Al hablar de las rondallas del viejo mundo balear, Francesc de B. Moll afirma que «es tracta, probablement, de la col·lecció rondallística més extensa del món; tant és així, que al seu costat resulta migrat el gran aplec de contes populars alemanys dels germans Grimm, que ha servit de base a tota la ciència folklòrica moderna; i en quant a la riquesa de llenguatge i vivacitat d´expressió, qualsevol altra col·lecció de rondalles resulta fada, pàl·lida i anèmica».

Moll subrayaba así, sin resquicio de duda, el inapreciable valor que tiene este legado, único en sus dimensiones y en su calidad. En su conjunto, se trata de un cuerpo narrativo excepcional, una muestra impagable de literatura popular rescatada pacientemente de la oralidad, nada menos que en 24 volúmenes, por mossén Alcover bajo el seudónimo de Jordi d´es Racó en Mallorca, por Joan Castelló Guasch que consigue más de 100 rondallas de Ibiza y Formentera, y por Francesc Camps i Mercadal y Andreu Ferrer Girard en Menorca. Sin embargo, dicho esto, a renglón seguido hay que añadir que se trata de una forma de literatura poco conocida y, en determinados contextos, injustamente menospreciada. Concretamente en Ibiza, de no haber sido por los esfuerzos de l´Institut d´Estudis Eivissencs y los trabajos que a Joan Castelló ha dedicado Felip Cirer Costa, no podríamos conocer el mundo mágico de unos relatos que, en su sencillez, están cargados de humor y sabiduría.

Nuestros mayores, sin saberlo, nos han hecho un precioso regalo en estas fantásticas creaciones de la imaginación y la memoria que son las rondallas, una producción inherente a la transmisión oral de la cultura agraria tradicional que solía tener la particularidad del anonimato, no en vano eran relatorias populares que, las más de las veces, nadie sabe cuándo ni cómo nacieron, que fueron pasando de unos otros y que, con el tiempo, se han ido enriquecido, incorporando nuevos giros y matices.

Como decía mossèn Alcover, «la mateixa rondalla, contada d´un i contada d´un altre, no sembla la mateixa: en boca d´un és cosa desmaiada, mustia, descolorida, que fa son en lloc d´interessar, però, segons qui la conta, és vivenca, rica d´incidents i diàlegs pintorescs i vibrants». Un asunto distinto es el de los informadores que ha permitido ponerlas negro sobre blanco. El caso de Alcover es especial porque trabaja sobre el terreno y da noticia exacta de la persona que le explica cada una de las rondallas que recoge. El caso de Castelló, como explica Felip Cirer, es bien distinto al elaborar buena parte de sus rondallas ibicencas desde Mallorca, en base a las cartas que sus amigos y colaboradores le remitían desde las Pitiusas, razón, posiblemente, de que descuidara hablar de sus informadores, de las personas que le proporcionaban los argumentos para sus relatos. En todo caso, no es una cuestión determinante cuando se trata, en última instancia, de ´historias´ que vienen de muy atrás, independientemente de la persona que las ha retenido en su memoria. Lo que sí tiene importancia, en mi opinión, al comparar las rondallas ibicencas y mallorquinas, es que las que recoge mossén Alcover, por razón de su ministerio, se ven sometidas a una comprensible labor de censura y selección que, en muchos casos, supone eliminar o modificar contenidos y lenguajes que consideraba inmorales, improcedentes, casi siempre de referencia erótica, escatológica o sencillamente escabrosa, un constreñimiento que no se da de manera tan estricta en las rondallas ibicencas, que, si mantienen también un tono contenido y claramente moralizante, son, en general, más espontáneas y desenfadadas. Diríamos, a nuestra manera, que són més enjogassades i directes, que en elles no s´esbrava mica el seu aroma terral. O eso me parece a mí. Es un aspecto que me parece importante destacar y que luego han confirmado otras aportaciones del legado oral pitiuso, caso de las recopilaciones presentadas como cançons de porfedia o xacotes y, sobre todo, en las publicaciones que, sin ser rondallas, -caso de ´Gloses eròtiques i amoroses de Formentera´, ´Cançons verdes i estribots bruts´, etc- nos descubren la picardía, la ironía y el humor satírico y subido de tono, que, sin inhibiciones, gastaban nuestros mayores.

Hombre ocurrente

Yo no llegué a conocer a Joan Castelló del que Cirer nos ha podido hablar cumplidamente, pero tengo la impresión de que tuvo que ser -o así me lo imagino yo- como un hombre ocurrente, de conversación divertida, capaz de expresarse como buen payés con perífrasis, alusiones y metáforas que, no obstante, con sorprendentes hallazgos de expresión, dan localismo, vitalidad, frescura y un sorprendente realismo a sus escritos. No creo exagerar si digo que en nuestras islas, en Ibiza y Formentera, no ha habido ni hay ningún escritor que haya reflejado con tanta fidelidad el talante de nuestros payeses. Pienso y con ello cierro estas notas, que la motivación que propició la obra de Castelló respondía, en cierta manera, a un ideal romántico en el mejor sentido de la palabra, semejante, creo yo, al que tuvo Alcover en Mallorca y que inspiró las Kinder-und Hausmärchen (1812) de los hermanos Grimm. De alguna manera, las rondallas eran como el cordón umbilical que unía el hoy con el ayer, que nos regresaba al espíritu de la tierra. Las rondallas, en fin, descubrían el valor de creaciones anónimas y las idealizaba porque en ellas estaba, como el mismo Castelló afirmaba, ´l´ expressió menys contaminada de l´ànima del poble´. Per acabar, vull dir-ho en eivissenc, jo tinc la satisfacció de poder comptar-me entre aquells que, no fa gaires anys, aprenguérem a llegir i escriure la nostra llengua, sense mestres, amb les rondaies d´en Castelló.