Las vistas desde el ´Top of the world´, la suite presidencial del Ushuaïa Tower, son magníficas. Desde allí, desde la octava planta, se contempla Dalt Vila al fondo. Y desde esa altura, quienes caminan por las calles adyacentes o toman el sol en la playa parecen hormiguitas insignificantes.

Quien paga 10.000 euros cada noche por dormir en esa habitación de 180 metros cuadrados, que cuenta con dos jacuzzies (uno en la terraza), un set de pinchadiscos, un frigorífico exclusivo de champán Dom Pérignon y en su maxibar hay una botella de vodka Stolichnaya que cuesta 330 euros la unidad, puede permitirse el lujo de mirar a los demás humanos como si fueran simples bichos. Le ayuda que el techo de la habitación (con cama dos por dos metros) esté decorado por pequeñas esculturas de formícidos, pero sobre todo la capacidad de su bolsillo para permitirse cualquier capricho. Aquí el problema no es lo que cuestan las cosas, sino si es posible cumplir cualquier fantasía, por extravagante que sea.

Ayuda a sentirse un escalón por encima del resto de la humanidad el tener un (o varios) concierge, esa especie de asesor del lujo, el que sabe cómo cumplir cualquier deseo, por costoso que sea, el que conoce las teclas que hay que tocar para que una reserva en el Lío no sea misión imposible. «Si no tienes un concierge no eres nadie», zanja Javier Aranda, VIP service manager de Ushuaïa.

Aranda y su equipo hacen las veces de concierges del hotel (sin cobrar por ello, como un servicio más), pero casi siempre contactan con los asesores privados de sus clientes más exclusivos. Porque todo cliente VIP que se precie no solo vuela a Eivissa en avión o helicóptero privado: también viene de la mano de su propio concierge, un oficio en alza. «Todo el mundo lo quiere ser en la isla», cuenta Jordi Palasí, deputy manager de Ushuaïa. A través de ellos reservan jets, yates, mesas en los restaurantes y salas de fiestas más concurridas por los megamillonarios...

Un programa en busca de ricos

Los comunes de los mortales, esas hormiguillas que apenas son manchas desde el ´Top of the world´, podrían ser alguien si se gastaran más de 1.500 euros al día. En el hotel Hard Rock disponen de una aplicación informática que detecta ese dato y a los big spender (gente importante muuuyy gastadora) que se lo pueden permitir, según detalla Manuel Reina, guest service manager del establecimiento, que dirige un equipo de cinco personas para atender a superricos. A veces saben que existen gracias a que sus ordenadores han registrado la adquisición de un reloj Tag Heuer de 4.950 euros en el recibidor de Ushuaïa, porque han pagado a tocateja (11.255 euros) un Seabob FSS (vehículo acuático) de los que exponen en la recepción o porque no han dudado en abonar 460 euros por las chanclas de Bottega Venetta que hay a la entrada de ese alojamiento.

El programa informático les facilita el trabajo de averiguar con quién tratan, pues a veces ignoran que son VIP en potencia. Y no cualquier VIP. Hay clases. En Hard Rock los hay de tres categorías: 1, 2 y 3. Los que reciben los cuidados más exquisitos son los VIP 1, con atención las 24 horas del día: de 9 a 24 horas tienen a alguien a su servicio continuamente; desde esa hora y hasta la mañana siguiente disponen de un teléfono desde el que les pueden hacer una reserva, llamar a un taxi, contratar un helicóptero... La cantante Kylie Minogue entraría en esta categoría, como un presidente de Gobierno extranjero en funciones que en 2015 necesitó un protocolo especial de seguridad en el hotel y «anonimato absoluto».

Los de la categoría 2 son «bastante VIP».

Desayuno pantagruélico en Ushuaïa por 49 euros. Otro más exclusivo sale por 65 euros. Foto: J.M.L.R.

