Contra viento y marea, el ecuatoriano Vicente Baudilio Piedra Carrión conseguirá el próximo sábado hacer realidad el sueño que tenía desde que cumplió los 11 años: ser sacerdote. Su caso no es habitual, pues será ordenado a la provecta edad de 52 años. Dará su primera misa una jornada después, a las 11 horas del domingo 2 de octubre, en la iglesia del Roser, coincidiendo con el día de la patrona de esa parroquia. Y el 6 de noviembre se incorporará como párroco en Sant Ferran (Formentera). En esa isla será además vicario de Sant Francesc.

El trayecto vital hasta vestir los hábitos (le encanta llevar sotana, que viste para fotografiarse tras la entrevista) ha sido largo y sinuoso desde que a los 11 años de edad le dijo a su madre que quería ingresar en un seminario. Vivía entonces en Loja, en plena sierra de los Andes, cerca de Vilcabamba, el valle de la longevidad, un paraíso: «El seminario estaba al lado de mi colegio, La Dolorosa. Mi madre, Trinidad Victoria, me dijo que no porque a esa edad yo aún no sabía qué quería. Ella era muy religiosa y me explicó que Dios no era un juguete al que se puede decir ahora te quiero, mañana no. Me propuso que si estudiaba y sacaba el Bachillerato con buenas notas, entonces ingresaría: ‘Si es vocación, nunca se te pasará’, me aseguró».

Sacó buenas notas, pero en el último curso de Bachillerato ella murió de cáncer. Con dos hermanas que cuidar, una de nueve años y otra de 11, fue pragmático y decidió estudiar magisterio. Trabajó diez años como maestro: «Pero nunca dejé de trabajar para la iglesia, bien como misionero en Perú con las Hermanas Teresitas o con los padres Oblatos. Y formaba a grupos juveniles, los integraba a través del deporte, especialmente fútbol sala y voleibol».

Debido a la crisis financiera ecuatoriana de 1999 no cobró durante cinco meses su salario: «Solo recibíamos unos bonos del Estado, que al principio aceptaban en las tiendas. El problema empezó cuando solo querían dinero contante y sonante». Tomó entonces la decisión de venir a España: «No había muchas trabas en esa época: bastaba con disponer de 3.000 euros, un billete de vuelta y un lugar de residencia». Este último fue el de su hermano, que trabajaba desde hacía tres años de camarero en Barcelona y que acababa de mudarse a la isla.

Jardines y hoteles

«No vine con la idea de hacerme cura. Vine a trabajar y a conocer mundo», reconoce. En Ibiza fue contratado en una empresa de limpieza, para poco después ser jardinero durante tres años. Luego fue empleado en hostelería como ayudante técnico de calidad alimentaria en el hotel Bergantín: «Pero no dejé de ir ningún domingo a misa».

Especialmente a la del Roser. Vivía cerca, en la calle Navarra. Un día se le acercó el cura de entonces, Juan de Sousa: «Nos hicimos amigos y al cabo de un tiempo me invitó a ayudarle a dar catecismo». Fue catequista durante diez años. Un voluntario de Cruz Roja, Pepe Riera, le puso en contacto con el obispo Agustín Cortés: «Me encontró un seminario para mayores en Salamanca, pero cuando me tocaba ir allí, llegó el nuevo obispo, Vicente Juan Segura. Agustín me aseguró que todos mis papeles estaban en una carpeta en su despacho y que ya tenía plaza en Salamanca».

Pero su marcha quedó aplazada hasta que fue a estudiar a la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia, donde residió en el Real Colegio Seminario del Corpus Christi. Comenzó sus estudios en 2009 y los concluyó en 2015. Volver a hincar los codos no fue fácil: «Al principio me costó mucho sufrimiento y lágrimas. Al lado tenía jóvenes de 18 años, y yo tenía más de 40. Fue súper complicado».

Casi tanto como solucionar la parte económica: «Los primeros años tenía dinero ahorrado, del que fui tirando. El problema vino cuando se acabó. Tenía beca, con la que abonaba la matrícula y la estancia. Pero había que pagar otros gastos, como los libros. Me ayudó a superar ese escollo la generosidad de dos familias de Ibiza».

Una misa en Ecuador

El siguiente paso, que dio el 9 de enero de 2016 a las 11 horas, fue ser diácono: «Como tal he ayudado desde entonces en la lectura del Evangelio; he predicado, bautizado, casado... Incluso he tenido funerales. De todo menos confesar y celebrar la Eucaristía». Esto lo podrá hacer desde el sábado. Tras ser ordenado y presidir al día siguiente su primera misa en el Roser, volverá a Ecuador el 5 de octubre, donde permanecerá un mes: «Allí celebraré una misa en mi pueblo, junto a mi familia y amigos».

Lo suyo es tesón: «Es lo que siempre he deseado, por lo que siempre he luchado», cuenta este aún diácono que practica el fútbol, que entiende el catalán pero no se atreve a hablarlo («me da apuro porque no sé pronunciarlo bien») y al que fascina la ópera.

Piedra reconoce que es complicado ser cura en Ibiza: «Pero no tanto por las atracciones carnales como por el pasotismo de la gente. Hay un laicismo total, que lo absorbe todo. A mi edad, los problemas con el alcohol, el sexo y drogas y fiestas los tengo bastante superados, más con la ayuda del ayuno, la oración y la Iglesia. Dios te fortalece». No es, en ese sentido, ajeno al hedonismo estival, que en cierta manera casi agradece: «No es que no haya tentaciones, es que no te dejas dominar por la tentación. Eres tú el que dominas a la tentación. Como decía San Agustín, bendita concupiscencia. Si no fuera por la concupiscencia, los curas no tendríamos contra qué luchar, no tendríamos mérito».