El conjunto histórico-arqueológico de ses Païsses de Cala d’Hort es el primer y único establecimiento rural antiguo excavado en las Pitiusas de una manera integral, incluyendo tanto viviendas como cementerios. Y ello aunque, a decir verdad, hay partes del mismo que siguen siendo desconocidas, sin que ello merme el valor y la trascendencia del yacimiento. Situado en la vertiente suroeste del Puig des Tossal, está formado por una completa villa púnicoromana que contó con instalaciones para elaborar aceite y vino, otra unidad habitada mucho menos estudiada, una necrópolis púnica y otro pequeño cementerio, algo más arriba en la colina, con dos tumbas bizantinas excavadas en 1983. Y fue en la primera necrópolis donde se halló el escarabeo de jaspe verde con el rostro del dios Bes que hoy el Museo Arqueológico de Eivissa y Formentera usa como logotipo.

Las investigaciones en este importante yacimiento se iniciaron hace cien años, en una época en la que los pioneros de la exploración arqueológica pitiusa aún daban prioridad a los cementerios, que aportaban más piezas interesantes para ser expuestas en el museo, y desdeñaban los establecimientos que habían ocupado los vivos. Entre el 19 de julio y el 24 de septiembre de 1917, Carles Roman Ferrer excavó la necrópolis rural púnica de Can Sorà, justo detrás de la païssa d’en Sorà, en la colina, y descubrió 18 hipogeos tallados en la roca viva; hoy pueden observarse menos de una docena. Todas las tumbas son hipogeos con sarcófagos, la mayoría fabricadas de piedra marés.Una construcción de 900 metros

Una construcción de 900 metrosYa en los años 80, el Consell continuó las investigaciones en la zona con cuatro campañas de excavaciones exhaustivas que, dirigidas por el arqueólogo Joan Ramon, revelaron todos los rincones de la completa villa púnica que los investigadores conocen como Edificio A, una construcción de más de 900 metros cuadrados que disponía de un patio interior y una instalación industrial para elaborar aceite, un celler (datado en el siglo I d.C.), almacenes, habitaciones y una cisterna adosada en la parte norte que hoy es una de las piezas más interesantes y peculiares del yacimiento; tiene más de cuatro metros de profundidad, ocho de largo y dos y medio de ancho. Y pueden observarse aún las canalizaciones que llevaban el agua hasta ella.

En el fondo de la cisterna, cuando se excavaron los distintos estratos de restos acumulados, se hallaron piezas como una hoz de hierro, una piedra volcánica probablemente usada para tratar pieles, pesos para redes de pesca y, curiosamente, una veintena de cencerros de hierro que revelan que los usaban para los animales al menos en el siglo V d.C. En este establecimiento rural se han hallado múltiples restos y piezas (cerámicas, perfumeros, collares, trozos de ánfora, conchas, cuernos de cabra, vajilla con cruces ya cristianas o vasos de vidrio) entre los que hay materiales de importación extraebusitana y de muy diferentes épocas. La vivienda ya existía en los siglos V y IV a.C., tuvo su fase más importante en los siglos I-III (se ha reconstruido toda la planta completa de esta época) y se considera que fue destruida por los vándalos en algún momento del siglo V d.C.

A pesar de ello, y tal vez tras estar abandonado casi un siglo, este establecimiento rural se rehabilitó y reutilizó, con sus adaptaciones arquitectónicas, en la época bizantina y tal vez perduró hasta los inicios del siglo VIII. Tan prolongado periodo de utilización explica en buena medida la complejidad de las exploraciones en la zona. La casa tiene un porche que mira hacia el mar, hacia es Vedrà, y hasta una decena de estancias diferentes, de función desconocida en algunos casos pero probablemente habitaciones para dormir y quizás un lugar para el culto doméstico a diferentes divinidades. Una de las teorías sobre el funcionamiento de una vivienda tan grande (al menos grande para la época altoimperial) apunta a que varios núcleos familiares podían vivir en ella y compartir las instalaciones para la elaboración de aceite y de vino, así como los almacenes. Otra hipótesis argumenta que el establecimiento tenía unos propietarios que estaban al frente de un grupo de esclavos. Y las dos teorías no son excluyentes.

