Pilar Bonet habla con pasión de su oficio, el periodismo, que defiende en su contepto más clásico: un profesional que ve lo que ocurre, que está pegado a la calle y que interpreta la realidad. Es su manera de trabajar en Rusia, donde lleva desde 1984 como corresponsal de El País (exceptuando un parón entre 1997 y 2001, que estuvo destinada en Alemania). Ganadora de varios premios periodísticos, entre ellos el prestigioso Cirilo Rodríguez, confiesa que escribir el discurso para la Medalla de Oro que recibió el viernes le costó más que cualquier crónica.

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Después de tanto tiempo, ¿se siente un poco rusa?

No... [Piensa] No puedes decir que estar en un lugar no te influye, pero vivimos en un mundo global. Tengo muchas identidades: isleña, catalana, española y europea en un sentido amplio que incluye a Rusia. Soy ciudadana del mundo, pero eso no significa que no tenga unas raíces. Y en Rusia tengo relaciones especiales porque he vivido no sólo muchos años, sino también experiencias históricas, cosas muy intensas que marcan y te hacen sentir de ese lugar. Mi vida profesional no es concebible sin Rusia y no pasas tanto tiempo en un lugar sin implicarte personalmente, pero eso no quiere decir que no sea crítica, tengo relaciones afectivas con gente que está viva y con gente que está muerta. Los muertos te ligan a los sitios.

Ha vivido la URSS, el golpe de Estado a Gorbachov, Yeltsin, la caída del comunismo, la Rusia de Putin... ¿Qué momento ha sido más intenso?

Como periodista, el final de la URSS, fue muy intenso, pero también el intento de golpe de Estado de agosto del 91, cuando un grupo de altos funcionarios del entorno de Gorbachov intentó echarlo del gobierno. Eso fue importante, la señal que desencadenó el proceso del final de la URSS. Pero profesional y personalmente viví más intensamente, en 2014, la anexión de Crimea, la crisis en Ucrania, porque de alguna forma rompía las reglas de juego que se habían establecido en diciembre del 91 cuando tres dirigentes eslavos decidieron romper la URSS, que existía formalmente desde el 22, y se quedan como repúblicas federadas. Este orden se rompe en 2014 porque Rusia se anexiona Crimea, potencia reivindicaciones independentistas al Este de Ucrania y abre un conflicto que aún está abierto. Una situación de guerra de la que no escribimos cada día, pero que es un conflicto grave abierto en el centro de Europa.

¿No se puede escribir cada día de todo lo que pasa?

No. La capacidad de informar que tenemos es limitada. Aunque Internet da la impresión de que podemos estar en todos sitios, no es cierto, y el periodista como transmisor de lo que ve hace lo que puede.

Transmisor de lo que ve... ¿Cada vez se escribe más sin ver?

Sí. Es una interpretación clásica y básica de lo que es el periodismo. Vivimos en un mundo de muchas ilusiones y la idea de que un periodista sentado en una mesa llega a todos sitios porque hay redes sociales que lo cuentan es ficticia. Nada puede suplir la experiencia personal, pero parece que eso hoy es un lujo porque una red de corresponsales propios es muy cara. Las exigencias de los medios cada vez son más grandes: tienes que hacerlo rápido, en varios formatos, volver a redactarlo de otra forma porque hay que actualizar... Se produce un dilema: salir a ver qué pasa o escribir sobre lo que pasa sin verlo. Nuestra profesión está en crisis, pero confío en que haya una demanda de información honesta, nadie puede hacerlo todo, pero puedes ser honesto y tratar de reflejar lo que ves. Decir «llego hasta aquí». Esto es muy utópico hoy en día porque cada vez somos más esclavos de esta superposición de redes que se nutren de recursos humanos limitados que exprimen a tope, multiplicación de exigencias sobre la misma persona. Es una presión que vivimos todos. Hay experiencias interesantes de medios que intentan luchar por una información honesta, verídica en la medida de las posibilidades, no puedes pretender tener la verdad absoluta, pero sí decir «he visto esto». Por eso lo de Crimea y Ucrania fue muy importante, porque encontré gente vetarana como yo que estaba escribiendo editoriales y la volvieron a poner en la calle porque era necesario conocer el trasfondo, la historia. En momentos clave se busca a gente que sabe de qué van las cosas porque la experiencia cuenta mucho. Ahí lo vi. En 2008 también me pasó, cuando la crisis de Georgia y Osetia del Sur. La mayoría de gente no sabía dónde estaba. En el 2004 enviaba cosas de Osetia y me preguntaban dónde estaba. Era más difícil explicar dónde estaba que informar. Pero cuando se produce la crisis hay una demanda de información verídica. He tenido mucha satisfacción en momentos de crisis en los que ves que cuentas.