Lo son por su repercusión mediática, no tanto por su fortuna, o bien porque para la propiedad (del hotel) son relevantes. VIP 2 pueden ser desde periodistas a bloggers, influencers o modelos. Los VIP-3 reciben una atención «básica», como flores frescas en su habitación o servicio de transfer en el aeropuerto a bordo de un Jeep Grand Cherokee 4x4, su coche oficial. Las habitaciones de estos últimos no son supervisadas directamente por la gobernanta o los responsables del departamento VIP, como sucede con los que están dos escalones por encima.

Su sistema informático salta si, por ejemplo (y tal como ha sucedido en las últimas semanas), alguien desconocido para el hotel («del que solo han oído hablar en su pueblo») contrata la suite presidencial (7.000 euros la noche) durante varios días y, además, «se está gastando un dineral», según cuenta Reina. «Aunque no esté conceptuado como VIP se le empieza a tratar como tal desde entonces», añade. Por ejemplo, la suite presidencial da derecho a disponer de sendas camas balinesas reservadas todo el día en la piscina y en la playa. Las ocupe o no, siempre están a su disposición. En alguna ocasión han tenido que gestionar la contratación de vigilantes privados que permanecían las 24 horas a las puertas de la habitación y que incluso acompañaban al cliente como guardaespaldas en las discotecas o allá donde fuera.

¿Pero hay tanto rico en el mundo dispuesto a dejarse una fortuna en Ibiza en apenas cinco días, que es la media de la estancia en el Ushuaïa Tower, o de cuatro en el Ushuaïa Club? Parece que sí, son tantos que el departamento VIP de Hard Rock crecerá en 2017: «Con cinco personas no damos abasto», confiesa Reina. Contratarán a otros dos trabajadores y ampliarán la oficina que tienen en la planta baja. Los necesitan: «Detrás de cada VIP detectado hay mucho trabajo de campo previo», indica el guest service manager.

Tanto en ese hotel como en el Ushuaïa quieren que sus clientes preferentes tengan la sensación de que no les dan gato por liebre, de que lo que pagan cuesta ese dinero. Por eso los miman. Así, una vez entran por la puerta saben si son alérgicos a las avellanas, les gustan los bombones (el dueño de una famosa marca de chocolates estuvo hace poco allí) o qué marca de cava o whisky prefiere: «Hacemos que los VIP-1 se sientan especiales desde su llegada». Si saben que van a llegar al hotel al atardecer tras un día en el megayate dando vueltas a s´Espalmador, no llevan el champán a su habitación hasta poco antes de entrar en ella: «Para que no sude». Y si les encantan los mojitos, hasta les mandan al coctelero para que se los haga en su propia estancia, en vivo y en directo.

Vistas desde el ´Top of the world´ de Ushuaïa Tower, ´suite´ presidencial que este verano costaba 10.000 euros cada noche. Foto: J.M.L.R.

A diferencia de hace solo un lustro, quienes atienden a los ricos han perdido el pudor a la hora de hablar de sus caprichos y de sus gastos, quizás porque de eso se trata: de aparentar, de demostrar que les sobra la pasta. Ya que se lo gastan, que se sepa. James Gregersen y José María Llosa, socios de Ouii Villas, acaban de despedir a un grupo de jovenes del Kurdistán iraquí que han contratado una de sus diez lujosas villas por unos 2.000 euros cada jornada durante una semana. Propietarios de una empresa de materias primas con sede en Holanda, se han dejado 9.000 euros en Lío, 6.000 euros en la discoteca Space y otros 5.000 euros en Amnesia. El regreso a su remoto país les costó unos 5.000 euros. Calderilla si te dedicas al crudo. Y eso que Gregersen y Llosa solo trabajan con media y alta categoría, «no con el superlujo», que es otra liga.

Sus clientes quieren «flexibilidad, intimidad y disfrutar de la isla como haría un residente». Es «una actitud a la hora de viajar» en la que la edad no cuenta, pero sí la cuenta corriente, pues no cualquiera se puede permitir contratar una mesa VIP en las discotecas de moda. Ambos ejercen de concierges, pero sin cobrar directamente al cliente. Es la empresa con la que contactan la que les paga una comisión. Y, visto el poderío de su clientes, no les va mal. Uno de los últimos fue un empresario holandés que abonó 14.000 euros por semana en una casa de cinco habitaciones (son seis en la familia) y cuyo asesor privado les envió previamente un listado de peticiones, entre las que se encontraba la contratación de un chef privado cada día solo para que les preparara el desayuno (el coste de la comida, aparte), algo que les costó 250 euros por jornada.

