Personas que no pueden venir a trabajar a Ibiza porque no encuentran casa o que se ven obligadas a irse y quedarse en el paro teniendo aquí un empleo, pues las han echado del piso donde estaban o han pasado días buscando alojamiento sin encontrar algo digno.

Empresarios que se ven obligados a alojar a trabajadores en sus hogares si quieren contar con ellos. Propietarios que ofrecen colchones en mitad de un pasillo por 600 euros en «pisos patera», donde hay gente que duerme sobre la encimera de la cocina.

Caseros que exigen el dinero en negro, sin contrato y que el inquilino se haga cargo del coste de ‘gestiones’ inexplicables o del impuesto de la vivienda. Gente de aquí, con más de una década viviendo de alquiler a sus espaldas, que de repente se encuentra con que en la isla ya no hay casas para todo el año, sino que se vive de octubre a mayo y luego de junio a septiembre es el momento de hacer un gran negocio. Y ‘ofertas’, por ejemplo en Vila, de 3.000 euros por un ático de dos habitaciones en es Viver; 2.500 por un piso de un dormitorio en Dalt Vila, 3.600 por otro de dos habitaciones en la calle Ramon Muntaner, o una increíble de 35.000 euros por un apartamento de tres habitaciones en ses Figueretes.

Esto es lo que se vive en Ibiza y parece que, pese a las medidas anunciadas, no se revierte. «La situación se ha agravado ante la falta de acción inspectora del Consell», dice el portavoz de la Plataforma de Afectados por los Alquileres, Luis Gonzaga, quien destaca que en su grupo de Facebook se puede ver que «la gente prácticamente no tiene un sitio donde vivir, está en la calle, está pagando barbaridades o está compartiendo piso entre quince». «Todos los pisos prácticamente se enfocan al turista y dejan de dar residencia a gente que viene a trabajar», añade.

Gonzaga critica la «dejadez» de la administración y dice que están «desilusionados», pues aunque ellos se han organizado y están recopilando información -datos de pisos, números de cuenta y demás- y la están pasando al Consell de Ibiza, «ellos no están haciendo nada». «No sabemos si porque son parte implicada, directamente porque no tienen voluntad o porque son incompetentes», señala y puntualiza que quien sí les está prestando ayuda es Hacienda; «les van a meter caña» a los propietarios, señala.

Para Naihara Cardona, abogada que ha trabajado en el arrendamiento de villas de lujo, que ahora está afectada por esta situación y que a través de la plataforma colabora con la Agencia Tributaria, las soluciones para frenar esto son claras: subir impuestos a los pisos vacíos; dar incentivos fiscales a quien alquile todo el año; ofrecer más vivienda social; establecer un impuesto de transmisiones patrimoniales muy elevado si se transmite una vivienda antes de los diez años de haberla comprado; regular alquileres por semanas prohibiéndolo en viviendas plurifamiliares; recuperar la deducción por vivienda habitual y reanudar las deducciones por alquiler, y poner más inspectores de Hacienda y turísticos.

«Yo tengo 5.424 anuncios de apartamentos publicados en sitios de alquiler vacacional. Pensando en que la gente publique en una media de tres portales, son unas 1.600 o 1.700 viviendas. Hay que ir puerta a puerta. Crear un perfil, hacer reservas ficticias, que den números de cuenta, investigarlos, ver los cobros que se hacen en efectivo, si se declara...», propone Cardona, y agrega que para hacer todo esto lo primero es tener interés.

Naihara Cardona: Comparte piso con su bebé y sus abuelos

Si llega a saber la situación que se iba a encontrar a su regreso, Naihara Cardona no habría «soltado» el piso en el que llevaba dos años viviendo. Lo dejó tras nacer su hijo, pues durante su baja maternal decidió marcharse a Alicante, donde vive el padre del niño. «Dejé la casa para no estar pagando mientras no vivía allí y cuando volví en Navidad me encontré con que ya no hay casas, que se ha acabado», afirma.

«Yo soy de aquí, hace once años que me independicé, he vivido de alquiler y siempre he encontrado casa, porque conoces gente y a través del boca a boca, al final siempre sale algo; tardas una semana o un mes, pero encontrabas. Pero ahora no, eso era antes», sostiene esta joven que insiste en que ella es «una persona trabajadora, con formación y un sueldo por encima del que tiene mucha gente» y que, sin embargo, no puede acceder a una vivienda.

Naihara Cardona, en las instalaciones de Diario de Ibiza. Foto: V. Marí

Ahora, ella y su hijo comparten una pequeña habitación en casa de sus abuelos, de la que no puede irse porque la alternativa es quedarse en la calle. «No tenemos un armario para poner nuestras cosas, tengo mi vida metida en cajas, lo que es súper incómodo; esto no son condiciones», apunta.

Naihara asegura que ha buscado una vivienda para todo el año de dos habitaciones, para su hijo y para ella, y sin marcarse un presupuesto -«pago lo que me pidan», dice-, pero no encuentra. «No hay oferta. La gente ha descubierto que por semanas en verano se gana más dinero y se ha acabado la vivienda de todo el año. Pero yo no vivo solo de octubre a mayo. Luego de junio a septiembre, ¿qué hago? ¿voy a un hotel con el niño a cuestas y la bañerita?», relata.

