El problema de la vivienda no sólo afecta a los seres humanos. En la naturaleza hay una clase especial de cangrejos que necesita usurpar las conchas vacías de las caracolas para poder proteger con ellas su blando cuerpo. Son los cangrejos ermitaños, los paguros, a los que puede resultar tarea ardua encontrar las caracolas adecuadas a las que mudarse cada vez que crecen y, por ello, dedican buena parte de su tiempo a inspeccionar conchas vacías. Es crucial para ellos conseguir una casa apropiada, por lo que siempre es preferible no llevarse conchas de caracolas del mar; para un cangrejo puede ser cuestión de vida o muerte. De hecho, bucear en las áreas marinas que son reservas naturales conlleva la obligación de respetar ciertas normas, y una de ellas es no llevarse souvenirs.

Detalle de los ojos de un cangrejo en Illa Murada. Foto: Joan Costa

Existen centenares de especies de ermitaños (incluso algunas que pasan buena parte de su vida adulta en tierra) y aunque en las islas no pueden verse todas ellas sí hay una destacada representación de estos peculiares animales, y, sobre todo, es frecuente encontrar en el litoral pitiuso al gran ermitaño rojo (Dardanus calidus). Este crustáceo es uno de los más grandes que existen (alrededor de diez centímetros de longitud) y suele observarse a unos veinte o treinta metros de profundidad, aunque, teóricamente, su hábitat se extiende desde aguas superficiales hasta fondos de cien metros.

Algo asustadizo

Algo asustadizoEs un animal poco asustadizo, que no intenta ocultarse enseguida y que contempla fijamente al fotógrafo con sus curiosos ojos, anclados en unos largos pedúnculos que alternan anillos blancos y rojos. Es bastante fácil de identificar por su tamaño, su color rojo intenso y el hecho de que su pinza izquierda es algo más grande que la derecha; la especie D. arrosor, con la que podría confundirse, habita zonas más profundas, no tiene esa coloración rosa y rojo, prefiere fondos menos rocosos y más arenosos y sus pinzas parecen peladas; carecen de las rugosidades que pueden apreciarse en el gran ermitaño rojo.

Además de ser el mejor ejemplo que existe de tanatocresis (la utilización que hace una especie de los restos de otra), el ermitaño establece otro singular vínculo entre especies, una relación simbiótica con las anémonas, preferentemente de la especie Calliactis parasitica, que se adhieren a las conchas que habitan. Con tal simbiosis, la anémona obtiene movilidad y el cangrejo, a cambio, puede usar los tentáculos urticantes de la primera como defensa contra los pulpos, su principal depredador. El ermitaño incluso puede trasladar las anémonas de concha cuando se muda. Esa caracola vacía, los restos de un molusco muerto, es, más que una casa, una coraza protectora, una armadura con la que el cangrejo protege su blando abdomen. A veces, incluso, buscando el tamaño de armadura adecuado, intercambia su concha con algún otro ermitaño. Cuando hay escasez de vivienda, los cangrejos pueden pelear por el derecho a habitar una concha.

El gran ermitaño rojo fue descrito por primera vez en 1827, aunque fue clasificado en el género Pagurus y sólo más de un siglo después fue catalogado como Dardanus. Los dos géneros pertenecen a la misma subfamilia de los paguriodeos. En algunas zonas de Balears, principalmente de la isla de Mallorca, los cangrejos ermitaños se pescan y se cocinan con arroz. Incluyendo las anémonas que viajan sobre su concha usurpada.