Una semana, 50.000 euros

Pero no fueron sus únicas peticiones: debían reservarles mesa en un restaurante ultracaro de Formentera y contratar un barco con servicio personalizado (capitán y tripulación) que les salió por 2.500 euros cada travesía. Además necesitaban reservas para cenar (unos 700 euros cada noche) y para alternar en los principales beach clubes, así como un coche con cristales negros durante todas sus vacaciones (400 euros diarios). Por la nodriza de los niños pagaron 30 euros la hora y por la limpieza diaria, 70 euros. Total: cerca de los 50.000 euros por semana. Dicen que lo bueno de su negocio es que el dinero que atraen acaba repartido por muchos otros de toda la isla, no solo en uno.

Manuel Reina en la oficina que atiende a los VIP en cuanto llegan al hotel Hard Rock. Foto: J.M.L.R.

Por dinero no será. Entre los clientes de Llosa y Gregersen figuran unos turcochipriotas que además de alquilarles una villa contrataron una suite con set de dj (el pinchadiscos se paga aparte) en Ushuaïa durante una semana: para cenar, descansar y pasar el rato con los niños iban a la casa; si querían marcha, dormían en Ushuaïa. Los dos socios, encantados, pues limitaban los estragos en caso de cogorza salvaje.

«Sobran clientes ricos», aseguran los socios de Ouii Villas, que afirman que todas las viviendas que alquilan cuentan con licencia turística, un requisito sine qua non se niegan a cerrar contratos. Han creado, además, su propio algoritmo para detectar tanto clientes potenciales como qué precios y cuántas villas necesitan anualmente. Utilizan datos del aeropuerto, así como las fechas del comienzo de las vacaciones de cada país (incluyendo las de Corea del Norte: el año pasado alojaron a cuatro herméticas súbditas de Kim Jong-Un): «Nos permite conocer cuál será la demanda y de dónde provendrá. Hay muchos factores», asegura Gregersen. Eso les permite afinar en los precios.

En Ushuaïa también desarrollan un programa informático propio para saber cada detalle de sus clientes, para que no se les escapen los mejores, tanto para tratarlos mejor como para estimular sus gastos. Quieren saber si ya han estado alojados en otros establecimientos similares de la cadena, si repiten, incluso si tienen pareja o la fecha de su cumpleaños: «Ahí está el lujo, en estar superatendido», indica Jordi Palasí. Hace tres años crearon el VIP Service, un departamento dedicado expresamente a ese tipo de clientes: «En cuanto los detectan reciben una atención especial», apunta Palasí. Cuatro personas se dedican a ellos en cuerpo y alma: «Les damos un móvil de contacto que puede usar las 24 horas del día. Le gestionamos de todo, desde reservas a su recogida en el aeropuerto». Al año trabajan para unos 300 clientes de esa categoría. Uno de sus objetivos es fidelizarlos, que vuelvan. Según sus cálculos, «el número de repetidores aumenta cada año en progresión geométrica, incluso durante la misma temporada». El trato especial a veces consiste en gestionarles un pase privado en tiendas como Bottega Venetta (la de las chanclas de 460 euros) o a joyerías, donde eligen la ropa o accesorios que les gusta, que luego les llevan al hotel.

10 habitaciones para el jeque

Entre sus clientes preferentes figura el jeque Abdelaziz, cuyo superyate atraca durante semanas en Ibiza. No solo alquila una planta entera del Ibiza Gran Hotel, sino que además reserva alojamientos en otros cinco estrellas de la isla, incluso una decena de habitaciones en Ushuaïa Tower durante casi tres meses. No le debe salir barato. Una suite como la llamada ´Anything can happend´ (con tele plana LG a la que han acoplado una XBOX 360, jacuzzi, ducha electrónica, kit erótico completo, cama dos por dos metros y oxígeno medicinal para recuperarse con solo dos chutes de una bacanal) puede costar 1.600 euros la noche, mientras por una doble se pagan 800 euros.

