Los primeros en embarcarse miran la mano que les tiende Ramón, el patrón. «Dame la mano», indica. «Mejor la otra», corrige. En el mogollón de niños, políticos, patrocinadores y responsables del Club Nàutic de Sant Antoni que se arremolinan en el extremo del pantalán alguien esboza un «en la mar nunca se rechaza una mano». Segundos más tarde, los 26 escolares de quinto curso del colegio Can Raspalls (Sant Jordi) están ya a bordo. Ríen. Se llaman de un barco al otro. Los monitores no les quitan ojo. Tampoco los patrones, que les animan a descubrir los rincones de las embarcaciones en las que el club organiza este año la Setmana del mar.

Este año participan en la iniciativa cerca de 600 escolares de quinto curso, detalla Quique Mas, director del proyecto, antes de que los alumnos de Can Raspalls se dirijan a los barcos. Un total de 280 de estos escolares disfrutan de una semana de actividades destinadas a aprender, amar y cuidar el mar. Son los ganadores. Los que diseñaron las mejores mascotas para la 'Setmana'. Otros 300, los que se quedaron a las puertas, en vez de una semana disfrutarán de un día en el mar.

El mar en la escuela

Los alumnos de Can Raspalls almuerzan al sol, acompañados de sus monitores y profesores, mientras en el interior del Club se celebra la presentación oficial de la iniciativa. El alcalde de Sant Antoni y presidente de Es Nàutic, Josep Tur, Cires, recuerda que desde que se puso en marcha el proyecto, hace ahora 22 años, para compensar que el conocimiento del mar no está incluido en ninguna etapa educativa, en él han participado más de 8.000 escolares de las Pitiusas.

Mas, que se refiere a los participantes como «jóvenes grumetes», destaca que el objetivo del proyecto es que esa semana que los niños pasan dedicados por completo a conocer el mar, la navegación y la costa de Sant Antoni es que sea una experiencia «inolvidable». Y que esa experiencia les anime a seguir descubriendo. Sentado en la mesa de la presentación, el concejal de Deportes de Sant Antoni, Antonio Lorenzo, entiende perfectamente a Mas. Él es uno de esos 8.000 niños a los que se ha referido Cires. Minutos más tarde, mientras se dirige con la comitiva hasta los veleros en los que se montarán los alumnos de Can Raspalls, recuerda aquella semana. «Fue increíble», asegura.

El directo de la Semana del Mar hace hincapié en que el proyecto no sería posible sin el apoyo de las instituciones y de los patrocinadores. En ese momento dirige la vista a la directora del área de Ibiza y Formentera de La Caixa, Belén Villalonga, y al gerente de Eroski en las Pitiusas, Antonio Moya, asistentes a la presentación. Villalonga destaca los valores de la iniciativa: medioambientales, educativos y de integración de las personas con discapacidad. Estas últimas volverán a disfrutar del mar durante la primera semana de marzo. «Esta posibilidad rompe barreras», afirma María José Rivero, técnico de la Asociación de Personas con Necesidades Especiales de Ibiza y Formentera (Apneef), que destaca que el año pasado los chicos que se embarcaron «lo disfrutaron mucho». «Es muy positivo para ellos», añade Víctor Navarro, de la Asociación Pitiusa de Familiares de Enfermos Mentales (Apfem), que destaca que los usuarios de estas asociaciones no tienen en la isla «muchas oportunidades» para pasárselo bien.

«Ya me hubiera gustado tener algo así en mi infancia», apunta el presidente del Consell de Ibiza, Vicent Torres, que alaba la capacidad del club para, con esta iniciativa, «despertar el interés» de los niños por el entorno marino.

Cuadernos y chalecos

«¿Alguno de vosotros ha navegado alguna vez?», se interesa el presidente al toparse con los estudiantes de Can Raspalls, emocionados porque en unos minutos estarán ya embarcados. Todos corren al interior de la carpa para colocarse los chalecos salvavidas. Sobre los bancos, decenas de cuadernos abiertos. En ellos han estado anotando los datos importantes de las primeras lecciones teóricas: los tipos de nudos, las partes de una embarcación... El lunes tendrían que haber salido ya al mar, pero el mal tiempo lo impidió, por eso están tan alterados, explica José Manuel López, maestro.

Uno de los monitores les pide, uno a uno, que levanten bien los brazos para ponerse el chaleco, que los pequeños se abrochan mientras salen zumbando del aula. «El mío no tiene silbato», comprueba Álvaro con un tono de pena que se le pasa en cuanto escucha el «¡Eo Eo!» de uno de los monitores, reclamando atención. Tras un sonoro y unísono «¡Oé!» como respuesta, Álvaro y el resto de sus compañeros inician el camino a las embarcaciones.

Antes de poner un pie en el pantalán, Hiedra, monitora, les advierte: «Aquí, ni se corre ni se juega. Y quien no haga caso se queda en tierra». Los pequeños cambian el gesto. Se ponen serios y, aunque les cuesta, avanzan con paso tranquilo por el embarcadero, donde se cruzan con un par de navegantes que vuelven de hacer la compra antes de plantarse frente a los barcos, donde Diego y Ramón les esperan ya con una sonrisa y con la mano tendida.