-«Ya se ha tirado otro?», preguntó un vecino, aludiendo a los casos de turistas que se precipitan desde sus habitaciones. «Con tanto guardia será algo de drogas», valoró otro. Sant Antoni no es ajeno a los despliegues policiales, pero que el de ayer formara parte de una operación antiterrorista causó estupor entre muchos vecinos, incluso más que la envergadura del dispositivo, que cerró a cal y canto parte de sus calles mientras la Guardia Civil hacía su trabajo.

Los uniformes verdes de la Usecic, la Unidad de Seguridad de la Comandancia, llegados desde Palma, se centraron en la labor de cerrar el tráfico un perímetro de seguridad que iba desde la confluencia de la calle Cervantes con Barcelona hasta la calle de la Mar y, desde ahí, el tramo de la calle Estrella hasta Antoni Riquer. Eran el elemento más visible del despliegue, y, además, debían apoyar a sus compañeros de negro y pasamontañas de la Agrupación Rural de Seguridad, llegados de Valencia. Estos fueron quienes en torno a las seis de la mañana, antes de salir el sol, reventaron las puertas de los pisos donde vivían sus objetivos, el imán de Sant Antoni y su ayudante, en una operación en la que también participa el CNI, informaron fuentes cercanas a la investigación. Con los agentes de élite completaban el despliegue de un centenar de agentes los miembros de la UCE, varias decenas de guardias de paisano, casi todos en vaqueros, registrando las viviendas y diseminados por las inmediaciones.

Todos habían tomado posiciones un rato antes, con varios coches camuflados repartidos estratégicamente para evitar cualquier sorpresa o una alarma precoz de los que iban a ser detenidos y seguramente aún dormían a esas horas. Ellos estaban en pie desde las tres de la madrugada, como explicaba un ojeroso miembro de la Guardia Civil.

Una vez tomadas las casas, por delante les esperaban siete horas de despliegue sin mayor incidente que el ocasional despiste de algún transeúnte -el paso a los peatones se permitió relativamente pronto salvo a la Travessera del Mar-. El pasaje queda justo detrás de la residencia de militares Últimos de Filipinas, y tiene al lado un hotel conocido por sus conciertos de verano, ayer cerrado a cal y canto. El piso del auxiliar queda algo más abajo, en el laberíntico edificio Aloc, junto a una cafetería. Sergio David llegó a las siete de la mañana a trabajar y le hicieron dar la vuelta a la manzana para llegar. «Llama la atención un despliegue así», reconocía. Un parroquiano, Jonathan, le preguntó a uno de los agentes qué pasaba: «Lo que dice la prensa», le replicó. «Pero yo es que no soy mucho de leer», admitía, una vez enterado de lo ocurrido. «Esto es una locura, jamás pensamos que esto pasara aquí», exclamaron Mariana y Mariley, dos vecinas, en las inmediaciones del Aloc. «Sant Antoni es muy pequeño y nos conocemos todos», según Mariana, que considera a los marroquíes «una comunidad bien integrada» en el pueblo.

Pronto llegaron las cámaras y micrófonos y, a eso de las 10.30, los primeros compatriotas y familiares de los detenidos. Todos defendían el carácter pacífico del imán, originario de Tetuán y que llevaba una decena de años en la isla, más de la mitad al frente de la pequeña mezquita Maslid al Fath, según aseguró un pariente de su esposa que no quiso identificarse. «Si fuera un radical no llevaría sus hijas a un colegio como el Cervantes, eso los fundamentalistas no lo toleran». Según él, su pariente político fue víctima de una campaña de «mentiras» en 2010 cuando fue detenido por un supuesto maltrato a los alumnos de sus cursos de cultura árabe en la mezquita y por eso esta vez está convencido de que saldría exonerado de las acusaciones de mantener lazos con el yihadismo internacional: «Es una persona alegre y abierta que no tiene nada que ver con el salafismo» con que el se le vincula desde el Ministerio del Interior.

Mohammed Enoichi, que lleva 40 años en la isla, coincidió en considerar «muy buena gente» al imán, del que nunca habría sospechado: «Integristas hay en todos lados, pero él no». Le preocupa que ahora se estigmatice a la comunidad marroquí de la isla «cada vez que pasa algo, nos miran a nosotros» y señala que todos sus hijos han nacido en la isla.

Uno de ellos es el escritor Hamed Enoichi, que discrepa con su padre sobre lo que ocurría en la mezquita. «Cuando tomaron el control, su mensaje no gustaba y mucha gente se empezó a ir», relató. Enoichi se preguntó por qué la justicia ha tolerado que se impartiera la rigorista formación wahabita en la mezquita: «Muchos marroquíes prefieren alejarse que denunciar, por temor a represalias», aseguró.

La flota de coches camuflados y policiales salió zumbando a las 13.15 para tomar un avión a Madrid y dejando atrás, presa de los nervios según unos allegados, a la mujer del imán, encerrada en su piso. La mezquita seguía abierta poco después de que se marcharan, como si no hubiera pasado nada, y así continuará «para que quien quiera pueda rezar». Sólo el pequeño despacho del imán estaba cerrado, explicó Mohamed Joiad. El imán dirige la oración, pero no es imprescindible en el Islam, por eso no hace falta esperar a un sustituto para el imán. Lo tenía por «una persona muy buena y trabajadora», aunque Joiad advierte que «lo que hay en la cabeza de la gente no se puede saber».