Las lagartijas pitiusas (Podarcis pityusensis) «saben latín», según Valentín Pérez Mellado, catedrático de Zoología de la Universidad de Salamanca, el científico que más ha estudiado al reptil de estas islas. Al menos reconocen a las serpientes como una amenaza y no se quedan embobadas cuando ven una o cuando la huelen. Mellado lo comprobó en un experimento que realizó en 2014 junto a sus alumnos. Las podarcis se volvían locas cuando las metían en un terrario donde poco antes había reptado una culebra de herradura (Hemorrhois hippocrepis). Eso, asegura, es el lado positivo de aquel estudio. El negativo es que eso lo han aprendido muy rápido debido a la brutal presión depredadora a la que están siendo sometidas. Saben a lo que se exponen si las tienen cerca. Sienten pánico cuando las ven. Son su pesadilla.

Mellado expondrá el resultado de ese experimento este viernes 20 de enero en el Club Diario de Ibiza, junto a la doctora en Biología y también experta en lagartijas Ana Pérez Cembranos en una charla a la que han titulado ´Depredadores y presión humana. Viejas y nuevas amenazas de la lagartija ibicenca´. A juicio del herpetólogo, «esas amenazas sobre la especie Podarcis pityusensis han sido siempre un poco las mismas: la presión humana y la presión de la depredación, que en parte es fruto de la presión humana, pues los depredadores suelen haber sido introducidos por los hombres». Cuando se enfrentan a depredadores naturales «no pasa nada, pues las poblaciones nunca se extinguen como consecuencia de la presión de la depredación natural».

Pero la presión por depredación ha tenido consecuencias muy diferentes en las dos especies hermanas de lagartijas de Balears. En el caso de la lagartija balear (la Podarcis lilfordi), se extinguió completamente en las islas principales, en Mallorca y en Menorca. Su presencia quedó así reducida a los islotes que las rodean. Sin embargo, la lagartija de las Pitiüses sobrevive en la isla principal. Mellado se remonta a los orígenes de esa especie para explicar las razones de tan divergente destino: «Cada una ha tenido una historia diferente. La lagartija balear vivió en una especie de paraíso durante cinco millones de años, pues en Mallorca y en Menorca no había depredadores que la tuvieran como parte de su menú». Relajada, sin que nadie quisiera comérsela, poco a poco perdió gran parte de sus mecanismos antidepredadores. «De ahí -prosigue Mellado- que cuando hace unos 5.000 años llegó el ser humano a Mallorca y Menorca acompañado de depredadores alóctonos, ya había perdido su capacidad de defensa. Los animales que introdujo allí el hombre acabaron con ellas en las islas principales y solamente se salvaron en los islotes costeros». Se las zamparon fundamentalmente «los gatos, las comadrejas y las martas, que antes no existían allí. Luego también se introdujeron serpientes, pero apenas tuvieron relevancia», asegura el científico salmantino.Cinco millones de años amenazadas

El caso de la lagartija pitiusa es totalmente distinto, a pesar de que Mallorca está a tiro de piedra: «Vivían en un mundo diferente en el que no había mamíferos, excepto los murciélagos, pero en el que existía una cantidad enorme de aves que, en muchos casos, eran depredadores de lagartijas. Había lechuzas gigantescas, todo tipo de bichos que seguro ejercían una acción intensa de depredación sobre las podarcis. De ahí que durante cinco millones de años las lagartijas pitiusas se adaptaran a la presión de los depredadores, los reconocían. Sufrirían más o menos, pero como todas las poblaciones naturales. Una parte de la población que siempre es minoritaria, moría como consecuencia de su caza, pero la mayor parte estaba adaptada y tenía mecanismos de defensa».

Al contrario que en el resto de Balears, esos reflejos se mantuvieron intactos cuando el hombre se aposentó en Ibiza y Formentera acompañado de todos los animales que introdujo: «En Mallorca y Menorca no supieron defenderse porque durante cinco millones de años no habían tenido depredadores. En las Pitiusas, por el contrario, llevaban cinco millones de años bajo esa amenaza. Sabían protegerse. Cuando el hombre llega con gatos, ratas y ginetas, las lagartijas ya sabían latín. Por eso aún perviven hoy en día en la isla principal».La esperanza

Y eso, según Mellado, es una de las ventajas que tiene la lagartija pitiusa frente a la invasión de las serpientes de la Península: «La esperanza es que las culebras tienen enfrente a una especie de lagartija que lleva millones de años plantando cara a los depredadores. La presión de depredación de esos depredadores es brutal, pero no todo está perdido porque reconocen como a las serpientes como una amenaza, tal como hemos comprobado en un par de experimentos», indica el zoólogo.

