Descubrir el mar en la poesía de nuestras islas es arriesgado porque las ausencias pueden parecer olvidos y no lo son. Sucede que estas rayas son sólo una muestra mínima y subjetiva para que el lector se asome al verso que transfigura lo real y muestra lo que tiene de imperecedero. Con su vastedad y su lejanía del suceso cotidiano, el mar facilita un ámbito que la sensibilidad del poeta moldea para compartir vivencias que son de todos. Podemos iniciar nuestro breve viaje con el nostálgico fragmento del poema que nos dejó Alberti de los días felices que pasó en la isla. A través del luminoso paisaje que recuerda con fuentes y molinos, dunas y huertos, adelfas y muros de cal, tumbas solitarias y viejos olivos, invencibles higueras y almendros de nieve y miel, el poeta nos dice que todos experimentamos exilios interiores y vacíos irrecuperables:

«Venid, días dichosos,

que regresáis de lejos

teniendo por morada las velas

de un molino;

por espejo de luna,

la que el sol tiró al pozo

y por bienes del alma,

todo el mar apresado

en pequeñas bahías»

Parecidos registros encontramos en el Càntic marítim de Josep Marí cuando el habitante de la isla es una ´barca´ que navega extraviada en el mar incierto de la vida. Una barca que busca guía y busca puerto en una mar que permanece muda:

«Marina, mar, mariner.

Clar desig sota el migdia:

rara pau del timoner

que navega a la deriva.

Marina, mar, mariner:

El meu velam l´aire tiba:

tot jo he esdevingut vaixell,

i navego a la deriva.

al meu port, ai! qui m´hi guia?

Marina, mar, mariner.

-Digues-me el teu port quin és,

mariner, mar i marina».

Y como Alberti y Josep Marí, también Antoni Marí nos descubre en Un viatge d´hivern el desasosiego existencial que nos zarandea. También aquí el viajero busca un camino, pero su voz es elegíaca porque navega en «aigües de fosquedat que faran de taüt», sin que puedan salvarle credos ni memoria:

«Així como el jorn passat ja mai no torna,

mai més no tornaràs a travessar del mar,

aquestes aigues. Mai més

del lloc on vens podràs tornar».

El paisaje que nos ofrece el existir ya no puede quedarse en placer estético ni en arrebato romántico. Es metáfora y analogía. Es un estado del alma. Marià Villangómez también nos habla de un mar que, siendo cercano y familiar, es también un ámbito secreto, indiferente y mudo al pasar humano:

«El mar ens dóna uns volts de companyia, ona que mor, escuma, freu, badia;

s´allarga amb l´esguard nostre, és horitzó

davant la nau, deixant rera el timó;

és terrassa, és el blau amb què s´ofrena,

és moviment, réflex, presència plena.

Mes, pèlag o ócea, també és pregon,

il·limitat o amb els confins del món,

absent sense els colors de què es deslliga,

misteriós per una faula antiga,

ignorant amb el nàufrag que s´hi perd,

i amb el gran centre de silenci, incert.

Com l´ànima, té vores, sons, imatges,

i és profund i tancat lluny de les platges.

Té com la poesia, ones a dir,

i resta mut, al fons, el cor marí».

Es una ambivalencia que también encontramos en Colinas que, sin embargo, deja siempre un resquicio por el que se cuela la luz y se abre camino la esperanza. Si en el Finisterre del cap de Barbaria se nos acaba el mundo y nos sentimos colgados en medio de la nada, -«como un animal más, el hombre se asomaba, / purificado, mudo, / al principio y al final de los tiempos, / al Abismo»-, ese vacío no puede con la pulsión del poeta que recompone la figura en otro acantilado, en el Cap de Martinet, allí donde Cioran estuvo al borde del suicidio como confiesa en su ´Cuaderno de Talamanca´: «Asomado, al fin, al borde del abismo / rebosante de sombra, comprendí que el verdadero abismo / no estaba fuera, sino en mí, / y que por eso ya no me atraía (?) Y que en la vida (en hora tenebrosa) / quizá sólo se deba orar o sonreír». El mar, para Colinas, es un espacio abierto de reconciliación y de esperanza: «¡Cómo revela el mar la mansedumbre!» Una imagen que repetirá en otros poemas:

«Aquí, entre roca y cielo, sobre el mar,

en los acantilados de la luz,

al borde del abismo,

la sangre goza tregua de armonía

a la espera de ser

también ella luz».

Llegados aquí, es tiempo de levar anclas, dejar el mar de los poetas y que cada cual navegue su propio mar.