En cuestión de tres o cuatro minutos, los que puede aguantar bajo el agua, un cormorán puede descender hasta casi treinta metros de profundidad para coger una presa. Se la zampará al momento si es pequeña y la subirá a la superficie si se trata de un pez más grande y necesita tomarse su tiempo para devorarlo. El cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis en su nomenclatura binominal y corb marí en catalán) es un torpedo bajo el agua, una eficaz ave pescadora que tiene su principal amenaza en las redes abandonadas (redes fantasma) y en ciertas artes pesqueras para las que las aves marinas se convierten en daños colaterales, sobre todo las redes de trasmallo y las morunas. Su vuelo no es tan eficiente como sus inmersiones y vuela siempre a ras de la superficie del agua, para elevarse al llegar a los acantilados donde anida, en nidos alojados frecuentemente en los islotes.

El cormorán moñudo que puede encontrarse en el Mediterráneo es, en realidad, un endemismo, una subespecie (P. a. desmarestii) con rasgos diferenciados de las poblaciones atlánticas europeas (P. a. aristotelis) y de las que ocupan las costas del noroeste africano (P. a. riggebachi). La población atlántica europea, que ha sufrido un preocupante declive en las últimas décadas, aparece en la categoría ´De interés especial´ en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, mientras que la población mediterránea goza de buena salud y la densidad de sus colonias ha seguido una tendencia al alza. Esta tendencia, sin embargo, sufre importantes fluctuaciones anuales que se explican por diversos factores, como el hecho de que el éxito reproductor parece asociado a las condiciones atmosféricas, viento o tormentas, que se den en las islas en los periodos de las puestas, provocando que algunas parejas reproductoras prefieran tomarse años sabáticos a la espera de mejores temporadas. En cualquier caso, ello condiciona las diferencias anuales entre censos pero no oculta el buen estado de una subespecie que en los 80 y los 90 aún era capturada y sus huevos recolectados para el consumo humano. «El cormorán moñudo es un claro ejemplo del efecto reserva, de los beneficios de las reservas marinas», asegura el ornitólogo David García, miembro de Iniciativa de Recerca de la Biodiversitat de les Illes (IRBI), en referencia a la relación existente entre la riqueza de peces y la abundancia de predadores como las aves marinas y a la menor presión humana en muchos de los islotes en los que anidan, donde el desembarco está limitado y las colonias de cormoranes han prosperado e incluso instalan sus nidos en zonas algo más interiores, algo más alejadas del mar y el acantilado.

En definitiva, el cormorán moñudo mediterráneo no corre un peligro inmediato, pero está catalogado como especie ´Vulnerable´ tanto en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas como en el listado de Balears, un archipiélago que tiene una elevada responsabilidad en su conservación; las islas albergan más del 95 por ciento de la población de cormorán mediterráneo en España y, además, según explica David García, son un foco de dispersión que nutre las poblaciones de la costa peninsular. Los seguimientos de los individuos anillados como pollos en las islas e identificados anidando en el continente indican que «las poblaciones peninsulares están aumentando gracias, probablemente, al desplazamiento de los juveniles de Balears». Siguiendo los patrones de movimiento se ha detectado otra circunstancia interesante, y es que los juveniles de las Pitiusas acaban en las costas valenciana y murciana, mientras que los efectivos de Mallorca se desplazan hacia Cataluña.

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Los cormoranes, los buceadores de los islotes

En el año 2007 el Govern balear, impelido por las directrices de la Directiva Aves, aprobó un Plan de Manejo para la conservación de la especie en el que también se incluye a la gaviota de Audouin (Larus audouinii), ave marina que ocupa el mismo hábitat que el cormorán y que, por tanto, se ve afectada por los mismos factores de riesgo y puede beneficiarse de las mismas medidas de conservación. Un año antes, se había llevado a cabo un exhaustivo censo de cormoranes en el que se contabilizaron 1.800 parejas reproductoras, lo que constataba la vital importancia de la población de las islas, que reunía al 95 por ciento de las parejas de la especie. A lo largo de los diez años transcurridos, la cifra ha ido fluctuando pero manteniéndose en niveles de bajo riesgo y en proporciones similares con respecto al resto del país. Según datos de SEO/Birdlife se estima que la cantidad es de cerca de 1.300 parejas en Balears y 50 en las costas peninsulares. La cifra ha llegado, en algunos años y en el archipiélago, a las 2.000 parejas, la cantidad que en el Plan de Manejo de la especie se considera «adecuada». En las Pitiusas existen importantes colonias en la mayor parte de los islotes y son notables las poblaciones de s´Espardell, s´Illa des Penjats, s´Espartar y algunos peñascos de la costa de Santa Eulària y Tagomago, aunque también pueden encontrarse poblaciones en acantilados del territorio de Ibiza y Formentera, en zonas como es Cap de Barbaria, en la cara oeste del triángulo.

Fuera del territorio español, existen poblaciones de la subespecie P. a. desmarestii en otras islas como Malta o Chipre y en la costa del Mar Negro, pero Balears, Córcega y Cerdeña concentran el grueso de los efectivos de una población mundial que se calcula en menos de 10.000 parejas.

Finalmente, resulta oportuno conocer que, además del cormorán moñudo, existe otro tipo de cormorán en las islas, un ave pescadora que, aunque no nidifica en las Pitiusas, es un visitante de invierno, con ejemplares juveniles que a menudo permanecen en las islas durante todo el año. Es el cormorán grande (Phalacrocorax carbo), fácil de observar en ses Salines.

Las amenazas y el ejemplo gallego

Respecto a las mayores amenazas para los cormoranes, David García señala que, en las Pitiusas, las redes de trasmallo se instalan muy cerca de la costa, lo que afecta a zonas de pesca de los cormoranes, que pueden quedar atrapados y morir ahogados. En realidad, el grado de incidencia real de la pesca (tanto anzuelos como redes) en la mortalidad de la especie es un factor que debería estudiarse mejor y obtener más datos, pero García considera que en lugares en los que existen importantes colonias, como podría ser s´Espartar o es Penjats, «puntos calientes», podría regularse y ordenarse la colocación de redes para evitar matar aves. «La conservación debe hacerse con la colaboración de los pescadores», precisa, «que podrían informar de los individuos que caen en sus redes para obtener más información».

En el caso de la subespecie presente en el Atlántico europeo, merece la pena añadir, por su potencial como ejemplo, que su población, especialmente la gallega, se ha visto seriamente afectada por el aumento de las artes de pesca de enmalle, la sobrepesca de las especies de las que se alimenta, las molestias causadas por el incremento de las embarcaciones de recreo en áreas de anidamiento y de alimentación y por el vertido de hidrocarburos. Un estudio presentado en 2015 señala que la población actual es casi un 60 por ciento menor de la que había en el año 2000 por los efectos de la catástrofe del Prestige, en 2001. Y datos de SEO/Birdlife apuntan a que el vertido del petrolero causó la muerte directa de al menos 400 ejemplares. Un dato más que las organizaciones contra las prospecciones petrolíferas en el Mediterráneo pueden sumar a la lista de perjuicios de tal actividad.