¿Para conocer un país como Rusia hace falta mucho tiempo?

No tanto. El tiempo puede ser una ventaja o un inconveniente. Si es para una descripción superficial el que llega nuevo lo ve con ojos más frescos, pero para un periodismo analítico, cuanta más experiencia tengas, mejor. El periodismo tiene muchas facetas: de entretenimiento, de reportaje, de análisis... Para éste la experiencia es importantísima.

Al leerla se nota que le gusta la crónica pura, la descripción con detalles. ¿A veces los detalles dan la medida de lo que está pasando?

Sí, pero debes encontrar esos detalles, porque no todos son iguales. Lo más peligroso en esta profesión es el grafómano, el que escribe por escribir, porque quiere escribir, sin importarle sobre qué. Son peligrosísimos. El secreto es ser selectivo con los detalles, saber cuáles tienen un valor universal y cuáles son accidentales. Ante cualquier realidad debes saber qué es esencial y qué no. Es importantísimo. Por ejemplo, en el secuestro de la escuela de Beslán, en 2004, donde murieron más de 300 personas, iba por la escuela, que estaba llena de sangre y libros deshechos. Podía hablar de la sangre y del olor a cadáver, pero lo que me emocionó fue entrar en una clase y ver el teorema de Pitágoras, el seno y el coseno. Y lo escribí. Aquel detalle era el que acercaba aquella gente a nosotros porque todos en nuestra infancia aprendimos eso. Podía escribir cualquier cosa de cadáveres, pero no tenía la fuerza del teorema de Pitágoras. Era algo común, universal. Aquello, en el suelo lleno de sangre, era más poderoso que la imagen de alquien muerto y destripado. Pues eso, en todo. Hay que encontrar la imagen, el detalle significativo. Y tienes que ahorrar palabras, ser económico con el lenguaje. Soy bastante fanática de la economía del lenguaje. Si puedes usar un adjetivo no uses dos, no tiene sentido. La gente no tiene tiempo para leer, dale lo que realmente es importante. Hay líneas vacías y llenas. No es importante la longitud de la noticia sino que las líneas estén llenas. Los grafómanos escriben con líneas vacías. También hay que saber que hay un momento en el que hay cosas más importantes que el periodismo. Quizás tienes la gran noticia y debes saber ignorarla, guardarla y no publicarla por cuestiones éticas.

Como el fotógrafo que llora destrozado en Alepo después de dejar la cámara a un lado para salvar a un niño de un atentado.

Esa es una lección muy importante. Hay cosas que están antes que la profesión. En un momento dado puedes escoger entre tener una gran noticia o ser persona. Hay que elegir. Esta es una profesión muy interesante porque te permite ser testigo de la historia, pero también te tienes que proteger. No debes dejar que las historias se te metan dentro, pero al mismo tiempo es un constante entrar y salir de ellas, y muy diferentes. Has de comprender las situaciones, pero te pueden acusar de tomar partido porque las muestras. Es nuestra obligación tratar de reflejar lo que vemos sin juzgar, dejando que sea el personaje quien lo explique. Eso implica meterse en la cabeza de gente muy diversa y tratar de interpretarla de forma honesta. No como querrías, sino como piensas que debes. Alguien que hace esto fantásticamente es Svetlana Alexievich, la premio Nobel. Las historias le llevan muchísimo tiempo. Son años y meses de conversaciones y luego es como si se metiera dentro y habla con la voz de esa persona. Es una experiencia agotadora. Ella lo lleva al límite. Debes ponerte en función de la situación, no adaptar la situación en función tuya. Te pongo un símil ruso. Si una gorra te va pequeña hay dos soluciones: comprar una más grande o cortarte las orejas. Yo prefiero comprar otra gorra, pero hay quien corta las orejas de la realidad para que le quepa.

¿Ha pasado miedo trabajando?

Sí. Miedo físico en algunos momentos, pero también miedo cuando sabes demasiado de algo y piensas que quizás hay fuerzas interesadas en que no supieras tanto. Hay quien no tiene conciencia del peligro y lo paga muy caro.

