Cada año, en el aeropuerto de Ibiza, se decomisan decenas e incluso centenares de còdols y piedras que los turistas pretenden llevarse de recuerdo con ellos en sus maletas y que son devueltos a su lugar de origen casi inmediatamente y sin papeleo. A fin de cuentas, los responsables de la seguridad de la terminal lo tienen muy fácil, porque el lugar del que proceden muchas de estas piedras limita con su lugar de trabajo. Es la playa de más de tres kilómetros de longitud conocida como es Codolar o es Còdols, en el Parque Natural de ses Salines y que debe su nombre, precisamente, al hecho de estar compuesta, en su totalidad, de estos cantos rodados.

A pesar de sus aguas turquesa, su longitud y la suave pendiente de arena bajo el agua que hace que a 50 metros de la orilla alguien de 1,80 de estatura aún pueda tener pie, su composición de piedras y su cercanía al aeropuerto la convierten en la playa menos saturada de la isla, aunque ello no es óbice para que muchos turistas quieran llevarse sus característicos cantos rodados de recuerdo de sus días en la isla. Cuando los vigilantes las encuentran en las maletas de los viajeros, las decomisan y las devuelven a la playa. Y aunque lo hacen por motivos de seguridad, porque una piedra puede servir como arma, lo cierto es que hay más motivos para impedir que los turistas salgan de la isla cargados con tan baratos souvenirs, ya que su extracción supone un expolio lento y silencioso con el que se alteran los espacios naturales de las islas. Para empezar, el plan rector de uso y gestión del Parque Natural, en el título quinto, sobre conservación de los sistemas naturales y la biodiversidad, prohíbe cualquier aprovechamiento o sustracción de «áridos, sedimentos, marès y piedra viva, con independencia de su volumen y de la finalidad», lo que incluye tanto arena como piedras. Si ello no fuera suficiente, la Ley de Costas también incluye un artículo similar sobre la extracción de áridos y la degradación del litoral, lo que afecta a toda la costa pitiusa.

Los cantos rodados de es Codolar se extienden a lo largo de sus más de tres kilómetros de longitud.

Aunque parezcan artículos de difícil cumplimiento, lo cierto es que este mismo mes un agente de Medio Ambiente ha obligado a un hombre a devolver a la playa un cesto lleno de còdols y hace cuatro años la Guardia Civil aplicó la Ley de Costas, por extracción de áridos y modificar el paisaje, a un improvisado escultor al que sorprendieron en una cala mientras tallaba piedras extraídas de ses Salines.

Los cantos rodados de es Codolar están así legalmente protegidos, porque son algo más que potenciales armas o recuerdos de viaje gratis. Forman parte de un paisaje probablemente formado tras el cuaternario, después de que es Cap des Falcó y el puig des Corb Marí dejaran de ser los islotes que debían ser entonces para quedar unidos por los sedimentos que las corrientes marinas de es Freus dejaron en lo que hoy son las playas de es Codolar, Migjorn (ses Salines), es Cavallet y Platja d'en Bossa. Curiosamente, tres de ellas de arenas blancas y una de cantos rodados.

Atardecer desde es Cap des Falcó.

Al Sur, la extensa playa limita con el impresionante macizo de es Cap des Falcó, la Punta de la Rama y los esculls de Cap des Falcó. En su libro 'Lo que Ibiza me inspiró', Enrique Fajarnés Cardona recuerda un dicho ibicenco poco usado en la actualidad que hace referencia a la antigüedad del cabo, de 136 metros de altura; «ser més vell que es Cap des Falcó», asegura, «es frase común entre nosotros para ponderar la extrema senectud». En la Edad Media, en la cima existía uno de los agres de falcons, donde se criaban ejemplares de estas aves, y hoy es una de las zonas de ses Salines más importantes para los halcones y también para el único ejemplar de águila peixatera (Pandion haliaetus) que aún pesca en los estanques.