En esos experimentos trabajaron con la lagartija balear y con la de las Pitiusas: «Comprobamos que las lagartijas baleares no identificaban a los ofidios introducidos. No saben ni quiénes son. La lagartija italiana que vive en Menorca, que es más o menos contemporánea a la introducción de esos depredadores, sí les identifican perfectamente. Hay una situación intermedia en la lagartija de Marruecos, que también se encuentra en Menorca».

Los resultados fueron muy diferentes con las lagartijas de las Pitiusas: «Lo asombroso es que la Podarcis pityusensis de la isla principal conoce ya perfectamente cómo huele la culebra de herradura. Lo sabe de una forma asombrosa. En solo 10 años ya han aprendido que suponen una amenaza».En sa Sal Rossa no las temen

También trabajaron con la lagartija del islote de sa Sal Rossa: «Lo más alucinante de todo es que al hacer el experimento con las podarcis de ese islote, donde jamás ha habido una culebra, eran incapaces de reconocer ese olor, esa amenaza, a ese depredador. Esa es una prueba segura de que la lagartija de la isla principal ha sufrido esa presión durante los últimos diez años, que no es una reminiscencia de experiencias con ofidios de hace miles de años, que no las tuvieron porque no hay registro fósil de eso. Podría ser una posibilidad, pero se descarta desde el momento en que las lagartijas del islote de sa Sal Rossa no reconocen a las culebras de herradura».

A juicio del catedrático, eso tiene dos lecturas: «La positiva es que el bicho está preparado para reconocer la amenaza. Ya sabe reaccionar ante esos depredadores. Eso da una cierta esperanza de que no haya una extinción masiva de las lagartijas de Ibiza». Y luego está el lado tenebroso de este asunto: «La lectura negativa es que esa presión de depredación ha sido tan brutal que ha provocado ese aprendizaje tan rápido de las lagartijas. Ese aprendizaje no se explica si no hubiera una presión enorme. Prácticamente, todos los individuos han debido tener malas experiencias con ofidios. La culebra debe de estar en toda la isla porque lo que es seguro es que ningún pariente del norte de Ibiza ha comunicado esa información a las del sur por carta. Es evidente que tienen que haber experimentado directamente, de alguna forma, la presencia de esos ofidios». Lo dice porque en la zona en la que capturaron las lagartijas con las que experimentaron, cerca de sa Casilla (en el kilómetro 5 de la carretera de Sant Josep), no había evidencia de que hubiera culebras: «Pero las hay fijo. La culebra de herradura debe de estar distribuida en la actualidad en toda Ibiza».

Le queda la duda de qué pasaría en otros lugares: «Por eso probaremos ese experimento en otros islotes y en más zonas de Ibiza». No obstante, las reacciones que observaron en los reptiles no dejaron, asegura, opción a duda alguna. Usaron tres tipos de terrarios. Uno olía a la serpiente que habían depositado allí durante una jornada. Otro carecía de olores. Y el tercero tenía un olor pungente, como una colonia, que las lagartijas detectan pero que carece de significado para ellas. Cuando las metían en el terrario donde había estado un ofidio, había «unos resultados descarados. Tenían conductas antidepredadoras, como moverse mucho más, intentar escapar u ondular la cola, que es el paso previo a la autotomía (se cortan la cola para dejar un señuelo y así tener más posibilidades de escapar). Eso no sucedía en los terrarios controles». En el que olía a culebra «se volvían locas».

Les sorprendió que reconociera «perfectamente» a la culebra de herradura como un depredador: «La podarcis ha desarrollado unos mecanismos de defensa que funcionan muy bien. Lo malo es que la presión que han soportado ha sido tan enorme que ha disparado ya esos mecanismos antidepredadores».