De la crisis y el desmadre de horarios, a la bonanza, la consolidación del negocio y el problema de la vivienda incluso para los trabajadores de las discotecas. Una década de Ibiza Music Summit (IMS) ha dado para mucho, desde proyectos que han muerto en un cajón a profundos cambios sociales y tecnológicos que se han reflejado en la música de baile.

La convención nació en 2008 y tuvo como primeros escenarios el hotel Atzaró de Sant Carles, el Spa Fenicia de Santa Eulària y el Pikes de Sant Antoni. Y comenzó su andadura con cierta fricción entre los empresarios y las autoridades. El entonces secretario general de Presidencia del Consell, Francisco Medina, pidió a los representantes de las discotecas que pusieran orden en el sector para acabar con la oferta ilegal. En aquella primera edición del IMS, impulsada por los cofundadores Pete Tong y Ben Turner, los temas más candentes eran saber si realmente Ibiza encabezaba la música electrónica en el mundo y la persecución de las fiestas after y underground, así como el advenimiento del cliente VIP y el daño que las descargas y la piratería hacían a la industria discográfica, ante lo que se imponía «el darwinismo digital». Solo sobrevivirían los más adaptados.

Aquel primer encuentro atrajo a unos 300 profesionales. En 2009 ya había 450. Las últimas ediciones superaron el millar. La crisis económica, que golpeó con fuerza a todo el mundo, fue uno de los temas analizados en la segunda edición. Marc Marot, agente de Paul Oakenfold, comparó el crack de la economía mundial con los dinosaurios: vale que aquellos bichos desaparecieron con motivo de un cataclismo, pero no afectó al 70% del resto de la vida del planeta. Igual ocurriría, dijo, con la industria musical, tal como así ha sido.

Cuestión de darwinismo, en aquellas jornadas se criticó a las multinacionales por su escasa adaptación a los nuevos tiempos. Los pinchadiscos, sin embargo, no acusaban la crisis: cada vez subía más su caché. El milagro se debía a su mánagers.

El 'cluster'

El 'cluster'

Y fue en 2009 cuando desde el Consell se propuso, aprovechando el IMS, uno de los grandes blufs de la década: la creación de un cluster musical en Ibiza. Quedó en nada, pese a que durante un par de años se vendió la idea como si fuera la reconversión industrial definitiva de la isla. El Ibiza Music Island quería registrar la marca Ibiza Music Trade Mark para distinguir la producción insular: «Como el jamón de Jabugo», dijo Medina. La broma costaría 200.000 euros. También estaba previsto crear una escuela de música tecnológica e incluso construir un centro tecnológico. Todo a lo grande. Se hablaba de nueve millones de euros de inversión en esos centros, de un festival internacional, de crear un portal de descargas como plataforma de distribución, de transformar -de paso y con 28 millones de euros por delante- zonas turísticas maduras.

Ya en 2010, Francisco Medina añadía sal al asunto: no habría problemas de infraestructuras para ese proyecto porque la Comandancia y sa Coma albergarían el cluster, del que la entonces consellera balear de Innovación, Pilar Costa, estaba muy orgullosa. Ya saben en qué quedó todo.

Con el Gran Hotel como escenario desde 2010, una edición más tarde, la de 2011, se introdujo una sustancial modificación en el programa: no paraban ya ni para comer. Dejaron que los profesionales fueran «a su bola». El negocio centraba la filosofía del IMS. ¿Y la crisis? Qué crisis: «El negocio va bien. El peor momento ha pasado. Si hay algo que no va a cambiar es que a la gente le gusta bailar, hablar con otros, buscar chica», comentó entonces Mark Netto, uno de los primeros impulsores del Summit. Ni siquiera temían que otras zonas del mundo hicieran sombra a Ibiza: ni Chipre ni Las Vegas ni Brasil ni la república de KaZantip.

Tabletas y Facebook

Tabletas y Facebook

Las redes sociales comenzaban a reinar en nuestras vidas. Y la de los tecnificados asistentes al Summit, donde se veían las primeras tablets. Gracias a Twitter y Facebook se sabía que David Guetta era casi tan conocido como Barak Obama: tenía 19,5 millones de seguidores, cerca de los 20,9 del presidente de Estados Unidos.

Ya para 2012, la industria tomó conciencia de su importancia, tal como confirmaron los datos expuestos en esa edición, a la que se apuntaron medio millar de interesados: la música electrónica se había convertido en la predominante en Estados Unidos. Ya no era el patito feo. Sonaba en todas partes, desde la radio a los bares. Había trascendido a las discotecas. ¿La razón? Haberse fundido con el pop y el rock. Guetta y Calvin Harris, entre otros, tenían la culpa.

Cachés delirantes

Cachés delirantes

De ahí que el tema del que más se hablara en aquel IMS fuera «los sueldos delirantes» de muchos pinchadiscos. El autor de la frase fue el promotor Pino Sagliocco: en plena crisis, dijo, había que «rebajar las tensiones inflacionistas». Las salas se quitaban los djs a golpe de talonario, como antaño hacía la construcción con los albañiles y ahora hacen los bares y hoteles con los camareros. Ushuaïa estaba en el centro del huracán, todos apuntaban con el dedo al hotel.

'Más allá del chunda chunda' fue el lema de 2013. Pasada la crisis (para ese sector, no para los mortales), la música discurría en un segundo plano (y miraba al pasado: Nile Rodgers y Jean Michel Jarre fueron los protagonistas de ese año) y el negocio (que movía ya 4.500 millones de dólares, 2.000 menos que ahora) volvía a centrar las charlas. La pasta, vamos.

Porque el negocio mueve mucho dinero. En el IMS de 2014 se supo que Calvin Harris ganó más con dos canciones ('Feel so close' y I need your love') que Cristiano Ronaldo marcando goles. Mudado el Summit al Hard Rock Hotel, la música electrónica seguía en ascenso: sus finanzas residían en Estados Unidos, pero Ibiza continuaba siendo su pista de baile. El Summit continuó echando la vista al pasado. Por allí pasaron Miles Leonard (presidente de Parlophone que fichó a The Verb y vio nacer a Coldplay) y Paul McGuinnes, mánager de U2 durante 36 años.

Cada año más dinero: en 2016 se informó que esa industria ya movía 6.900 millones de dólares (200 más un año más tarde) en el mundo: el lema de esa edición fue 'Consolidación, cooperación y protección'. Es decir, no pasaban apuros. Los pinchadiscos se habían convertido en personas tan populares que incluso anunciaban gayumbos (Calvin Harris), coches (Avicii) o champán (Guetta). De los 300 profesionales de la primer edición, se había pasado ya a 1.200, de ellos, 800 delegados. Un año más, el concierto en el baluarte de Santa Llúcia provocó las quejas de los vecinos.

En su penúltima edición, la de 2016, el IMS rindió merecido homenaje a Pepe Roselló, alma mater de Space,que cerraba ese año sus puertas. Roselló no se cortó: criticó a los beach clubes, que se están convirtiendo en la bestia negra de las discotecas (al arrebatarles miles de clientes), por hacer uso de la música electrónica a cualquier hora del día. «Incluso cuando te estás tomando un bistec», dijo. Igual de contundente fue Pete Tong cuando afirmó que Sant Antoni estaba «acabado». Pero como la isla, sobrevivirá. Puro darwinismo.