Pero el lujo asiático está en la octava planta, en el ´Top of the world´. Hace poco durmió allí durante una semana la hija de un magnate que aparece en los primeros puestos de la lista Forbes. Era un regalo por su 21 cumpleaños. Estuvo acompañada de diez amigas. La factura, descomunal, sobre todo teniendo en cuenta que cada noche en esa suite presidencial costaba 10.000 euros a mediados de agosto, quizás por su ducha con hamman, su vestidor gigantesco, sus dos salones...

Para muchos de sus clientes, el dinero no es el problema. A veces han de ayudarles a contratar un jet para ir y volver a Barcelona o París en el mismo día al módico precio de 3.000 euros por trayecto. Tampoco representa un problema para ellos pagar 300 euros por reservar una cama balinesa en la playa (en las hamacas solo se paga por los servicios prestados), botella de champán incluido, en la que varias personas pueden estar recostadas todo el día: «No les viene de esa cantidad. Pueden acabar pagando 600 o 700 euros. No hay cliente que se quede solo en esos 300 euros», asegura el deputy manager de Ushuaïa.

Tampoco les duele (o eso parece) pagar 49 euros por el pantagruélico desayuno buffet, donde los más hambrientos pueden devorar hasta un chuletón. Quienes diseñaron ese desayunador, que consta de una veintena de puestos, lo hicieron con la idea de que al cliente no le duela haber pagado ese dineral. Así, el despliegue es espectacular: hay ocho tipos distintos de café, frutas exóticas como el tamarindo, un carrito con kebabs, un rincón con cocina italiana, un área ´detox´, un show cocking donde preparan sandwiches o tortillas, zonas de ahumado, de quesos y de embutidos, otra de desayuno típicamente británico, pasteles y panes hechos en sus hornos, alimentos sin gluten, fondue de chocolate, una noria con chucherías, un sector para sushi vegetal y dulce...

Caviar para desayunar

Pero al igual que hay clientes VIP de tres categorías en el vecino Hard Rock, para el desayuno del Ushuaïa también hay clases. La vuelta de tuerca es el desayuno gourmet, que cuesta 16 euros más. Mientras en el buffet atienden a unas 300 personas al día, en el gourmet no sirven a más de una veintena «para que no se colapse». Es el toque exclusivo del hotel. Un violinista y una violoncelista amenizan en directo esa comida, que consta de cuatro «experiencias» gastronómicas, que es como se llama ahora a las distintas variedades: una de ellas consiste en comenzar el día con caviar de beluga, ostras y salmón, tras bañar el gaznate con un vino de jengibre Kyon; otra consiste en jamón ibérico, mortadela de trufas y roast beef, además de las alternativas saludables y orientales, con humus o tabulé. Las ostras son de lo más solicitado. En la piscina que hay al lado, un cocinero las ofrece a mediodía hamaca a hamaca y las abre ante el cliente. Tres jacuzzis transparentes dan a esa piscina. Dicen que suelen estar ocupadas por millonarios rusos y sus acompañantes, a los que les encanta lucirse y mostrar su poderío económico.

Porque se viene a gastar y a que se note. En Ibiza VIP Experience, un negocio que comenzó hace tres años, lo saben: «No damos abasto», cuenta Marcel Hopfer, su encargado. Y eso que los coches que alquilan (tanto para una semana completa como para fardar una sola noche) no son precisamente baratos. El más caro es un Ferrari 599 Fiorano GTB, que cuesta 1.500 euros al día y para el que hay que abonar una fianza de 5.000 euros. Le sigue el Masserati Gran Torino Sport (1.300 euros al día), el Ferrari F360 Spider F1 (con firma de Michael Shumacher y 1.000 euros diarios) y el Lamborghini Gallardo V10 (880 euros). Hace una semana, un cliente de Llosa quería uno de esos Lamborghini para acudir a un beach club de Cala Jondal. Le tuvo que explicar que no era una buena idea, pues por esas carreteras acabaría con los bajos destrozados. El capricho le podría salir muy caro.