­­-Las autodenominadas Kellys están en pie de guerra. ¿Qué se hace en Europa con esto?

-Lo primero, reivindicar que deben recuperar sus derechos y la negociación colectiva. Hay que exigir sus derechos, especialmente de todas aquellas que están fuera del convenio del sector. Deben incorporarse a él y, en consecuencia, eliminar las discriminaciones y brechas salariales que se están produciendo con las camareras de piso. Eso, en general.

Luego hay muchos otros temas que solucionar.

-¿Por ejemplo?

-Tienen turnos de trabajo tremendos y grandes problemas de salud laboral, problemas músculo esqueléticos. La mayoría dicen que para poder comenzar a trabajar cada día tienen que medicarse. No hay un reconocimiento profesional, como enfermedad, lo que las deja desamparadas. Y luego está la presión a la que las tienen sometidas: tienen que cumplir con unas condiciones que no son normales con un estrés adicional y una situación verdaderamente muy difícil de soportar. En octubre un grupo de camareras de pisos, representantes de las trabajadoras, estuvo allí y presentamos a la Comisión Europea una pregunta parlamentaria.

-¿Qué preguntaron?

-Si conocía las condiciones en las que ejercen su actividad, los problemas de salud laboral asociados, incluidas las situaciones de estrés, y qué medidas piensa adoptar para finalizar con esta precariedad y discriminación. Estamos esperando contestación. Es fundamental dar a conocer la problemática, que es común a toda Europa con incidencia particular en determinados sitios como el Estado español, la costa o las islas, donde en determinados momentos la situación se agudiza muchísimo.

-Estamos en la isla del lujo, de los cinco estrellas, donde la temporada ha sido muy buena. ¿Ellas lo han notado?

-Es lo que estamos relacionando. Las temporadas turísticas están empezando a ser muy buenas. Los beneficios y el porcentaje del PIB están creciendo y, sin embargo, el empleo no sólo no crece, sino que empeora. Hay un incremento de las jornadas parciales que luego se convierten en muchas más horas de trabajo que el tiempo por el que estas mujeres están contratadas. Hay unas condiciones absolutamente precarias y una baja calidad del empleo. No puedes sostener un servicio y un sector que pretendes que sea de calidad si no tienes a los trabajadores en unas condiciones dignas, y esto no se está produciendo.

-Imaginemos que las camareras de piso, en Eivissa en plena temporada, se ponen en huelga.

-Pues igual se colapsarían los hoteles. Se tienen que dar cuenta de que cuando un cliente llega a un hotel exige unos estándares mínimos de limpieza, orden y calidad y eso recae sobre el trabajo de estas mujeres que se están dejando la vida en ello. Digo en el sentido estricto del término que se están dejando la vida en ello. Si los empresarios no son capaces de darse cuenta de que ellas son el núcleo de la primera impresión que un cliente se lleva del hotel, tienen un problema muy grave y más vale que se pongan un poquito las pilas.

-¿Qué responsabilidad tenemos los clientes? Si hay un sello de garantía de comercio justo, ¿no debería haber un sello de garantía de trabajo justo?

-Sí, es algo que hemos comentado porque hay cadenas de hoteles que cumplen con el convenio y llevan las cosas a rajatabla. No nos tendría que dar miedo decir que, siempre que se pueda, hay que ir a estos hoteles porque cumplen con la normativa laboral, las condiciones, los convenios y empezar a poner en práctica nuestro poder como consumidores. Decir «aquí no vamos porque no se garantizan las condiciones justas de los trabajadores». Establecer un sello de garantía, una marca de calidad, que muestre el compromiso con los trabajadores, que al fin y al cabo hacen que ese hotel tenga una calidad, un valor añadido.

-¿Estaban tardando ya las camareras de piso en reivindicar sus derechos?

-Llega un momento en que es insoportable. Creo que hay también un elemento de género que se ha ido trabajando durante años. Es un proceso, pero ha llegado un momento en que ves que cada vez las condiciones son peores, que la carga de trabajo es mayor, que las responsables meten mucha presión, que crecen los beneficios del sector y que tú eres la última persona de la cadena siendo, precisamente, quien aporta ese valor añadido. No queda otra que saltar. El grado de explotación ha llegado a límites insostenibles. Creo que han sido pacientes y prudentes, pero ha llegado el momento de decir que hasta aquí han llegado.

-¿Se han dado cuenta de que es un problema de todas? ¿Que le pasa a la compañera, la trabajadora de otro hotel, de otra isla, incluso de la otra punta del país?

-Sí, por eso es tan importante estar juntas, unificar el conflicto, ver que no es individual, sino que es una situación colectiva. Hacer una oposición conjunta y estar unidas en la batalla que se tenga que presentar. Hay que animarlas a que sigan con esta lucha. De momento, las está dando a conocer, poniéndolas en el foco y haciéndolas visibles, que no es poco. Imagino que si no consiguen resultados tendrán que plantearse otras alternativas.

-Cobran muy poco.

-Una media de 2,5 euros la hora, quizás tres. Trabajando siete días a la semana, de lunes a domingo, cambiándoles los horarios, contratadas a media jornada pero trabajando ocho horas o lo que toque... Un desastre.

-De manera que cuando acaban la temporada, el paro que les queda no es el que les corresponde.

-Ni el paro ni la jubilación. La diferencia de la pensión en función del género es desproporcionada. Mientras la de un hombre puede estar, de media, en 900 euros la de una mujer, siendo generosa, no alcanza los 700. La brecha es muy importante. Las mujeres tienen lagunas de cotización porque hay altas y bajas, períodos sin cotizar y una incorporación tardía al mercado laboral en el caso de las más veteranas. Y ahora, además, una salida temprana. Es un caos. En cuanto al desempleo, si cotizas sólo cuatro horas cuando vas a cobrar el paro al final dices: «¿Qué estoy haciendo?». Ahí Hacienda tiene recursos, que mucho apretarnos para otras cosas, pero para esto...