Tras padecer un derrame y un microinfarto cerebral, Miguel Ángel Sánchez (Elche, 1949), párroco de Sant Miquel, ha decidido regresar a su tierra natal para llevar una vida más tranquila. Como delegado episcopal lleva una década al frente de Cáritas, con la que durante la crisis llenó el vacío dejado por la Administración para atender a los más necesitados. Y eso, admite, le ha pasado factura.

A punto de anochecer, acaba de pasear a Nicolás, su perro de aguas. Desciende lentamente en una silla mecánica desde su estancia, situada en el piso superior de la iglesia de Sant Miquel. «Es para que no se fatigue», detalla una mujer que junto a otra decena limpia y decora el templo de cara a la fiesta patronal. Esa fatiga es la razón de esta entrevista. Viste vaqueros y camisa (por fuera). Ni un solo símbolo le identifica como cura.

- ¿Por qué se va?

- Es por una razón puramente médica. En febrero de 2014 me instalaron una válvula aórtica artificial. Y eso ya fue duro, aunque salió bien y me recuperé bien. Pero en octubre de 2015 tuve un derrame cerebral, gracias a Dios sin secuelas. En febrero de 2016 tuve un microinfarto cerebral. A la vista de todo eso, los médicos que me atienden han decidido que tengo que cesar totalmente cualquier actividad profesional para evitar que se repita el derrame, que atribuyen a una subida tremenda de tensión, súbita. Ponerme en situación de preocupaciones y responsabilidades es un caldo de cultivo favorable a la repetición del derrame. Lo lógico es que regrese adonde está mi familia. Aquí no tengo a nadie. Lo haré dentro de 10 días.

- ¿Se debe a su labor en Cáritas?

- Cáritas es una entidad de mucho sufrimiento. Tratamos todos los días con personas que sufren mucho. Todos los que estamos involucrados procuramos llevarlo lo mejor posible, distanciarnos. Pero sin lugar a dudas, tiene una influencia directa sobre nuestra vida atender y procurar lo mejor, de todo corazón, a las personas más necesitadas. Es una tarea altruista, gratuita, pero solo en una dirección. Hay una devolución por parte de la persona necesitada, que influye sobre la propia vida. Estamos convencidos, desde el punto de vista cristiano, de que la acción con el pobre es una fuente de conversión personal. Con mucha frecuencia, voluntarios que vienen por razones de generosidad pero indefinidas, al cabo de un tiempo de vérselas con el sufrimiento profundo de las personas a las que atendemos, ven que su vida cambia y empiezan a no dar valor a cosas que hasta ese momento eran muy importantes y se centran en cosas que sí lo son. Cuando se está entre la muerte y la vida, entre la dignidad y la indignidad, muchas de las cosas que forman parte de nuestro mundo cotidiano quedan totalmente relativizadas. Suelo repetir a la gente de Cáritas que somos los más espirituales de la Iglesia. Sin una espiritualidad muy profunda no se puede permanecer al lado de quienes sufren y resistir ese embate. Si esto es así para todos los implicados, para el delegado episcopal es eso multiplicado por cien.

- Y eso pasa factura.

- Sin duda.

- Es sorprendente, por loable, que en sus ruedas de prensa sobre la labor de Cáritas jamás hizo proselitismo, jamás vinculó la entidad con la religión.

- Confiamos en la fuerza evangelizadora de la acción social, en que lo que hacemos sea entendido por la otra persona como la presencia de Jesucristo en su vida. Hay un texto de una institución de la Iglesia católica que se denomina el Sínodo de los Obispos, de 1971, titulado ´La justicia en el mundo´ y en el que se dice que la acción a favor de la justicia y el compromiso por la construcción del mundo son elementos claramente constitutivos de evangelización. Cáritas apuesta preferentemente por la evangelización a través de lo que hacemos en favor de los más necesitados. Nuestro carácter cristiano es conocido por todo el mundo. No necesitamos descubrir nuestra naturaleza, todos lo saben.

- A usted le tocó lidiar con la crisis. Debieron ser momentos terribles.

- Fue tremendo.

- Cáritas sustituyó a la Administración allá donde esta desapareció y abandonó a los más necesitados.