Según esta joven abogada, que ha trabajado en la intermediación de arrendamiento de casas de lujo y conoce de primera mano y desde dentro el sector, no hay ofertas de este tipo y las que hay «son estafas». «Te piden dos meses de fianza sin ver el piso y tú dices: ‘Uf, qué mal huele’», resalta y agrega que ha buscado en distintos canales: este diario, páginas web, redes sociales. «He puesto en mi Facebook que busco casa por si alguien sabe de algo, y no he tenido ni un me gusta ni una respuesta, y tengo más de mil amigos», comenta.

Naihara tiene muy claro el diagnóstico de la situación que padece Ibiza: «El síntoma es la falta de vivienda, pero la enfermedad es la codicia». Y contra eso asegura que va a luchar: «Yo estoy colaborando con la Agencia Tributaria para que se dejen de cobrar casas en negro, para que la gente deje de hacer negocios que no debe y dejen de lucrarse a costa del trabajo de los demás», incide y apostilla que todo ello lo está haciendo «con documentos y conocimiento de causa».

«No voy a trabajar para que los demás vivan a cuerpo de rey. No me da la gana pagar 1.500 euros por dos habitaciones en ses Figueretes. No me he pasado tantas noches en vela estudiando para enriquecer a este tipo de gente, sino para cargármelos a todos», sostiene.

María: 7.400€ de alquiler, ‘gestiones’ y fianza

María es farmacéutica y está en la isla desde finales de febrero. Llegó a ver a unos amigos y como el año anterior había dejado currículos, pasó por una de las farmacias donde había echado y casualmente buscaban a alguien. «Me dijeron si me interesaba, hice unas entrevistas en inglés, me cogieron y empecé en marzo», comenta.

El alojamiento lo encontró rápido, «en una semana o diez días», si bien le costó unas «60 llamadas». Era una habitación en un piso en Santa Gertrudis, en el que vivía la propietaria y otra inquilina, por el que pagaba 300 euros más gastos. «La mujer me transmitió ternura y era un poco un hogar», afirma. Para entrar a vivir, tanto la dueña como María pusieron condiciones: la primera, que no tendría contrato y debería pagarle en efectivo; y ella, que podría estar allí hasta el mes de octubre. Ambas aceptaron.

Sin embargo, la casera rompió su parte del acuerdo y el 3 de mayo, un martes por la noche, anunció a María que antes del sábado debía irse. «Me dijo que había recibido la llamada de un familiar, que tenía una sobrina que había encontrado trabajo en Ibiza y, claro, no la iba a dejar en la calle», cuenta María, que reconoce que se derrumbó un poco. «Me lo decía a mes empezado y en mayo, cuando ella sabe perfectamente la situación que hay», explica la joven farmacéutica.

Anuncios del diario. María encontró habitación por este medio. P.F.

Al día siguiente empezó a buscar casa: contactó con sus amigos, lo dijo a clientes de la farmacia, preguntó en el supermercado donde compraba y en la gasolinera... «Yo sabía que no me iba a quedar en la calle, tengo amigos, pero la vergüenza de tener que preguntar a conocidos y que vean la situación en la que estás...», dice.

Lo que tenía claro María es que no se podía marchar de la isla: «Yo pensaba: ‘No me puedo creer que tenga un trabajo que me llena, en un sitio donde estoy contenta y que no pueda encontrar una casa. Algo tiene que salir», afirma.

En su búsqueda, descubrió «variedad y sorpresas». Por Facebook localizó «un pequeño estudio-caseta en Sant Agustí». «No había precio y escribí; y me encontré con que eran 1.800 euros de alquiler, 1.800 euros de gestiones y 2.800 euros de fianza», cuenta. Preguntó si era una inmobiliaria por lo de las gestiones y contestaron: «No, pero tenemos una serie de gastos de gestiones que el inquilino tiene que cubrir».

Llamó a un anuncio de una habitación doble con cama de matrimonio en Vila por «500 euros por persona». Pero ella iba sola, así que parece que la opción debía ser compartir la cama. «Una cosa de locura», comenta. Encontró otro en que le daban un colchón por 400 euros y le habilitaban un espacio en el salón para colocarlo. «Tenía derecho a usar el baño. Pero me preguntaron si tenía muchas cosas, porque como era en el salón, no tenía armario», relata.

En esta ocasion no sabe cuántas llamadas debió hacer. «Un mes en un camping por 800 euros, habitaciones por 1.000 o 800 euros. Precios abusivos», afirma.

En este diario encontró un anuncio de una habitación en una casa payesa en el campo, en Santa Gertrudis. «Cuando llegué dije: ‘Esto es una casa normal, con gente normal’. El salón a compartir, la cocina a compartir, con un hueco en la nevera, y una habitación para mí», explica. Y aunque el precio era un poco más alto de lo que pagaba antes, María se sintió «súper afortunada» de haberla encontrado, el día antes de verse en la calle. «He tenido mucha suerte», asegura.

