En el CEIP Sant Carles siguen firmes en sus convicciones. Pese a las informaciones que les llegan -la última, la presentación de los presupuestos del Ayuntamiento de Santa Eulària, que prevé 2 millones de euros en dos años para los trabajos- mantienen su rechazo a la ampliación que les quieren imponer.

Su argumento: «El proyecto educativo del colegio peligraría, pues está basado en una relación amable con toda la comunidad», señala la directora, Mercedes Ibarrola, quien agrega que esa relación es posible ya que tienen un número adecuado de alumnos que permite que todos se conozcan: familias, profesorado y niños. «Perder esto es normativizar mucho más, es perder la frescura», insiste y apunta que actualmente son 270 alumnos y que con la ampliación pasarían de 400.

Ibarrola define el CEIP Sant Carles como una escuela holística en la que se educa a los niños en la parte intelectual -«este año formamos parte de un proyecto de innovación pedagógica»-, y también en la personal, «a nivel emocional y de valores». Así, realizan actividades dirigidas a atender la «parte emocional y de desarrollo personal en el grupo» como establecer acuerdos en clase para que la convivencia «sea la que deciden los alumnos que les gusta» o contar con un espacio de relajación «donde experimentar que los estados anímicos alterados se transforman».

También crean otros espacios en clase que tienen que ver «con relaciones personales ricas y sanas», como «la caja amiga» en la que explican aquello que quieren o que no pueden decir hablando o «un rincón de la paz» donde se resguardan cuando no se sienten bien «con ellos mismos o con los demás». «Estas son experiencias concretas que los alumnos experimentan desde Infantil», apunta Ibarrola.

Protagonistas del aprendizaje

Son un centro ecoambiental y plantean el conocimiento con contenidos agrupados en temas de interés, algunos diseñados por los proyectos que trabajan y otros elegidos por los niños. Además, están inmersos en un proceso de innovación educativa en el que plantean «un cambio de mirada» hacia el alumnado -al que convierten en el protagonista de su aprendizaje, teniendo en cuenta su punto de desarrollo individual-, las familias -con las que buscan trabajar en común y a las que proponen actividades en las que participen, además de abrir «las instalaciones a sus necesidades»- y el papel de los docentes.

«Y hemos constituido una comunidad de aprendizaje para que la escuela esté realmente integrada en el entorno», cuenta Ibarrola, quien añade que forman parte de ella «las asociaciones del pueblo, el coro, el grupo de ball pagès, representantes del banco, de hostelería, del comercio, regidores del pueblo, instituciones como el Ayuntamiento y el Govern, las familias y representantes de los alumnos», que se reúnen dos o tres veces al año y proponen actividades que hacen a lo largo del curso escolar.

«Nuestro objetivo es la mejora del rendimiento del alumnado y la construcción de un colectivo que realmente sea capaz de pensar y actuar en relación al medio», afirma la directora, quien agrega que garantizan el aprendizaje «a partir de saber que el alumno se siente bien».

Reinventarlo todo

Ibarrola sostiene que si el centro ve ampliado el número de alumnos, no podrán trabajar del mismo modo. «Habrá que reinventarlo todo y no sabemos por qué. Será otro proyecto, el mismo no», asegura, y agrega que son años de búsqueda de su propia identidad y formación de sus profesionales.

La directora reconoce que hay centros con dos líneas que trabajan por proyectos, pero sostiene que en el CEIP Sant Carles no solo hacen eso: «El trabajo por proyectos sería la parte intelectual de desarrollo, pero la parte social, personal, emocional, individual, tiene la base en una escuela amable, de pocas personas», que es la que se resentiría.

Esta opinión del centro es compartida por padres y madres. Corina Himelstein, madre de una alumna de 11 años y de otro de 4, explica que ella lleva a sus hijos al centro -tras una experiencia anterior- porque buscaba precisamente un lugar donde sus hijos desarrollen su parte emocional. «La corriente de escuela viva, de respetar necesidades de cada niño», apunta, y resalta el desarrollo «en comunidad». «Se cuidan todos», destaca. Tanto ella como Begoña García, que tiene otros dos hijos en el colegio, defienden el proyecto y una educación de calidad. «¿Por qué estropear una cosa que funciona?», pregunta García, mientras Himelstein reconoce que no todos los papás y mamás quieren lo mismo y que hay quienes están contentos porque «se puede hacer otro edificio y un polideportivo». «Pero no siempre más es mejor», apostilla.

García valora la cercanía, conocer a los niños -algo que no será posible con 400-; el espacio, con un bosque, cuya vista está tapada en parte por las aulas prefabricadas que instalaron a principio de curso -que ocuparán mas niños-; el que no haya «cemento» -que cambiará-. Himelstein añade «la empatía».

Ni ellas ni Ibarrola entienden el porqué de la ampliación cuando de Sant Carles «hace muchos años que no quedan alumnos fuera en el plazo de matrícula», pues, además, el hecho de no tener comedor hace que haya familias que no lo elijan como opción. Añaden que no se trata tampoco de que falten plazas para alumnos recién llegados e Ibarrola ofrece a matricular niños puntualmente en algún grupo que sea necesario, como ya han hecho, si Educación les facilita los medios.

«Nosotros propusimos que hagan otro colegio en Sant Carles, con otro equipo y otro proyecto, si tanta es la necesidad aquí», comenta García, quien lamenta que quieran «restar a lo que es positivo».