A las ocho de la tarde, la carretera de ses Salines queda colapsada -en dirección a Ibiza- por una cola que empieza en Sant Francesc y acaba en Sant Jordi. Es la marabunta que abandona la playa de ses Salines tras una jornada de playa. Sin embargo, a esa misma hora empieza otra aglomeración automovilística cerca de allí: la del camino que va a es Cap des Falcó.

La puesta de sol atrae a varios cientos de personas a este punto del Parque Natural, donde empieza la playa de es Codolar. El restaurante allí existente se convierte en el punto de encuentro de una creciente cantidad de turistas -pero también residentes- que quieren despedirse del astro rey junto al mar, como sucede en cada vez más lugares de la mitad oeste de la isla.

Los problemas consisten en la saturación de coches que se acumulan a ambos lados del estrecho camino de tierra que lleva a las cercanías de es Cap des Falcó. Unos 300 automóviles estaban ayer estacionados allí, justo al lado de poblaciones de aves protegidas, que revoloteaban al paso de esta constante romería de coches y personas.

Sin embargo, los propios turistas se exponen a un evidente peligro de accidente, ya que el primer tramo de este camino, concretamente a la altura del montón de sal, parece estar diseñado para tragarse algún vehículo. Uno de los canales de las salinas es salvado por un estrechísimo puente con una anchura justa para un turismo. La falta de iluminación -normal en un parque natural- hace que ese punto constituya una invitación al desastre para conductores despistados o desconocedores del terreno. Cerca de allí, el camino que atraviesa los estanques es tan estrecho que para pasar dos vehículos al mismo tiempo uno de ellos prácticamente ha de meterse en el agua, como le sucedió ayer a uno, que requirió la presencia de la grúa. Una de sus ruedas se salió del camino, metiéndose en el agua y dejando el coche impedido para salir de allí.

La vigilancia de este aparcamiento masivo es inexistente, ya sea por parte del Ayuntamiento o por la propiedad del establecimiento de la costa, que se limita a ordenar el tráfico justo a la llegada a dicho local, pero no a lo largo del camino.

Además, los asistentes a la puesta de sol no siempre respetan las más elementales normas de civismo, pues algunos testigos aseguran haber visto cómo se lanzaban colillas encendidas de manera despreocupada al bosque que bordea el camino.