¿Por qué da tanto miedo lo que pueda hacer Rusia?

No sólo Rusia. También Estados Unidos. Son potencias nucleares. Lo que da miedo es la imprevisibilidad. La posibilidad de que a alguien se le ocurra conquistar un territorio, influir en votaciones locales... En los miedos hay un componente irracional muy fuerte. El miedo se estimula en el contexto político. Se teme porque no hay suficiente conocimiento y porque hay unos antecedentes históricos y un pasado. En los países fronterizos con Rusia tienen miedo porque han vivido la anexión soviética de su territorio. También podríamos tener miedo de Alemania, pero vemos que es un país diferente de la Alemania nazi, se ha reformateado. Rusia está aún el proceso. Le cuesta mucho dejar de ser un imperio y los dirigentes viven la década de los 90 como una época en la que dependieron de Occidente. Tuvieron unas expectativas que no se cumplieron y eso les creó un resentimiento. Muchas de las cosas que están pasando son producto de esa política de resentimiento. No hay ninguna relación internacional que sea culpa o responsabilidad de una parte. Uno hace algo que se malinterpreta y el otro responde. Por eso es importante mantener el diálogo cuando hay relaciones tensas, si lo cortas ignoras al otro y cada vez lo demonizas más.

La relación entre Trump y Putin ha pasado del amor al desencuentro. ¿Podemos esperar cualquier cosa?

Trump no está solo. Hay un entorno que le influye y le encauza, pero los rusos esperaban más. Como Trump era un hombre de negocios pensaban que sería fácil entenderse con él, pero esto es una proyección de una forma muy simple de pensar. Querían un intercambio: ustedes no se meten con el tema de Ucrania y nosotros colaboramos en Siria y ayudamos a acabar con el terrorismo. Esto no está resultando porque este tipo de repartos del mundo al estilo Yalta no funcionan. Creo que Occidente no está por la labor y la política de Putin lo ve todo en clave de «todos contra Rusia». Es complejo de explicar en una entrevista, pero ellos se anexionan Crimea, violan todo el derecho internacional y no quieren hablar del tema. Para ellos Crimea es rusa, siempre lo fue. Son capaces de inventarse una realidad que se pueden llegar a creer.

Si repites algo el tiempo suficiente se acaba convirtiendo en real.

¡Exacto! Por ejemplo, si las ONG tienen financiación internacional están obligadas a definirse como «agentes extranjeros». En Rusia, esto quiere decir espía, es terminología de Stalin. Hay una hipersensibilidad frente a la oposición. El régimen se ha consolidado en el poder, vive como si éste fuera su estado natural, ha aniquilado a la oposición, ha hecho leyes para que la oposición no salga y, si a pesar de esto, sale, dice que lo ha provocado Occidente. No es una sociedad democrática, es un sistema autoritario.

¿Cómo están los derechos humanos? Hay mucho machismo y homofobia, ¿no?

Es una sociedad muy conservadora. El poder político fomenta ideas conservadoras apoyándose en la iglesia ortodoxa, que es una comunidad religiosa con ideas muy tradicionalistas de todo. No es una religión en la que se haya hecho un Concilio Vaticano II, viven en otro mundo. Esto produce un estado mental retrógado y medieval que, en vez de ayudar a superar los prejuicios, los difunde aún más. Una de las cosas que he escrito los últimos días es sobre gays en Chechenia. No se trata de una persecución de la sociedad conservadora, sino política. Persiguen a chicos en Chechenia y los acusan de ser homosexuales, que no está penalizado pero se vive como una deshonra, y les obligan a pagar. Es una extorsión, un chantaje. El poder no frena esto porque fomenta el militarismo, la fuerza bruta, un lenguaje grosero. Esto se cotiza. Es la cultura del macho que fomenta Putin, que aparece con el torso desnudo, a caballo... Es un mundo que fomenta una cultura machista, de cuartel y soldadesca, pero eso no quiere decir que en la sociedad no haya sectores sofisticados. Puedes comprar cualquier libro o ver cualquier película. Moscú es una ciudad europea, pero eso no quiere decir que puedas ir por la calle abrazado por la calle si eres homosexual. Se fomenta lo tradicional como lo contrapuesto a Europa, una sociedad decadente y corrupta. Esto se hace de una forma sistemática, con películas en los medios y con años de campañas propagandísticas. En esto tiene que ver que Putin viene de los órganos de seguridad y hay una continuidad de las campañas de la URSS contra los disidentes. Es una visión de Europa apocalíptica, fomentan lo negativo para que la gente piense «qué bien estamos, protegidos, con los valores tradicionales y nuestros dirigentes que nos protegen de esa Europa llena de sexo y drogas que se está desintegrando».

