En el estudio que Joan Carles Cirer i Costa dedica a la demografía y el comercio de nuestras islas entre 1790 y 1920, meritorio trabajo que en su día publicó l´Institut d´Estudis Eivissencs, comprobamos, a partir de las estadísticas de cabotaje, que en los movimientos de salida que registraba nuestro puerto en las dos últimas centurias, además de los productos forestales básicos, madera, leña, carrasca de pino y carbón vegetal, tenían también un papel significativo la resina y sus derivados, exportaciones que, por cierto, ya menciona el Archiduque en Die Balearem. Imagino que por razones parecidas a las que provocan que algunos diccionarios confundan alquitrán, pez y brea, en Ibiza no se distingue el quitrà de la pegà. Es importante advertirlo porque en nuestras islas se suele hablar de forns de pega, voz que también encontramos en topónimos -Portitxol de sa Pega, Puig de sa Pega, Font de sa Pega, etc-, cuando lo que en realidad tenemos son forns d´enquitrà. Sin entrar en la formulación química que define la distinta naturaleza de uno y otro producto, para distinguirlos basta decir que si el quitrà se obtiene por combustión y destilación en seco de la tea de pino, la pega sólo se consigue a partir de la destilación del quitrà, lo que exige utilizar un doble horno que en Ibiza no se da.

Cosa distinta es que el quitrà o enquitrà pueda obtenerse en dos formas, como el producto semifluido que muchas casas conservaban en ollas y tinajas o, en su caso, al entrar el quitrà en contacto con el aire y esbravar-se, solidificado y comercializado en ´panes´ -pans de pega- que, por aplicación de calor, recuperaba la fluidez que facilitaba múltiples usos. Este último caso era el que veíamos en el Astillero de Vila cuando un calafate, en improvisada fogata y en un bote calentaba el alquitrán, operación que desde lejos adivinamos por el olor característico de la cocción, denso y pegajoso. La conclusión a la que llegamos, por tanto, es que en Ibiza se utilizaba sólo el quitrà y no la pega, no importa que esta última palabra fuera común en el medio rural. De hecho -y aquí la terminología utilizada era correcta- a quien estaba en el oficio se le llamaba en Ibiza enquitraner y no, como en otras geografías, peguer, pegater o pegaire.

El forn d´enquitrà no era una estructura comunal, sino una construcción que hacía el payés para su propio uso, razón de que estos hornos se conocieran generalmente por el nombre de su propietario: Forn de ca n´Esquerrer, d´en Peretta, de can Toni Mosson, etc. En algunos otros casos, -son los menos-, se identificaban con el nombre del lugar en que se ubicaban: Forn d´es Clot de sa Nau, Forn d´es Coll d´es Pouàs o Forn de´s Puig d´en Racó, etc. Las casas que no disponían de tal horno acudían al vecino que lo tenía y por su uso llegaban a un ´arreglo´, casi siempre un intercambio como «tres fornades per un terç de matança». El quitrà o enquitrà se utilizaba sobre todo, como ya hemos dicho, en el calafateo de los astilleros, per embetumar les embarcacions. Al ser fusible, los panes de alquitrán se calentaban hasta que adquirían la consistencia viscosa y pegajosa del chicle que, con estopa, sebo y aceite, permitía sellar las costuras o juntas de las tablas, impermeabilizando así las cubiertas y el forro del casco, sobre todo la obra viva de las barcas.

Otros usos

Pero los exudados del pino tenían otros usos. La llamada pega seca la usaban els boters para sellar los barriles y los pellejos de vino. En tal caso, convenía cocer el quitrà con cebollas y limones durante unas horas y, si se podía, se guardaba en aceite para que perdiera acidez. En el campo, los pastores lo empleaban para ´marcar´ a los animales y curar heridas y roñas. Como me dice un payés, «quan una ovella o cabra es trencava una cama, la curaven posant-li pega damunt uns llistonets de canya, ben lligat tot amb una veta, i així la manteníen immovilitzada fins que l´os s´havia soldat». Como puede verse, una vez más se habla de pega cuando, en realidad se utilizaba quitrà. Los zapateros, por su parte, utilizaban la pega de fils para, como su nombre indica, empegar fils i puntes de sabates. Y también se conocía la pega de sabater, mezcla de pez y cera que daba el serol. El quitrà servía, asimismo, para impermeabilizar la suela de esparto de las alpargatas y con fines medicinales. Con las resinas quemadas se hacían olorosos emplastos.

Y otro producto estrella de los pinos que se obtenía por destilación de las resinas era la trementina. Algunos ´sanadores´ eran conocidos, precisamente, como trementinaires. Localizada en la corteza y en las capas exteriores del leño, la trementina se obtenía haciendo en los troncos incisiones o muescas longitudinales de las que fluía el producto que se recogía en cazoletas de barro colgadas del árbol. El líquido obtenido se purificaba dejándolo varios días al sol, se filtraba y ya podía usarse como ungüento, por sus propiedades antisépticas y balsámicas, en aplicaciones cutáneas y reumas. Hoy sabemos que la esencia de trementina es un potente estimulante, espasmódico y astringente.

En dosis ínfimas, con agua y miel, en frío, daba un buen jarabe contra la tos y la bronquitis. Y por destilación de la pez, en muchos lugares -no me consta que se produjera en Ibiza- se conseguía aguarrás. Lo cierto es que, del bosque, els enquitraners lo aprovechaban todo. Incluso la carrasca permitía elaborar un tinte que los talabarteros utilizaban para teñir pieles y los pescadores para dar color a sus redes. Y en tiempos más antiguos, -retrocediendo a la Edad Media-, en la Ibiza árabe, las teas se utilizaban como antorchas ocasionales, sobre todo en exteriores, porque al arder generaban una molesta fumassa que no tenía precisamente un olor agradable.