El yacimiento, con todos sus elementos y su complejidad, protagonizó el primer número de la colección ‘Quaderns d’Arqueologia Pitiüsa’, del que se hizo una segunda edición actualizada y ampliada en 1995, cuando estaba en trámite la donación al Consell de los terrenos del conjunto histórico-arqueológico, incluyendo la antigua païssa, restaurada hoy como extensión del museo etnográfico y en la que también se encuentra el observatorio astronómico. En la citada publicación se destaca que ses Païsses de Cala d’Hort conforman «un conjunto monumental de obligada visita en el marco cultural de Eivissa y Formentera». Se conoce la existencia en la misma zona de otros establecimientos rurales antiguos, más o menos excavados e investigados, como el de s’era des Mataret, y los hallazgos evidencian que el territorio tuvo una población densa en los siglos V y IV a.C, pero, a partir de ahí, prácticamente sólo ses Païsses parecen tener continuidad hasta época bizantina.

En el trabajo se reconoce que, como ocurre con la mayor parte de los descubrimientos arqueológicos de las islas, ses Païsses aún retiene entre sus piedras detalles de su historia que podrían resultar reveladores. Y deja la puerta abierta para que «la arqueología del futuro» pueda contestar a todas las preguntas que plantea el yacimiento y que no han podido contestarse durante las excavaciones llevadas a cabo a lo largo de un siglo, entre ellas si la reocupación del edificio A en una época en la que las Pitiüses se habían incorporado al imperio romano-bizantino de Constantinopla fue un caso aislado o se produjo un fenómeno similar en el resto del territorio. Dos décadas después del informe, aún podría investigarse mucho más. La arqueología es una ciencia que suele tener más preguntas que certezas.

Información perdida

Información perdidaVolviendo a la necrópolis púnica, a 140 metros del edificio A, los arqueólogos sugieren la posibilidad de que el cementerio fuera utilizado, en los siglos V y IV a.C., por diversas unidades familiares o incluso por diferentes vecinos que compartieran zona de enterramiento. El caso es que el número de tumbas hallado es elevado, aunque en el año 1995, cuando se realizó su limpieza y rehabilitación exhaustiva, sólo doce eran visibles y hoy la cifra de las que muestran algún mínimo interés ha quedado reducida. El lugar muestra las huellas, el deterioro, de un lugar abierto y abandonado; algunos hipogeos que hace una década se mostraban enteros, y reparados los rectángulos de sus sarcófagos, hoy están destruidos.

A decir verdad, y debido a la forma en la que se excavaba a principios del siglo XX y el escaso interés que se mostraba por los cadáveres, las primeras investigaciones impidieron posteriormente conocer la ubicación exacta de los restos humanos en cada tumba y de los elementos y objetos que los acompañaran, lo que se traduce en gran cantidad de información perdida. Sin embargo, también hay que apuntar que en los 90 se descubrió un hipogeo infantil muy bien conservado que no se cita en el informe de las primeras excavaciones.

Los huesos, a menudo amontonados en los almacenes del museo arqueológico, siguen siendo una materia poco estudiada en la arqueología pitiusa moderna.

A un nivel superior en la colina se hallaron dos tumbas paralelas, dos fosas, que han sido datadas en época bajoimperial avanzada o quizás bizantina, aunque el hecho de que no se hallara ajuar funerario en ellas ha dificultado una datación más concreta. Sí había, en una de estas fosas, algunos huesos de la parte inferior de un cadáver. Es probable que si se siguiera excavando en toda la zona, algo improbable por el elevado coste de una excavación aleatoria sin garantías de obtener resultados, se hallaran nuevas tumbas en la colina, en es Puig des Tossals. De hecho, los arqueólogos admiten que en el lugar tuvo que existir un cementerio altoimperial cuyo rastro aún no ha sido revelado.