Quince camareras de piso, Kellys, como se han autodenominado en la lucha por unas condiciones laborales dignas, aguardan frente al edificio de los sindicatos. En un primer momento, se muestran un tanto cautas a hablar, pero cuando se les garantiza que no se publicarán sus nombres, se relajan. Y se sueltan. Tienen ganas de hablar. De denunciar su día a día, lo que sufren mientras sacan brillo (físicamente) a la hostelería de la isla. Son quince, pero la voz es la de una sola, porque las historias, no importa el hotel ni la categoría, son calcadas.

«No nos pagan las horas extras», afirma una, la primera en atreverse a hablar, un comentario que actúa como pistoletazo de salida. Las voces y comentarios se solapan. Están juntas. Unidas en una misma lucha. Por ellas mismas, por sus derechos y por su dignidad como trabajadoras.

Parecen sacudirse los miedos unas a otras. Una apunta: «Nos prohíben dar parte a la mutua cuando tenemos un accidente en el trabajo. Dicen que tenemos que ir al hospital». «Así se ahorran la investigación», continúa otra. «Si estás contratada hasta las tres, no acabas hasta las cinco.

El seguro no cubre lo que te ocurra en esas dos horas», continúa una tercera haciéndose oír por encima del barullo que se ha formado mientras esperan la reunión con la eurodiputada de Izquierda Unida Paloma López.

Contrato de 4 horas, jornadas de 10

Contrato de 4 horas, jornadas de 10Todas, las quince, aseguran que hacen horas extras que no les pagan ni les devuelven en tiempo. La mayoría están contratadas para menos horas de las que en realidad hacen. Eso sin contar el tiempo extra al que se ven obligadas si quieren mantener sus puestos de trabajo. Ninguna de ellas ha notado los efectos de la buena temporada ni del incremento de las plazas hoteleras de cuatro y cinco estrellas. En el sueldo, porque sí lo han notado en otros aspectos.

Han tenido mucho más trabajo. Y más complicado. A lo que los hoteleros llaman habitaciones «premium» algunas las llaman, irónicamente, «bombones». Y es que en una de estas habitaciones hay que poner tazas para el café o el té, albornoces, pantuflas, vasos, copas, servilletero... Un trabajo que, bien hecho, les llevaría dos horas, pero que tienen que acabar en mucho menos.

«Unas 22 habitaciones en ocho horas», indica una, comentario al que una compañera responde: «Nosotras 24». Eso saldría a unos 20 minutos por cuarto si no hubiera que descontar el tiempo que pierden al ir de una punta a la otra de los establecimientos. Para hacer las habitaciones así como los clientes van saliendo de ellas y para ir a buscar el material que les falta. Porque nunca hay suficiente. O se lo entregan justo en lavandería. «Hay toallas o sábanas rotas o manchadas que no se pueden poner. Eso te obliga a ir a buscar otras», relata una trabajadora, que denuncia que en su hotel, además, tienen que cargar docenas de sábanas y toallas a peso porque no tienen carrito. Y por las escaleras. Lo mismo que las camas supletorias o las cunas. «Y las neveritas», se oye en el grupo. Además, cada nueva reforma que sufre un hotel aleja más la lavandería y los almacenes de las habitaciones. Paseos más largos y más tiempo perdido. Sus podómetros llegan a marcar 14 kilómetros al final de la jornada laboral.

Sin tiempo para comer

Sin tiempo para comerA esas ocho horas también habría que descontar el rato de comer. Pero eso, afirman, es ciencia ficción. Sólo con el trabajo que les toca ya hacen todos los días entre una y dos horas más de las ocho que se supone que trabajan (de las cuatro que estipula su contrato), «pararse a comer significa salir aún más tarde». Consecuencia: casi ninguna come en esas ocho o diez horas algo más que alguna de las chocolatinas que dejan los clientes. Una de las trabajadoras más jóvenes asegura: «Un día me pillaron comiéndome un yogur en el pasillo y me cayó una bronca».

La cada vez mayor presencia de cristal, acero y superficies lacadas les ha complicado mucho el trabajo. Requiere más tiempo dejar las habitaciones impecables para que los clientes no protesten. Porque cuando lo hacen las malas caras y los comentarios de sus superiores les hacen la jornada laboral realmente insoportable. Aseguran que se sienten presionadas en todo momento porque saben que si no hacen las habitaciones que toca (da igual la hora a la que acaben) y como toca (da igual si tienen los materiales para ello) habrá consecuencias. Represalias como asignar más habitaciones «de salida» de las que pueden asumir: «A mí me tocan tres por día, pero sé que si protesto me pueden caer cuatro». Las habitaciones que abandonan los clientes requieren más tiempo y una limpieza más a fondo porque deben estar impecables para el nuevo huésped. Cuantas más de estas habitaciones les asignan, menos tiempo les queda para las demás.

2,5 euros la hora

2,5 euros la horaTodo ello por unos sueldos que pocas veces alcanzan los mil euros. En ocasiones cobran al mes mucho menos que lo que vale una sola noche en una de las habitaciones que limpian. Si hacen la cuenta no cobran ni tres euros por hora, comentan en el último minuto, antes de entrar en la sede de los sindicatos para reunirse con Paloma López, que ha escuchado, discreta, buena parte de la conversación.

Ya en el salón de actos se hace el silencio mientras esperan que la eurodiputada y la secretaria de organización de Comisiones Obreras en las Pitiüses, Consuelo López, se sienten. El fotógrafo saca a las trabajadoras de espaldas, como habían acordado para evitar represalias. Al escuchar el ´clic´ del disparo, una de ellas se gira: «¿Sabéis que os digo? Que a mí no me importa que me saquen». La reacción de las demás es inmediata: «Que nos vean. Que nos vean a todas. Que no nos escondemos».