En el año 1881, el naturalista y zoólogo valenciano Eduard Boscà, considerado un pionero en los estudios herpetológicos en España, visitó Eivissa y mostró su interés en la ictiofauna que pudiera habitar en el río de Santa Eulària, entonces más caudaloso que hoy. Boscà colectó algo más de una decena de peces de agua dulce de tres especies distintas, que hoy se conservan en alcohol en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas y al que Boscà aportó gran número de especímenes de diversos lugares de España.

‘Squalius alburnoides’. Foto: Joan Costa

Un siglo después de la visita de Boscà, el investigador del CSIC Ignacio Doadrio viajó hasta la isla y ya no encontró rastro de la presencia de Iberochrondostoma lemmingii (boga de boca arqueada), Squalius alburnoides (calandino), Squalius pyrenaicus (cacho) y Luciobarbus bocagei (barbo común), las cuatro especies en las que, finalmente y tras revisar los datos taxonómicos con los que los especímenes fueron registrados en su día, el experto ha redefinido los catorce ejemplares aportados a la amplia colección del museo. Y no sólo no encontró ninguna de estas especies, sino que se sorprendió de que un río tan poco caudaloso hubiese podido albergar peces que no son pequeños. «El barbo puede medir 50 centímetros», explica, «y parece difícil que los ejemplares de esta especie pudieran vivir y prosperar en un torrente con tan poca agua».

‘Squalius pyrenaicus’. Foto: Joan Costa

De hecho, no prosperaron, porque esas variedades se consideran extintas tanto en Eivissa como en el resto de Balears. Y cabe suponer que fueron introducidas, dado que no existen diferencias morfológicas entre estos peces y ejemplares de la Península, diferencias evolutivas que hubieran sido normales por el aislamiento del continente, que se remonta al Mioceno superior. En el Libro Rojo de los Peces de Balears se señala que el momento de esta extinción puede situarse en la primera mitad del siglo XX, «seguramente a causa de desecaciones estivales del río, generadas por la bajada de la capa freática con el uso del agua para el riego». Y a este respecto, Doadrio apunta que en 1919 aún vivían barbos y los otros peces citados, porque el naturalista Luis Lozano Rey, que también fue colaborador del CSIC, se interesó asimismo por la fauna íctica de agua dulce de Santa Eulària y los cita en sus estudios.

‘Luciobarbus bocagei’. Foto: Joan Costa

Cabe preguntarse, por otra parte, cómo llegaron estos peces a la isla.

Y aunque el río de Santa Eulària nunca ha sido el Ebro, los expertos del Govern que han elaborado el mencionado libro rojo se lamentan de que hoy sea poco más que un riachuelo: «Lo que se ha perdido con la desecación del río es todo un ecosistema fluvial, incluso considerando que las especies de peces fueran introducidas». Y añaden, en el breve capítulo sobre la ictiofauna de agua dulce del archipiélago, que la extinción de estas especies en el río «constituye un ejemplo tan ilustrativo como lamentable de los efectos del uso abusivo de un recurso natural, el agua en este caso, sobre la biodiversidad local».

Lo que Doadrio sí encontró en el río de Santa Eulària, y hay que resaltarlo, fueron ejemplares de gambusias, concretamente de la especie Gambusia holbrooki. Esta especie fue introducida en España a principios del siglo XX «para combatir las plagas de mosquitos que propagaban el paludismo». Esta solución biológica tuvo un precio ecológico considerable que se tradujo en el desplazamiento de especies locales con las que las gambusias competían. En la actualidad, tampoco estos peces pueden encontrarse ya en el único río de Eivissa, según señala el biólogo Joan Carles Palerm, que asegura que, por lo que respecta a especies introducidas o invasoras en ese hábitat, el principal problema no es un pez sino un crustáceo, el cangrejo de río americano (Procambarus clarkii), una especie incluida en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras.