En 1907, cuando la antigua capilla de la cofradía de marineros de San Salvador y la adyacente sala de la Universitat se estaban restaurando para convertirse en el Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera, se descubrió, bajo el embaldosado, una trampilla. La cripta que había bajo ella ocultaba el osario de Santa María, el cementerio que existió en lo que hoy es la plaza de la Catedral. Arturo Pérez-Cabrero, responsable de las excavaciones y fundador, cuatro años antes, de la Sociedad Arqueológica Ebusitana, documentaba la «gran cantidad de restos humanos, procedentes de la monda de cementerios de los primeros siglos de la reconquista», y el diverso material tirado en el subterráneo de la capilla.

En ella había piezas como un cristo de madera de peral, jarras de diferente utilidad, escudillas de viático (para administrar el último sacramento), un fragmento de una cota de malla, una escultura de Santa Lucía sin cabeza, diversos documentos que prueban que el papel coexistió con el pergamino, una biblia y dos sellos metálicos.

«Es material amortizado, que se echaba por la trampilla cuando ya no servía», explica la restauradora Elena Jiménez.

Es material desechado que se almacenaba para dejar sitio libre en el cementerio y que recupera hoy valor gracias a la Arqueología. Los huesos han desaparecido. Nadie sabe qué hizo Pérez-Cabrero con ellos. Pero lo más interesante del resto de lo hallado en la cripta está expuesto, hasta el 19 de noviembre, en la sala de exposiciones temporales del museo de Puig des Molins. Y destaca, presidiendo la estancia, un gran Cristo de estilo gótico de finales del siglo XII o inicios del XIII. El Cristo formaba parte de un conjunto que representaba el descenso de la cruz y del que se han conservado, únicamente, un Jesucristo al que le falta un brazo, una cabeza (tal vez de San Juan), y un brazo que podía pertenecer a la figura de Nicodemo o quizás a José de Arimatea, los otros dos hombres que bajaron al Salvador crucificado. En la pared negra en la que se exponen estas piezas se muestra una reconstrucción dibujada de cómo podía ser este conjunto gótico, que incluiría a los dos ladrones y quizás también a la Virgen María.

Relleno de la bóveda

Relleno de la bóvedaEn realidad, los hallazgos de las obras del museo se dividen en dos conjuntos distintos. Si por un lado están las piezas de la cripta, por otro, se conservan una serie de cerámicas de tradición andalusí, jarras decoradas, tinajas para aceite y otras cerámicas de uso doméstico. Y todas estas piezas, que ocupan amplio espacio en la exposición temporal, fueron usadas para el relleno de la bóveda de la capilla. Al parecer, no era extraño que, una vez amortizado su uso, este tipo de piezas fueran utilizadas para relleno en las construcciones, una solución también empleada en Santa María del Mar de Barcelona y el Palacio Real de Valencia. Precisamente de estas dos áreas proceden muchas de las piezas encontradas en la capilla de Dalt Vila, que han sido datadas en los siglos XIV y XV, excepto las tres piezas de factura andalusí, que corresponden al periodo almohade de la isla.

Colección que se expone en el museo de Puig des Molins hasta el próximo mes de noviembre. Foto: Joan Costa

La capilla del Salvador, perteneciente a una cofradía de marineros, ya existía en 1364, pero lo cierto es que se desconoce dónde se ubicaba en sus inicios; parece improbable que la capilla que hoy se conoce fuera la original, ya que se halla adosada al muro norte de la Universitat, que fue levantada en la segunda mitad del siglo XV. En 1702, la capilla se vendió a la Universitat por 2.500 libras que sirvieron para ampliar y reformar Sant Elm, donde se trasladó la cofradía del Salvador. La Universitat se convirtió en Ayuntamiento 26 años después y, tras la expropiación del convento de los dominicos en 1835, trasladó allí su sede en 1838 y las antiguas dependencias de la plaza de la Catedral quedaron vacías. Hasta que fueron cedidas al Estado para fundar el museo arqueológico con las piezas reunidas por la Sociedad Arqueológica Ebusitana. El museo, cerrado desde 2010, vuelve a estar en restauración y sin fecha para su reapertura.

En el conjunto de materiales de la cripta destaca la gran cantidad de escudillas, algunas enteras y muchas a trozos, que algún día formaron parte de las mejores vajillas de las casas, que se usaron para administrar los últimos sacramentos y luego fueron enterradas con los difuntos. Elena Jiménez resalta el acabado dorado de la decoración de un buen número de estos tazones, que precisaba de un tercer paso por el horno de cada pieza, que era muy apreciado por los ceramistas árabes y que luego pasó a la tradición cerámica de lugares como Valencia, Andalucía o Mallorca. Los motivos dibujados en este material son representativos y puede subrayarse la existencia de varias tazas con un dibujo que inicialmente se consideraba que personificaba a una monja pero que hoy se sabe que es un ángel alado.

Además, en la colección hay dos botes de miel que también tienen reflejos metálicos, de un dorado rojizo, que parecen botes de farmacia y que eran fabricados en Manises en los siglos XVII y XVIII. Estos botes, a pesar de haber sido arrojados a la cripta, están enteros, además de dos jarros de barco (con la base muy amplia para garantizar su estabilidad en una embarcación) y que proceden de Barcelona y unas vinagreras cubiertas de vidriado de plomo amarillento o verdoso.

También hay varios restos escultóricos, como una imagen de la martir Santa Lucía a la que le falta la cabeza, un maltrecho cristo de corcho y tela y otro de madera. En una vitrina central, se exponen diversos documentos que se enterraban con los muertos, como absoluciones por las que se les perdonaban los pecados (que solían acompañar las escudillas de viático), algunos de pergamino y otros en papel. Finalmente, de la cripta de los materiales desechados destaca una Biblia muy deteriorada por la humedad, manuscrita con letras góticas y de hojas de pergamino. En los años 60, el libro fue restaurado, se aplicó a cada hoja un revestimiento para frenar su desgaste y se protegió con una nueva cubierta de piel. La Biblia, probablemente del siglo XV, fue enterrada con su propietario y en algún momento debió acabar en la cripta junto con los huesos de este difunto y de muchos otros.