¿Qué papel tienen las mujeres?

Creo que cada mujer rusa tiene el valor de dos o tres hombres. Son mucho mejores, pero están marginadas en la estructura política, hay poquísimas y la mayoría de las que hacen carrera son un tipo de funcionarias. A las mujeres se les pide que hagan las cosas de la casa y trabajen. Hay una cultura que promociona a los hombres. Eso no quiere decir que no haya mujeres notables, escritoras, activistas de derechos humanos y alguna política.

¿En una sociedad así ser mujer le ha dificultado el trabajo?

No, te diría que al contrario. Te ven antes como corresponsal extranjera que como mujer. A veces el hecho de ser mujer me ha servido. Tienen un concepto muy tradicional de la mujer. Ambivalente. Sienten admiración por ella, pero la ignoran a la hora de la igualdad de derechos. Muchas mujeres colegas le sacan partido. A veces, si tienes que saltarte una cola le sonríes o le pones ojitos al guardia y pasas [ríe].

¿Alguna vez ha pensado en cambiar de destino?

Son más de una decena de países, es más de lo que puedo cubrir, y están en evolución, sólo con que vaya a tres o cuatro al año ya es mucho. Rusia es el país más grande de la tierra. No tengo una necesidad de cambio, no me aburro. Lo sigo encontrando muy interesante.

¿Qué pensó la primera vez que la destinaron a Rusia?

Me hizo ilusión. Era lo que quería. Estaba estudiando ruso. Lo de Rusia me vino por los idiomas, me gustan. Había estado en Austria, me había ocupado de los países del Este, el Pacto de Varsovia... Era lo natural. Luego comenzaron a cambiar las cosas muy deprisa, el tiempo pasaba y no me daba cuenta. Debía regresar en 1989, pero el país estaba cerrado, no podía viajar, tenía que pedir permiso porque eran zonas militares. Con Gorbachov se abrió y pensé «¿ahora me tengo que ir?». Abrieron ciudades cerradas, como Ekaterimburgo, viajé por sitios donde no había estado antes. Luego se hundió y resultaron quince países, cada uno moviéndose en un sentido diferente. Más dinamismo imposible.

¿Cual es el principal cambio social que ha visto?

Que hay mucha gente que podría vivir aquí, se han integrado en el mundo, hay gente cultivada que viaja y con la que te puedes entender. Cuando llegué vivían en un mundo cerrado. Me encargaban libros que no encontraban, había muchas cosas que no podían comprar o ver. Vivían aislados. Ahora puedes ir a Siberia y, para bien o para mal, encuentras las mismas tiendas que en cualquier otro lugar, hay wifi... Los aeropuertos rusos tienen mejor wifi que los de aquí. Están en el mundo a pesar del esfuerzo de la élite política, que está en contra de Occidente. Eso sí, los rusos tienen una conciencia nacional muy fuerte. Tienen el país más grande del mundo....

¿Y les parece pequeño?

No lo sé, igual sí. Tienen una conciencia nacional, son muy orgullosos, en seguida se pican. Es lo que ellos llaman patriotismo. ¿Qué patriotismo tenemos aquí? Está difuminado. Ellos lo tienen muy metido dentro y si criticas algo es rusofobia. Son muy susceptibles con esto, lo vivo bastante. Es muy pesado.

¿Más que el frío?

Es que el frío a mí me gusta. Sufro mucho por el calor. Aunque ha cambiado. Ya no hace tanto frío. Cuando llegué, 30 grados bajo cero en invierno era algo muy frecuente. Se notaba el frío, el peso de las botas, del abrigo... El invierno estaba caracterizado por llevar mucho peso encima. Acababas agotada. Te ponías las botas en noviembre y no te las quitabas hasta abril.

En la serie de reportajes que ha hecho con motivo del centenario de la Revolución de Octubre dice que la sociedad rusa está confusa porque no tiene claro quiénes son sus héroes y sus villanos. ¿Es más fácil la vida con héroes y villanos?

