En época romana, y al menos en los primeros siglos del Imperio, dos formas muy distintas de deshacerse de los cadáveres, la cremación y la inhumación, coexistieron y mantuvieron sus propios rituales. La isla de Ibiza no fue una excepción. Y aunque parece ser que la inhumación gozó de mayor predicamento entre sus habitantes, en el siglo I y en la primera mitad del II después de Cristo la cremación es aún una práctica que, según explica el arqueólogo Benjamí Costa, está bien documentada. Sin embargo, «en algún momento del siglo II, la cremación desaparece, no sólo en Eivissa sino en todo el imperio romano».

Los motivos de que quedara relegada por completo y que, de hecho, no volviera a ser usual hasta hace apenas unas décadas, es otro de los misterios que hacen a la Arqueología una ciencia con mucho campo por explorar, pero es muy probable que tenga relación con la importancia ritual de no hacer desaparecer el cadáver y el avance del Cristianismo. Las supersticiones, creencias y ceremonias varían con el tiempo.

En el museo de Puig des Molins se expone una urna cineraria muy preciada porque se encontró completamente entera, sin mácula en su vidrio irisado, que pertenece a un enterramiento con incineración del siglo I y que fue hallada en las excavaciones que en 1983 y 1984 se llevaron a cabo en el yacimiento de la calle León. Entre la ceniza que conservaba en su interior se hallaron algunas astillas de hueso, pequeños fragmentos que revelan la calidad de la incineración (a temperatura más elevada, más pequeños son los trozos óseos preservados) y que permitieron conocer que se trataba de los restos de una mujer joven, de 18 o 19 años. Su urna de cristal fue depositada en un hoyo, cubierta con una teja y una piedra y con otros objetos significativos a su lado; cuencos de terra sigillata (expresión que alude a una cerámica romana de calidad y característico tono rojizo), y un curioso candil, una lucerna, que destaca, en primer lugar, por la fidedigna representación de una lucha de gladiadores que se muestra en su cara superior. En la cara inferior está grabado el nombre del fabricante, Opius, que tenía diversos talleres en Italia y el sur de la Galia. La arcilla de esta pieza, colocada en el ajuar para iluminar al espíritu de la fallecida en su paso al otro mundo, procede del norte de África.

Y a ello hay que sumar la presencia de dos ungüentarios de vidrio que fueron encontrados en el interior de la urna y que, según explica Benjamí Costa, director del Museo Arqueológico de Eivissa y Formentera, están relacionados con los ritos de unción que se practicaban en los enterramientos. A menudo, en las excavaciones de tumbas, se encuentran los recipientes que habían contenido los aceites y perfumes empleados en los rituales. De hecho, ni la presencia de la lucerna ni la de los ungüentarios y las vasijas de cerámica son una rareza en el ajuar funerario del siglo I después de Cristo; la existencia de los tres elementos convierte este conjunto, expuesto en el Museo Monográfico de Puig des Molins, en un ajuar romano tipo, con la particularidad de que la urna de las cenizas, una pieza destacada, se ha conservado entera durante 20 siglos. El Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera guarda una notable representación de elementos análogos, de ungüentarios, vasijas y lucernas, en diferentes formas y materiales y de distintos periodos de la Historia.