- Eso es un asunto que aún está por resolver, pues además la Administración se ha encontrado cómoda con esta situación. Cáritas mantiene como postura que colabora en todo lo que puede, pero que no se piense la Administración que va a sustituirla, pues ha de hacer lo que le corresponde, legal, social y políticamente. Una vez, hablando con el responsable de acción social de un Ayuntamiento de la isla, le puse de relieve, le recordé, cuáles eran sus obligaciones. Y esa persona me respondió que si hacían todo lo que le reclamaba, Cáritas no tendría ya nada que hacer. Le dije: cerrar, nuestra vocación es cerrar, no queremos que haya pobres, no tenemos vocación de permanencia. En un Estado capitalista como este, la Administración tiene una responsabilidad social enorme y Cáritas no está dispuesta a que la Administración renuncie a cumplir todos sus deberes. Administra nuestro dinero, que sale de nuestros bolsillos. El mío quiero que vaya a los pobres. Pago impuestos para que, en primer lugar, se atienda a la gente más pobre. Cuando a lo largo de todos estos años diversas instancias de la Administración me han dicho que no tenían dinero, mi respuesta siempre fue la misma: todo es cuestión de prioridades. Si ponéis a los pobres como primera prioridad, lo que tengáis alcanzará para ellos. La gestión de la famosa crisis tuvo mucho de político. Debería haber la suficiente sabiduría en los votantes para saber que si eligen determinadas opciones, el dinero va a atender a los pobres, y que si se vota a otras se diluye.

- Usted a veces parece de Podemos.

- Cáritas nació 60 años antes que Podemos. Estamos muy contentos si Podemos o lo que sea coincide con ciertos postulados de Cáritas. Pero la marca la tenemos nosotros.

- ¿Se va tranquilo?

- Me voy porque no tengo más remedio. Mi dirección de correo electrónico es ´otromundoesposible´. Es un convencimiento evangélico, una utopía. Un cristiano siempre lucha por un mundo diferente. Procuraré estar allí en la brecha, de otra manera, y recordaré con mucho afecto a los que quedan aquí.

- ¿Qué le preocupa de lo que dejará atrás?

- Aquí hay una cuestión muy lacerante, que es el verano, el escándalo del dinero que se tira al mar estúpidamente en esta isla. Clama al cielo. Y que después vengan los ayuntamientos a decir que no tienen fondos, siquiera para atender el comedor social de Cáritas... Hay cientos de millones de euros que se desperdician locamente, estúpidamente en esta isla. Eso habla de una organización de la sociedad absurda.

- ¿A qué se dedicaba antes de venir a Ibiza?

- He estado comprometido en lo social desde siempre, aunque mi trabajo profesional ha sido el de profesor de Derecho. Soy doctor en Derecho Canónico y he trabajado como fiscal en los tribunales de Valencia y de Madrid durante muchos años. En la diócesis he sido juez. Profesionalmente enseñaba Derecho y trabajaba en los tribunales, pero en paralelo siempre he tenido un gran compromiso social. Eso fue por lo que quizás la Conferencia Episcopal me nombró secretario general de la comisión general de Justicia y Paz de España durante ocho años, desde 1996. Es un organismo pontificio que se encarga de la defensa de los derechos humanos y de la lucha por la justicia y por la paz. En 2004 fui elegido vicepresidente (durante un trienio) de Justicia y Paz de Europa.

El párroco a las puertas de su iglesia. Foto: Pau Ferragut

- ¿Cómo llegó a Ibiza?

- Soy dominico, orden en la que entré en el año 73. Había coincidido con el obispo Vicente Juan Segura en Roma, estudiando Derecho Canónico. Él llegó cuando yo estaba terminando. Coincidimos uno o dos años. Tenía conocidos aquí por mi trabajo en Justicia y Paz, pues el obispo Agustín Cortés quiso crear aquí la comisión diocesana de Justicia y Paz, por lo que me llamaron a mí, como secretario general, para que lo organizara. En 2007 dejé la orden de los dominicos y me incardiné como sacerdote de esta diócesis. Tengo que agradecer al obispo que me diera la incardinación.

- Parecen ustedes personas ideológicamente muy opuestas.

- Y sin embargo depositó su confianza en mí y me nombró su delegado episcopal en Cáritas.

- La entidad ha cambiado mucho en las últimas décadas.

- Ha cambiado profundamente. Llevo 27 años vinculado a Cáritas. He sido miembro de su consejo general y he tenido cargos que me han permitido participar en la elaboración del pensamiento de Cáritas. No me atribuyo ningún mérito, pero soy parte del grupo que con el pensamiento y la acción han participado en su evolución. Cáritas era antaño puramente asistencialista. Se pasó a una entidad integradora. Y de esta a otra de promoción, y de esta a la actual, que es de atención pero de defensa de los derechos humanos de las personas. La crisis nos ha hundido más en la imagen asistencialista, al tener que volver a la entrega de alimentos, medicamentos y ropa, cuando era una etapa que tenía superada.

- ¿Fue ese el servicio más solicitado durante su etapa?

