José María Toro defiende que los adultos, los padres, madres y profesores, deben formarse no tanto para saber qué hacer con los niños sino para reconstruirse a sí mismos y acompañarles «de la mejor manera posible» en su proceso educativo. En su conferencia de mañana tiene previsto plantear «tres momentos». El primero «conversacional, tipo ponencia». En el segundo los asistentes harán «un viaje al corazón» para que sepan cómo hacerlo porque, sostiene, no es posible llevar a los niños a un sitio que ellos desconocen. Y en el tercero se verán «imágenes de cómo los niños hacen ese viaje, de cómo les cambia la cara, que es una cosa espectacular», asegura.

-En relación al título de su conferencia, ¿qué debe pesar más en la educación, la razón o el corazón?

-La educación y el corazón deben pesar por igual, lo que pasa es que hay un predominio de lo racional y lo emocional; hasta muy recientemente, no ha sido considerado objeto de atención ni en la familia ni en la escuela. Estos han sido ámbitos en los que las emociones quedaban en la cámara oculta, en los sótanos, en eso que se llama el currículum oculto. Cuando yo hablo de 'co-razón' lo hago para advertir, en una propuesta de educación emocional, de que también tiene que entrar el componente racional. No se trata de puro sentimentalismo, sino de integrar, de ir avanzando hacia una persona más integrada.

-¿Qué es la educación emocional que usted defiende?

-Educar con 'co-razón' es una propuesta para posibilitar que los niños puedan conectar, en un contexto grupal con sus compañeros o incluso en el ámbito de la familia, con esas emociones con mayúsculas que nos hacen más humanos. Es la posibilidad de acompañarles a través de una experiencia de interioridad en la que pueden volver a conectar con la paz profunda, con la ternura, con una alegría serena que siempre se les está esperando ahí dentro.

-Algo que se dejaba de lado en las familias y en la escuela...

-No es que haya quedado de lado. Es que antes, en las generaciones anteriores, esto ni siquiera se consideraba. Aparecía una emoción y enseguida se reprimía. Aquello tan conocido de 'los niños no lloran'. O que si un niño sentía tristeza, rápidamente el adulto se prestaba a hacerle cosquillas, a contarle un chiste. Eso responde a que los adultos de hoy no fuimos educados en la emoción por nuestros padres; es una cosa que estamos aprendiendo ahora.

-¿Y cómo se educa en las emociones?

-Hay muchas maneras. Yo considero que la forma ideal es lo que yo llamo aprendizaje atmosférico.

-¿En qué consiste ese aprendizaje atmosférico?

-Uno aprende no porque te lo enseñen o porque te lo muestren sino porque es algo que respiras de manera continua cuando estás al lado de adultos. Es decir, si un niño está rodeado de adultos que son serenos, que abordan las cosas con rigor, con autoridad si quieres, pero con ternura, y lo vive un día y otro, en las situaciones más espontáneas y más cotidianas, eso va modelando su personalidad. En cambio que un padre o maestro hable al niño de respeto y en los sucesos más cotidianos el niño siente que no lo respetan a él o ve conductas en las que los adultos le piden una cosa que no viven, ese aprendizaje será muy débil, muy frágil.

-Pero si decía que los adultos no hemos sido educados en las emociones, conseguir transmitirlo a los niños debe suponer un esfuerzo...

-Esfuerzo es una palabra que no me gusta nada, yo lo cambio por entrega. Los adultos nos tenemos que entregar a un proceso de autoconocimiento donde pulir, limpiar, nuestro ámbito emocional, porque vivimos una infancia en la que no se dio cauce, no se elaboró esto. Entonces, tenemos un montón de actitudes, de formas de conducirnos, que a veces no facilitan el encuentro con los niños. Yo siempre digo que uno no puede dar lo que no es y, sobre todo, que no puede no dar lo que es. Para mí la formación de los adultos, sean padres o maestros, tiene que venir orientada no tanto a qué hago con los niños sino a cómo me hago yo, cómo me reconstruyo como educador adulto para acompañar de la mejor manera posible el proceso educativo con los chavales.

-¿Y cómo debe reconstruirse el adulto, qué pasos debe dar?

-Esa es toda una formación que está orientada hacia el autoconocimiento del adulto, para que sepa cómo ha ido construyendo su persona, su personalidad, y aprenda a gestionar sus propias emociones, porque los niños no aprenden de lo que decimos sino que ellos nos aprenden a nosotros.

-¿Se trata de un proceso de reflexión individual?

-Más que de reflexión, hay una palabra que define mi propuesta formativa con los maestros, con los niños, con los padres: pedagogía de la incorporación.

-¿Qué significa?

-Una cosa es que tú sepas una cosa, tener la información de algo, y otra que lo incorpores. Por ejemplo, puedes leer un libro sobre la serenidad y ya sabrás cosas sobre ella, pero otra cosa es que incorpores la serenidad que es pacificar tu cuerpo, adquirir un tono muscular justo, un estado en los ojos, una manera de respirar, una forma de posturarte y caminar, de hacer los gestos cotidianos... La formación que yo planteo no es tanto de información sino de que se pueda incorporar otro modo de presencia, porque educar con co-razón propone otro modo de presencia. Y esa presencia hay que construirla, y se construye en el cuerpo, que para mí es un cuerpo de cuerpos; es la integración de nuestra dimensión física o somática, emocional, mental, energética y espiritual.