Supongo que sí, pero es muy aburrido. Los buenos buenos y los malos malos son aburridísmos. Lo divertido de esta historia era precisamente eso, ir a buscar la contradicción. Comencé entrevistando a historiadores y psicólogos, pero luego pensé que nadie lo leería. Así que fui a los escenarios del pasado para ver cómo el presente incidía en el pasado o qué cosas del pasado llegaban al presente. Hay que conocer la historia para poder contarla. Volvemos a las líneas vacías. La gente necesita conceptos claros, también los titulares, pero a veces las cosas no lo están. En esa serie de reportajes quería esto, mostrar cómo las cosas estaban retorcidas. Me divertí. Era una búsqueda con mi propia mirada.

¿Tener una mirada propia es básico?

Sí, pero no sólo para un corresponsal, para cualquier periodista. No comprendo las admiraciones a priori ni entre colegas. No hay periodista pequeño ni grande. Un gran diario americano o alemán tiene muchos recursos, pero frente a la realidad estás solo. Tendrás mejor o peor servicio de documentación y edición, pero al final estás tú con la realidad y lo que cuenta es tu capacidad de interpretarla correctamente. Muchos periodistas jóvenes no se atreven a decir lo que piensan, sobre todo en los últimos tiempos que no hay trabajo, se someten a los estereotipos. La amenaza rusa es un estereotipo. Puedes encerrarte en una habitación sin ventanas y escribir magníficos artículos de lo que sea. ¿Es interesante? ¿Es útil? A mí no me interesa. Hay mucha gente que vive de los estereotipos, son confortables. Te instalas en él y te plantas ante la máquina de escribir. De la amenaza rusa puedes escribir lo que quieras. El tema es cómo romper los estereotipos, que se convierten en un cliché que no te deja ver otras realidades. Es una gimnasia, cada día has de entrenar el ojo y llenar la cesta, que es básico. ¿Qué les pasa a los analistas que ascienden y se encierran en un despacho? Pues que al cabo de un tiempo, como están sentados allí, dejan de ver la realidad y no captan los acontecimientos. Por eso no soy una fanática de las superfuentes. Te contarán que mañana se decide algo, pero al final la realidad se filtra y lo importante es ser capaz de captar los síntomas del cambio. Eso es lo increíblemente fantástico en esta profesión, cuando ves dos o tres cosas que cambian, investigas si detrás de eso hay algo y resulta que sí. Eso es fantástico. La intriga, anticipar qué pasará, acertarlo porque tienes los elementos y los sabes vincular. Es la droga de esta profesión.

Una curiosidad, ¿qué lleva en el bolso para trabajar?

Un magnetofón como ése [señala la grabadora] y una libreta [saca una con naranjas y limones en la portada] 253 Rusia segunda época. Con ésta tengo 253.

¿Las guarda todas?

Si no las pierdo, sí. Ya sólo uso libretas ucranianas. Me gustan de espiral cerrada para que no se salgan las hojas, cuadriculadas para escribir derecho y con la cuadrícula no muy marcada para que se pueda entender la letra. Hace tiempo que sólo las encuentro en Ucrania.

¿Cómo le ha sentado la Medalla de Oro?

Aún tengo que escribir el discurso.

¿Le cuesta más eso que una crónica?

Me cuesta mucho escribir sobre Ibiza. Hay unas vinculaciones personales y una dificultad de distanciamiento porque es el lugar en el que he nacido, donde están enterrados mis padres. Es más complicado y personal. Allí me puedo distanciar, aquí es más difícil. He recibido muchos premios pero éste es especial.

¿Alguna vez se sienta a escribir pensado «cómo explico esto para que la gente lo entienda»?

Cada día. A veces es complicado porque la gente no tiene por qué entenderlo todo y muchas de las cosas que das por sabidas la gente las desconoce. Y hay nuevas generaciones que no tienen por qué conocer la historia.

¿Ha cambiado algo tras el atentado de San Petersburgo?

Siempre que hay un atentado en el metro baja la cantidad de gente que va en él y se miran unos a otros con sospecha. Luego se normaliza, pero ahora puede haber cambios en la legislación de ciudadanía. Esta semana se discutía una ley en la Duma para poder anular las concesiones de ciudadanía a gente que esté implicada en terrorismo. Mucha gente de los estados postsoviéticos puede conseguir la nacionalidad rusa de forma acelerada. Habrá un cambio en política de inmigración.

¿Cómo nos ven los rusos?

