En un invierno en el que se han batido récords de lluvia, el salto de agua de Rubió parece más una cascada que nunca, una catarata a pequeña escala en unas islas en las que, tras años de sequía, las corrientes de agua resultan todo un acontecimiento. El torrente está también más verde, más frondoso y más salvaje.

La cascada forma parte del torrente de Rubió, que nace en el gorg d'en Magdalè y que, en su recorrido, y a cada tramo, adopta el nombre de la finca por la que atraviesa. De esta forma, el salto de agua más grande -del riachuelo y de la isla- es conocido también por el nombre de es salt d'en Toni Francesc. Vulgarmente, sin embargo, suele asociarse al nombre de Can Sulayetas por su proximidad al bar así llamado. No está claro cuántos metros tiene que medir un salto de agua para ser considerado una cascada, porque no hay definición científica que distinga una catarata de una cascada y una caída de agua, pero se antoja imposible llamarlo catarata y el término cascada aún incluso parece una exageración. Tal vez por ello, en ibicenco se usa la palabra 'salt d'aigua' o el más humilde 'raig de Sant Miquel' (el chorro de Sant Miquel).

Ya destacaba el historiador Joan Marí Cardona que Sant Miquel era tierra de aguas vivas, de torrentes, en contraste con la árida y vecina Sant Mateu. Tierra de pozos, manantiales y cisternas, un paraíso para esos duendes pitiusos malos, listos, pequeños y emprenyos a los que se conoce como 'barruguets'. Si existieran, los habría habitando es Broll de Buscastell y los torrentes de Porroig y es Rubió, además de la desembocadura del único río de Balears.

Los tres torrentes citados quizás no tengan 'barruguets', pero son el hábitat de una vegetación especial que peligra con las sequías pertinaces. De momento, los prolongados días de lluvia de este invierno han salvado estos ambientes, y también algunos pozos, al tiempo que los han convertido en puntos de peregrinación de multitud de excursionistas, lo que no siempre resulta del agrado de vecinos, propietarios y agricultores de las inmediaciones; no hay muchos sitios donde aparcar correctamente y la masificación siempre conlleva problemas. Los muros de piedra acaban rotos y hay quien deja su basura en cualquier lado.

En el torrente de Rubió, más allá de la cascada, puede observarse todo un sistema de aprovechamiento del agua, con canales de riego y albercas y terrenos donde aún se cultivan frutales. En el descenso a la corriente de agua, salpicada de pequeñas lagunas donde el agua se estanca, la vegetación es cada vez más frondosa, densa como una selva. Y te dirán que llegar a la cascada es bastante fácil, pero es probable que acabes con barro literalmente hasta las orejas, te enredes mil veces en las ramas y que para alcanzar el punto exacto en el que hacer la mejor fotografía tengas que saltar las resbaladizas piedras del riachuelo, cual rana, y acabar metiendo el trípode en el agua. Entonces el humilde salto de agua sí parece una catarata.