- En Ibiza no es ni la comida ni la ropa, sino el asesoramiento laboral. Los pobres quieren trabajar, no quieren vivir poniendo la mano. Justicia y Paz tiene un discurso muy elaborado, muy intelectual. Eso me ha ayudado con Cáritas. Mi llegada a la isla supuso, en cierto modo, la aportación de un horizonte tan amplio como ese a esta realidad, de manera que, hoy, Cáritas diocesana es mediana de tamaño pero muy abierta de horizontes, muy en sintonía con el pensamiento oficial de la entidad. Aquí, hasta la señora de la limpieza ha hecho un curso en El Escorial para atender a personas mayores. Esa mujer está tan involucrada en Cáritas como el director. Eso pasa con todos los técnicos y con todos los voluntarios, aunque los hay muy mayores a los que resulta difícil cambiar su percepción. Afortunadamente, en los últimos años se han agregado muchos jóvenes con otra preparación y aproximación a la realidad diferente. En 10 años hemos hecho lo que hemos podido, pero la línea fue una apertura de horizontes y una profundización en el pensamiento de Cáritas.

- ¿Y cómo se tomó el obispo todos esos pasos que fue tomando?

- Él está muy contento.

- A veces dice usted algunas cosas que no sé si las debe encajar bien Vicente Juan Segura.

- [se ríe a carcajadas] Está muy contento con Cáritas.

- ¿Cómo fue su llegada a Sant Miquel como párroco?

- Siempre estuvo claro que mi dedicación principal en la diócesis sería Cáritas. Pero había que combinarlo con una parroquia. Cuando llegué a la isla comencé a vivir en esta casa parroquial de Sant Miquel. Había sido restaurada en 2004, pero estaba vacía. Era vicario de Vicent Ribas, actual vicario general, que era el párroco. En 2008 pasé a ser el párroco. Mi experiencia vital previa había estado alejada de ese oficio. Nunca lo había sido. Ni lo había tenido como posibilidad. Lo mío era ser profesor y tener otro tipo de responsabilidades profesionales. Viajaba constantemente al extranjero, especialmente a centros donde hay instituciones relacionadas con los derechos humanos, como Estrasburgo, Bruselas, Ginebra... Fui vicepresidente de la Federación Española de Derechos Humanos, y como tal, cada año participaba en las sesiones plenarias del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Las ONG con reconocimiento de Naciones Unidas teníamos derecho a participar en esas sesiones e incluso a tomar la palabra, cosa que hice muchas veces.

- En ejercicio de su cargo, ¿dónde más participó?

- Estuve en Bosnia Herzegovina varias veces, en todos los países europeos y de América Latina. En Cuba estuve varias veces, siempre de manera oficial, invitado por la conferencia episcopal cubana... pero la última vez me apuntaron en una lista negra y ya no me dejan volver.

- ¿Qué hizo?

- Me invitaron oficialmente para dar unos cursillos de catequesis. Pero acordé [con la conferencia episcopal] que daría unos cursillos de derechos humanos...

- Que, claro, el gobierno castrista no sabía que impartiría.

- Al cabo de pocos días de hacer esa tarea, el obispo cubano que me había contratado fue llamado por la responsable de asuntos religiosos de Cuba, que se llamaba Caridad. Estaba histérica, fuera de sí. ´¡Lo voy a echar!´, le amenazó. Se había enterado de lo que hablaba en esas supuestas catequesis. Además, cada vez que iba a Cuba me entrevistaba con algún disidente, como con Oswaldo Payá, al que mataron simulando un accidente de coche. Y eso les sabía muy mal. Por más escondido que lo lleváramos, siempre se enteraban. La última vez, el embajador español me advirtió de que si me veía con un determinado disidente, me expulsarían. La reunión iba a tener lugar en la embajada española. Enfrente del edificio hay un banco donde siempre hay alguien anotando quién entra y quién sale. Dejamos aquella entrevista para el último día, para que en caso de que me echaran del país, al menos ya hubiera cumplido mi programa. La entrevista tuvo lugar dentro de una cámara acorazada, con una puerta que se cerraba como la de un submarino, totalmente acorchada para evitar micrófonos...

- En Colombia también se la jugó.

- Formé parte de un tribunal internacional de opinión que se reunió en Barrancabermeja para juzgar una masacre que hubo un año antes, en la que 27 personas fueron asesinadas por los paramilitares y el Ejército. En Bogotá dimos una rueda de prensa y el ministro del Interior anunció que nos perseguiría porque éramos unos delincuentes. Nos trasladamos a Barrancabermeja, donde había un autobús esperándonos con cuatro tanquetas del Ejército que nos escoltaron hasta un hotel. Acordonaron toda la zona, pero aun así durante tres días recogimos el testimonio de gente cuyos familiares habían sido asesinados. Al final elaboramos un dictamen en el que consideramos culpable al Estado colombiano por acción y omisión y en el que quedaba de relieve la connivencia entre los paramilitares y el Ejército. Eso colmó la paciencia del ministro, que dijo que nos detendría. En Bogotá, el embajador español me advirtió de que la cosa estaba apurada. Un guardia civil que llevaba un pistolón bajo la chaqueta me escoltó en un coche oficial hasta el aeropuerto y no me dejó solo ni un instante, pasó todos los controles conmigo, hasta que me metí dentro del avión.