En general hay una simpatía natural. Ven a los españoles como más alegres y más latinos que los franceses. Hay muchas cosas comunes, ellos son más extremos, pero hay una espontaneidad y una forma de ser que es bastante compatible. Los rusos son muy emocionales. Tienen miedo de ellos mismos. Son expansivos y te lo quieren dar todo, pero luego se dan cuenta de que te lo han dado y lo recogen. No confían en ellos mismos para regular las relaciones. Pasan de un extremo al otro. Esto es el síndrome de Gorbachov. Putin no quiere repetir la experiencia de pactar con Occidente. Gorbachov siempre ha dicho que Occidente le dijo que la OTAN no se extendería. Ellos desertaron de una serie de aspectos, las cosas no salieron como querían y se quejan. Pasan de la ultraconfianza a la desconfianza total.

¿Le hubiera gustado cubrir algún hecho histórico de otro país?

Me interesa mucho lo que pasa en Turquía. Ese lugar con conflictos de diferentes civilizaciones y culturas me interesa. No me quejo de la época que estuve en Alemania, fue interesante ver conflictos menos épicos, los conflictos de ideas son más complejos, has de estar más atenta. Turquía es el gran tema que me gustaría cubrir.

¿Alguna vez se ha enfrentado a la censura?

No. Tampoco me han llamado la atención por algo que he escrito. Habrá gustado más o menos, pero no he tenido problemas. Eso no significa que cuando haces una entrevista no te la visen, pero pasa en Rusia y en Alemania. Eran más temerosos con sus declaraciones los alemanes que los rusos.

A la propaganda imagino que sí.

Sí, la propaganda es un bosque. Puedes ser víctima de la propaganda porque tienes que distinguir lo sólido de lo inventado. Cualquiera puede caer. Recuerdo que en la época soviética venían funcionarios que te daban papeles diciéndote que eran muy secretos. Los dejaba junto a la ventana y ahí se quedaban.

¿Nunca se perdió nada importante?

No, hay mucha prensa prestigiosa de muchos países que está llena de propaganda. Puedes escribir lo que quieras, decir lo que te dé la gana, que nadie vendrá a contradecirte. No sabes las tonterías que se han escrito. Te pongo un ejemplo. Tenía un secretario muy listo, había hecho historia y al acabar la URSS como no tenía trabajo vendía prensa en un kiosco. A partir de los diarios, en la cocina de su casa, antes de que empezara la perestroika, hizo un informe sobre la situación de Afganistán. Se lo dio a un amigo que lo filtró a una publicación occidental. Un día, mientras desayunaba, puso la radio y oyó que comentaban un artículo que posiblemente había escrito un alto funcionario del comité central sobre la guerra en Afganistán. ¡Y era su artículo! Después de esto, ya me pueden traer el gran secreto que lo dejo en la ventana.

¿Los grandes secretos no son fáciles de conseguir?

No, pero nadie te lo reconocerá. Fíate de tu intuición, haz lo que puedas y ten en cuenta que quizás el portero sabe más que nadie. Y los segundos, saben más y te lo cuentan. Hay que tener los ojos abiertos. Recuerdo un simposio de la Bertelsmann en Alemania al que vino el líder liberal Grigori Yavlinski. Por la noche, en el hotel, escribió una supuesta carta de Putin a Bush ofreciéndole negociar un escudo antimisiles y la dejó en la mesa. Yo le dije que era peligroso porque alguien se lo podía creer. Y efectivamente. El lunes uno de los principales diarios de Alemania lo publicaba en primera plana. Llamé al director, al que conocía porque había sido corresponsal en Moscú, y le dije que lo que habían dicho era una mentira. No rectificaron. Lo peor es que luego lo comenté con un secretario de Estado alemán y dijo que si lo decían ellos seguramente era verdad. En otra ocasión, un fiscal del régimen separatista checheno en una entrevista me contó que podían fabricar una bomba atómica. No escribí ni una línea, pero el chico que iba conmigo lo contó en el hotel y un colega británico corrió a buscar al checheno para que le hiciera las mismas declaraciones. Apareció en portada. Ves eso y piensas, «en qué mundo vivimos». Detrás de lo que parecen grandes instituciones hay gente que se equivoca y que quiere una exclusiva, no le importa si es verdad o no.

Volvemos al principio, a periodistas que ven las cosas.

Sí. Escribió una información que no era verdad teniendo elementos suficientes de juicio para entender que no lo era. Pero sabía que tenía una primera página.