«Ojo con caerse, porque quedarás nafrat», lo decía el expresidente del Institut d'Estudis Evissencs, Marià Serra, que, como tantos otros ayer al caer la noche, se acercó a la recién estrenada plaza del Parque. Y eso que a él la reforma le ha gustado y le pone «muy buena nota». En su calidad de vecino de Vila, ya ha visto «unas cuatro» mutaciones de este espacio y ayer esperaba que esta sea «la que más dure».

Pero a Serra el aglomerado ocre de la remodelación le recuerda «a un suelo que tuvo el patio de Sa Bodega», el colegio que dirigió, y en el que los niños tenían que andar con tiento, «porque se hacían unos buenos arañazos».

Así que ojo con dar un tropezón, porque el hormigón tintado con piedras de Rosa de Valencia actúa como una lija capaz de raspar profundamente el pellejo. Aunque también resulta complicado resbalar por la fuerte sensación de agarre al contacto con la suela. No ha quedado una plaza muy apta para juegos, que digamos. Primero por el aglomerado, pero también porque las piedrecillas harán incontrolable el rebote de cualquier pelota.

Además, como el suelo es irregular, Rita Mareto, de cinco años y medio, se quejaba de que no podrá usar por allí su roller: «Tiene las ruedas muy pequeñas y no son para esto». No, tampoco es lugar para skaters y patinadores de cualquier tipo, que deberán ir a otro sitio para practicar su deporte si no quieren someter a un duro castigo los cojinetes de sus tablas y dejarse los riñones de tanto traqueteo.

A su madre, Dolores, le parece que la nueva plaza «ha quedado un poco cutrilla, el suelo parece barato y si los niños caen se raspan. Irá bien para el agua, pero se ve pobre», opina.

«Nadie va a resbalar»

Francisco Palomino, que paseaba con su sobrina, discrepa de ella: «A mí sí me gusta, ella no está tan conforme», decía. Aunque le falta «un poco de verde» para su gusto. Sobre el firme, no tiene dudas: «Nadie va a resbalar por la lluvia, tenlo por seguro. Lo único, los niños y la gente que se cae, un poquito de cuidado que se pueden hacer bastante pupa».

Un responsable de la obra explicaba que la piedra se desgastará con el uso y la superficie se suavizará. Es el mismo firme que hay en el entorno del Museo del Prado, el centro de Zaragoza o Nimes.

«A mí no me parece apropiado este suelo para una plaza así», comentaba Jaume con su amigo Toni Tur, «es evidente que el hormigón se desgranará». Tur admitía que el espacio ha sufrido «un cambio radical» y tiene dudas de cómo resistirá las manchas el nuevo pavimentado: «Lo veo muy crudo».

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El concejal de Patrimonio, Pep Tur, recordaba por la mañana que los vecinos y comerciantes estaban representados en el tribunal que eligió el proyecto ganador para la reforma del centro de Vila. También señaló que el actual equipo de gobierno «respetó el proyecto original, este piso pétreo, porque es la solución acertada para conectar la muralla con el paseo», aunque redujo «el tamaño de los áridos», las piedras de Rosa de Valencia del aglomerado, que originalmente eran mayores: «La obra ha quedado realmente bien», insistió.

Aunque el edil admite las quejas, no cree «que sea una dificultad». «Caídas hay en todos los sitios, pero reducir todo el proyecto a si el suelo es abrasivo o no, es limitarlo mucho», argumentaba. Lo verdaderamente importante ayer para Tur, y para los vecinos y negocios de la plaza, es que recuperan este espacio después de pasarse los últimos cinco meses en obras y sorteando zanjas. Ningún bar se ha atrevido a abrir en este tiempo y sólo una tienda de regalos, Natura, ha desafiado las obras, aunque con una fuerte caída en la caja.

Meses entre vallas

Natalia Agaza, encargada de la tienda, explica que han pasado «unos meses durísimos» y que la caída de ingresos del negocio ha rondado el 25% de media, lo que ha supuesto «recortes de personal». Por eso ayer ella y sus dos compañeras estaban «supercontentas» cuando los operarios empezaron a retirar las vallas. «Estamos más libres, más anchas», decía, tras meses de tener que llegar a la tienda entre vallados y saltando tablones.

El impacto de la reapertura fue instantáneo, y sólo una hora después Natalia ya notaba «ambiente». Para redondear la buena noticia decía que sólo les falta «que abran los bares para tomar algo», aunque tendrán que esperar «hasta el viernes», según les han comentado algunos de sus vecinos.

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Nicolás Fuget es el encargado de uno de los más emblemáticos, el Madagascar, y ayer estaba «contento» porque después de cuatro meses parado, «por fin» podría volver a trabajar. Pero tampoco está entusiasmado con el resultado de la reforma. «Está bien, pero está un poco mal hecha», decía. Todavía faltan los árboles, que se plantarán dentro de un mes, a la vez en todo el espacio afectado por las obras, y está seguro de que «el adoquinado se va a levantar, está mal juntado». Se refiere a la banda paralela a las fachadas de los edificios, un adoquinado que delimita la zona que podrán ocupar las terrazas. Ayer por la mañana mismo, los operarios levantaron los adoquines de un tramo en el que se encharcaba el agua. «Han actuado muy rápido, pero si ya se ha hundido con cuatro gotas, a ver qué pasa cuando llueva mucho», decía Fuget. Otra cuestión es que todos tendrán «menos mesas fuera», explicó Fuget. El bar junto al suyo «pierde 1,20 metros de terraza», por ejemplo.

Hay otros dos negocios que, directamente, se quedan sin ella. El Hostal del Parque, por ejemplo, sólo podrá sacar las mesas a la calle Jaume I, aún en obras, aunque en un espacio más reducido del que tenían ya en esa calle. Al restaurante de la esquina de enfrente le ocurre otro tanto. Una trabajadora explicó que nadie del Ayuntamiento les avisó de un cambio tan drástico.

Mientras los operarios plantaban los bancos, de una sola plaza, y papeleras, ya se formaban los primeros corrillos de vecinos y curiosos, ansiosos por recuperar este espacio y hacerse a su nuevo aspecto. Se empezaban a acostumbrar a la nueva piel de la plaza del Parque.