-¿Cuál es el principal enemigo para educar con el corazón en la sociedad actual?

-Más que enemigo, hay dinámicas que no favorecen. Nuestra cultura es una cultura de la exterioridad, del hacer, que continuamente nos está lanzando a mirar pantallas en vez de mirarnos a nosotros mismos; que nos lanza una sobreestimulación desenfrenada pero además precoz. La dinámica, la atmósfera que los niños respiran, no propicia una cierta serenidad que pueda equilibrar esa expansión, ese movimiento, que es la etapa en la que un niño está. Porque un niño que está creciendo tiene que ser movimiento, es expansivo, pero necesita adultos que con su vibración le pacifiquen para que eso no degenere en agitación, en impulsividad, desbordamiento, necesita que encaucen su energía. El gran reto de los adultos de hoy no es reprimir la energía de los niños, sino poder encauzarla, porque será una riqueza grandísima.

-¿En este proceso es también un obstáculo la falta de tiempo de los padres para estar con sus hijos?

-No es falta de tiempo. Los padres de hoy tienen 24 horas al día, como tenían nuestros padres, abuelos y tatarabuelos. No es falta de tiempo, es exceso de tareas. Si digo que tengo falta de tiempo la sensación es de que necesito más horas, pero si las tuviéramos, seguiríamos con la misma sensación porque estaríamos haciendo más cosas aún. Luego no es falta de tiempo, es exceso de tareas. Esto significa que tenemos que hacer un discernimiento para ver el tiempo que tengo a qué se lo voy a dedicar, a las urgencias -que a veces son muy poco importantes- o a lo que es esencial.

-¿Puede poner algún ejemplo?

-Una de las características de los padres de hoy es que son auténticos taxistas de los hijos: los están llevando de un sitio a otro. Pero una cosa es llevar a los niños de un sitio a otro y otra es estar con los niños. Y claro, el adulto tiene la sensación de que no para. Y yo creo que tenemos que simplificar, hacer más sencillas y simples la vida en la familia y las escuelas, recuperar otros ritmos. Más que cosas u objetos, lo que un niño necesita es interacción humana que le ayude a escuchar la música que tiene dentro.

-¿Cómo crecen los niños que se educan de esta manera con el corazón?

-En esta generación ya hay niños que están recibiendo una educación, un trato, como nunca han tenido; afortunadamente hay muchos grupos de padres y madres conscientes de que han descubierto la necesidad de formarse para ejercer su paternidad y maternidad de forma más responsable y adecuada. Un niño es una semilla y él ya trae dentro todo el potencial que va a poder desarrollar en su proyecto humano; desde fuera no vamos a añadir ni un gramo a nada que él no tenga dentro. Ahora bien, lo que necesita es tierra acogedora y fértil, sol, calor humano, agua, esa lluvia -que es un símbolo de lo emocional-, necesita las emociones realmente humanas que le ayuden a que lo mejor de sí mismo y ser un regalo para el mundo.

-¿Y de esta manera conseguiremos niños felices?

-A ver, hay niños que son felices estando todo el día enganchados a internet. Hay que precisar qué es la felicidad, porque esta sociedad ha rebajado la felicidad a niveles muy bajos. Para mí la felicidad es el resultado inevitable de cuando uno conecta con su esencia más auténtica, cuando uno realiza su destino, su proyecto humano. Entonces yo creo que sí, que la familia y la escuela tienen que ayudar a que cada niño se conozca mejor lo mejor posible a sí mismo para que en ese autoconocimiento pueda luego multiplicar sus dones, habilidades, y que todo eso lo haga con una conciencia de servicio a la vida.

-¿Qué quiere decir?

-Que ya no es que yo desarrollo mi inteligencia, mi habilidad matemática, para estafar o engañar a otros. Sino que yo utilizo los dones que la vida me da desde un profundo agradecimiento para devolver a la vida lo que antes me ha entregado. Y eso no lo puede aprender un niño por un programa informático o a través de una pantalla, eso lo tiene que respirar y ver que los adultos que le rodean lo viven.

-¿Y todo esto que plantea es posible en el sistema educativo actual, por ejemplo?

-Los sistemas educativos, las leyes, la normativa administrativa, la burocracia, a veces te condicionan y te pueden afectar negativamente, pero yo pienso que hay un margen de libertad muy grande y que a veces las rejas las llevamos dentro, que a veces es el maestro o la familia la que se autocensura, se autolimita. Los condicionantes están ahí, son los estímulos los que están fuera, y los educadores tenemos que aprender que la única creatividad posible es cómo uno responde, se sitúa y hace frente a las limitaciones. Así, los estímulos, los límites, ya no son un obstáculo, sino una posibilidad, y esta dificultad no es un castigo divino sino que es un reto.