Gigliola Barruffetti, de 80 años, y Alfredo Cardona, de 69, bien podrían estar disfrutando de su jubilación como la mayoría de las personas de su edad; sin embargo, trabajan todos los días de la semana como voluntarios en varias asociaciones, especialmente en la Cruz Roja, ayudando a personas mayores y necesitadas.

«Cuando la gente a la que ayudo se entera de que tengo 80 años se sorprende porque gracias a dios estoy bien», cuenta esta italiana emigrada a Sudamérica y afincada en Eivissa desde hace 25 años. Sobre todo porque muchas veces ayuda a personas más jovenes que ella a través del servicio de teleasistencia de esta entidad. Ella se encarga de llamar a personas de avanzada edad que viven solas para asegurarse de que estén bien, labor que describe como «divina», por lo agradecidos y encantadores que son todos los mayores con los que habla.

Ayuda vía telefónica

El voluntariado forma parte de la vida de Gigliola desde que tenía 18 años. Trabajaba en hospitales y ayudaba a personas sin hogar en Argentina, Brasil y Uruguay, países en los que vivió hasta que llegó a la isla con 55 años, cuando enviudó.En la Cruz Roja estuvo diez años atendiendo a personas en sus domicilios, hasta que con 75 años se dio cuenta de que no podía seguir. Muchos vivían en edificios sin ascensor y, como dice ella, «la edad no perdona». Pero en vez de desistir y pensar que era muy mayor para seguir trabajando de voluntaria, se fue a las oficinas de la entidad y siguió ayudando vía telefónica.

Un jubilado muy activo

Igual que Alfredo, que decidió invertir su tiempo en actividades no lucrativas cuando se jubiló de Iberia hace cinco años. Este ibicenco colabora con otras dos asociaciones más aparte de la Cruz Roja, con la que ayuda en varios proyectos casi a jornada completa. «Aquí trabajo hay todo el que quieras», dice entre risas.

Es voluntario de Salvamento Marítimo, ejerce de auxiliar de transporte adaptado a personas con discapacidad, acompaña a mayores a consultas médicas o a realizar gestiones y colabora con teleasistencia domiciliaria. Alfredo se encarga de ir a casa de las personas de avanzada edad cuando necesitan ayuda, una de las labores primordiales del servicio de asistencia a mayores de la Cruz Roja.

A este servicio le debe la vida Gigliola, que afirma que si no hubiera sido por el botón de teleasistencia «habría muerto desangrada». Cuando vivía en el campo, le cayó un bloque de cemento en la cabeza desde la terraza y gracias al botón rojo, la Cruz Roja llegó en 15 minutos para atenderla.

La edad no es un impedimento

Ambos coinciden en que la edad no es un impedimento para seguir activos, y esperan que su historia ayude a personas mayores o jubiladas a sentirse útiles y a hacer algo interesante en la vida. «Muchas veces las personas mayores no se animan porque creen que no les van a coger en ningún sitio con 70 años, y a mí con 80 todavía no me dejan ir», dice la italiana, agradecida de que las asociaciones le permitan participar en proyectos en los que hay ilusión y ganas de cambiar las cosas. « A veces me dicen ´gracias por venir´ y yo les digo ´no, gracias por permitir que venga´», añade.

Alfredo reconoce que otra de las razones por las que quiso colaborar como voluntario fue la necesidad de no perder el ritmo, de no quedarse en casa sin hacer nada, porque puede ser muy peligroso física y mentalmente cuando te haces mayor. «Ahora mismo ya estoy pensado en lo que vamos hacer mañana», confesaba el miércoles por la mañana.

Ejemplo de superación

Estos dos voluntarios son un ejemplo de superación que la Cruz Roja ha premiado: les ha otorgado una distinción por «sus horas de dedicación», como reconocimiento a sus años de servicio a favor de los necesitados. Labor que piensan seguir haciendo «hasta que el cuerpo aguante».