A las 7.35 horas salen en hilera desde el almacén, cada una empujando un contenedor de basura, y así vuelven al trabajo en el aeropuerto. A esa hora, aún no están muy convencidas de si dejar la huelga ha sido la mejor decisión. De si han conseguido justicia con el acuerdo que han votado. «Nos han engañado ya tres veces, estamos escarmentadas», dice Marilina Costa, una de las trabajadoras más belicosas.

Se van convenciendo de que lo que han conseguido es una victoria cuando traspasan la puerta automática con sus contenedores y empiezan a coleccionar aplausos y felicitaciones del resto de compañeros del aeropuerto.

Christa ve al grupo desde la terraza de una cafetería de la terminal y pregunta en inglés: «¿Se ha acabado la huelga?, ¿han cobrado?» y, cuando conoce la respuesta -que en teoría les pagarán en pocos días-, sentencia: «¡Bien por ellas!» con una amplia sonrisa.

Tan sencillo como eso: «¿Qué harías tú si no te pagaran en el trabajo?», le preguntan a Mark, un británico que espera para embarcar en el aeropuerto. Respuesta breve y concisa: «Exactamente lo mismo» que la veintena de trabajadoras de la limpieza del aeropuerto. Parar. Porque el término huelga no se ajusta exactamente a lo que ha ocurrido en Ibiza. No define cuando se deja de trabajar porque la empresa no cumple su parte.

«¿En serio han estado tres meses sin cobrar? Yo no aguantaría ni uno», confesaba la francesa Jennifer Plancairt. Antes de conocer nada del caso, Erick Schaag le hacía unas fotos frente a uno de los repugnantes montones de envases de la entrada de la terminal para denunciar el caso en las redes. «Es una vergüenza. ¿Nadie limpia?», preguntó el holandés. «Ah, una huelga. ¿Y qué piden?, ¿más dinero, no?». Sólo cobrar los atrasos. Y Schaag puso ojos como platos. «Son heroínas».

Solidaridad

Bastantes turistas sabían qué ocurría, como Maximiliano, un joven argentino que las buscó por la terminal para darles «dos latas de Redbull». Cómo no puede embarcar con ellas, pensó en ayudar a las limpiadoras. «Es una vergüenza lo que les ha ocurrido», se lamentaba el argentino. Carmen Escandell se lo agradece con una sonrisa, aunque es consumidora.

«Ya veremos si pagan, no creo que nos engañen, pero no tenemos nada firmado», reflexiona. Ayer todas limpiaron juntas la basura acumulada de una semana, igual que han hecho la huelga: «Unidas».

Antonia Jiménez, que empezó a limpiar el aeropuerto «en 1974» y ha trabajado para un carrusel de empresas en estos años, cree que lo que les han ofrecido «está bien». Ella confiesa que estaba «atacada de los nervios» de ver tan sucio el aeropuerto: «Es la primera vez que lo veo en este estado».

Antonia ha vivido otras huelgas, «pero ninguna sin pedir un beneficio, sólo que nos pagaran». También piensa que muchos votaron por el acuerdo porque sus economías no daban para más. «Alguno cobra 800 euros y si pagas 500 de alquiler, ¿qué te queda?».

Lo sabe bien Marga González, una de las pocas eventuales que han seguido con la huelga hasta el final. «Mi hijo mayor, de 23 años, se ha tenido que hacer cargo de todo» desde que Kle dejó de pagar, en febrero. Ella ha acabado «muy mal económicamente». Dos días antes del paro indefinido, se le averió el calentador del agua y no tenía los 400 euros de la factura: «Nos hemos estado dando duchas frías», confiesa, hasta que Guanyem les hizo un donativo de 5.000 euros que le permitieron pagar algún recibo. También los bomberos y el resto del personal del aeropuerto les han ayudado. «No sé cómo dar las gracias, es gratificante tener estos compañeros», decía.

Apoyo en el aeropuerto

Carol Fernández, la encargada de la tienda más cercana al control de pasajes ha contestado muy a menudo estos días atrás a preguntas sobre la protesta o dónde había otro baño -«sólo teníamos uno para todo el aeropuerto», recordaba ayer-. Hasta la tienda le llegaba un olor a comida estropeada y frutas podridas. Las botellas se extendían «casi hasta la puerta» de la tienda, y, para más inri, con la suciedad se les quitaron de golpe las ganas de comprar «a la mayoría de turistas». A pesar de todo, está «totalmente de acuerdo» con la protesta de las limpiadoras: «Es la única manera de logra algo», cree.

Victoria Tinoco, que trabaja en otra tienda de la terminal, no ha notado menos clientela, pero sí ha estado escuchando «muchas quejas» de los clientes por la huelga. También añade que en cuanto conocían la situación «se ponían de parte de los huelguistas y se preguntaban por qué se ha esperado cuatro meses para ponerle remedio». Ella misma ha sufrido , por los olores «y a la hora de ir al servicio, que ha sido problemático», aunque entiende que «hay que respetar la huelga de unos compañeros que no cobran» y ayer respiró aliviada cuando vio, por la mañana, que ya habían limpiado.

El farmacéutico del aeropuerto, Felipe Vidal, cree que un conflicto como el que ha vivido el aeropuerto «pone de manifiesto lo importante que es cada eslabón de la cadena; cuando falla algo, lo sufre quien no tiene nada que ver». Lo dice porque durante la huelga sólo quedó un baño abierto «en un estado bastante escatológico» y se han dado varios casos «de emergencia fisiológica», que tuvo que atender, por mucho que todo el mundo entendiera «el drama humano» de las limpiadoras.

A media mañana, 'El programa de Ana Rosa' conecta con las huelguistas. Salen todas de la terminal para arropar a la portavoz, aplauden y jalean. Y se acaban de convencer de que esta vez David venció a Goliat. Su lucha ha puesto en el candelero los riesgos de las bajas temerarias y la precariedad del empleo en las subcontratas que trabajan para la Administración. La imagen de AENA, bastante denostada, ha quedado aún más tocada por desentenderse de las consecuencias de una gestión que antepone los beneficios a todo lo demás.