelto más mortífero o si ha llegado a nuestros mares en las aguas de lastre de los barcos o mediante la actividad de la acuicultura (en la costa del Mediterráneo peninsular existen cultivos de ostras y almejas que podrían ser sospechosos de haber importado el protozoo en moluscos procedentes de otros mares).

Hay que destacar que en el Mediterráneo existen dos especies del género Pinna, ya que además de la emblemática nacra (Pinna nobilis), que según estudios muy recientes puede vivir hasta 50 años y que llega a medir más de un metro, existe la denominada nacra de roca (Pinna rudis), más pequeña, más rojiza y menos longeva. Y, sorprendentemente, la nacra de roca no está muriendo. Esta segunda especie de pínnido también vive en el Atlántico, por lo que una posible respuesta a esta eventualidad sea que ya convivía con el protozoo antes de que apareciera en el Mediterráneo y está inmunizada. En estos momentos, la posibilidad de determinar la especie de protozoo responsable de la situación está pendiente de unos pruebas con microscopio electrónico que suponen un proceso más arduo y lento de lo que cabría esperar.

«Lo más impactante ha sido el alcance geográfico y la rapidez, porque en seis meses exterminó prácticamente todas las poblaciones desde Almería hasta Balears», señala Elvira Álvarez, que añade que «el mayor problema del parásito es que hace unas esporas resistentes, como si fuera una cápsula que va flotando en el agua y que, cuando encuentra un huésped, sale de la cápsula e infecta». Y ello implica que, aunque se considerara la posibilidad de reintroducir individuos de zonas mediterráneas aún no afectadas, como Córcega, Grecia o Cataluña, «los traeríamos a morir». En este sentido, hay que señalar que en lugares de Italia como Sicilia o Ischia ya han detectado una inusitada mortalidad de nacras, mientras que las poblaciones de las costas catalanas no están afectadas. En realidad, no es una anomalía, ya que el parásito se mueve en las corrientes superficiales que entran en el Mediterráneo occidental desde el estrecho de Gibraltar, en un movimiento que hace que, a grandes rasgos, siga una línea ascendente hacia el este, hacia Balears, y siga hacia Italia, suba hasta Francia y finalmente llegue a Cataluña. La epidemia avanza, inexorable, mientras se siguen buscando respuestas y fórmulas para evitar la extinción de una especie que fue identificada hace dos siglos y medio pero podría desaparecer en menos de dos años. Y que, además, forma parte de un hábitat prioritario, el de las praderas de Posidonia oceanica, que pierde así, sin que sepamos tampoco qué consecuencias conllevará su pérdida, a uno de sus más representativos habitantes.