Empresario: «Personal cualificado no quiere venir»

«El problema de la vivienda está haciendo que trabajadores técnicos cualificados no puedan venir a la isla», dice un empresario, que prefiere no dar su nombre, que tiene un negocio muy especializado del sector de la construcción y que se ha visto en la tesitura de alojar en su propia casa a dos empleados porque la vivienda de alquiler en la que estaban era de octubre a junio y no encontraban alternativa para los meses de verano.

Este hombre, que tiene a su cargo una plantilla de 25 personas, explica que contrató a estos dos profesionales, llegados de Menorca, en el mes de septiembre y que él mismo se encargó de buscarles un piso. Le costó, pero al final consiguió una vivienda con la condición de que sería solo de octubre a junio. «Les dije que sería hasta junio y que luego ya veríamos qué hacer. En septiembre yo lo veía lejos y pensé: ‘Bueno, seguro que encuentro algo’», explica.

Anuncios encontrados recientemente en diferentes portales de alquiler de viviendas y medios de comunicación. Foto: D.I.

Sin embargo, y pese al margen de tiempo con el que contaban, no hubo suerte. «Mi empresa les avala de cara al casero, yo lo asumo con todas las garantías, pero nada», resalta este hombre, que viendo el panorama habló con su mujer porque no había más opción que meterlos en su propia casa. «Les necesitaba», asegura y agrega que él tiene trabajo «para todo el año».

No fueron, sin embargo, los primeros a los que acogieron, pues durante un tiempo necesitó a un par de trabajadores de Madrid y como no encontraron habitación para alojarlos ya estuvieron en su casa.

Según este empresario, en su hogar llevan bien tener a los trabajadores viviendo con ellos: «A mí me gusta que mis hijos vean que entra y sale gente, no me importa en absoluto. La gente que trabaja conmigo son como una familia». Y por parte de los dos empleados, señala: «No están a disgusto, se ahorran el alquiler, son muy educados y hay un respeto mutuo».

Cuando llegue septiembre acudirán a la misma persona que les había alquilado la vivienda porque tiene varios pisos, si bien este empresario reconoce que de esta manera no es posible «afincar a una familia en la isla». Y es que los dos trabajadores de Menorca, por ejemplo, tienen a sus parejas e hijos allí. «Estaría bien que vinieran a vivir aquí porque hay más trabajo, se cobra más, ¿pero cómo van a hacerlo?», señala.

Además, indica que se plantea habilitar en su casa una zona con literas para traer gente profesional a trabajar con él y alojarla. «A la larga, todo empresario que quiera tener gente muy buena va a tener que hacer eso. Es lo que están haciendo todos los grandes», afirma.

María García: «¿Cómo pago 2.500 euros si ganaré 1.400?»

María García Ojeda, de 31 años y natural de Osuna (Sevilla), llegó a la isla el 3 de junio con dos ofertas de trabajo: una de camarera de piso en un hotel y otra para limpiar villas. «Me podía quedar con cualquiera», relata esta joven andaluza, a quien después de varios años buscando empleo en la isla, donde ya trabajó en 2005 -entonces el hotel la alojaba y le daba la pensión completa-, esta temporada parecían lloverle las ofertas desde que un mes antes empezó a enviar currículos: limpieza de barcos y villas, camarera de piso, ayudante de recepción... «No paraban de llamarme», asegura. Incluso todavía hoy, que está en su casa.

Aunque conocía gente en la isla -su hermana estaba aquí- y le decían que no había alojamiento, estaba decidida a intentarlo. María cogió su coche y 500 euros, y, acompañada de su padre, ya jubilado, se embarcó hacia Ibiza.

En principio querían que empezara a trabajar el día 3, pero María optó por coger uno de margen para buscar piso. «Tenía dos o tres contactos para ver casas», cuenta. El primero estaba en Dalt Vila: «La señora me había dicho que me iba a cobrar unos 740 y cuando lo estoy viendo dice que son 2.500 euros al mes. Yo contesté: ¿Cómo? No puede ser. Si voy a ganar 1.400 euros máximo, ¿cómo pago 2.500?».

María García Ojeda durante los días que pasó en la isla buscando alojamiento. Foto: D.I.

María empezó a indignarse, una sensación que no la ha abandonado. El segundo alojamiento que vio fue «un piso patera», donde le pedían 600 euros por un colchón que podía poner en el pasillo. «Había una persona con el colchón montado en la encimera de la cocina», relata. Por una habitación en Cala Tarida, 540 euros, «pero aparte había que dar fianza y se iba a una burrada, además de que quedaba muy lejos» y lo descartó, afirma.

La mejor opción que localizó fue un adosado en la bahía de Sant Antoni con tres habitaciones por 900 euros. «Pensé que podía hacerme cargo con dos personas más», señala. Pero el casero rechazó esa opción pues el año anterior había alquilado a varias personas y en vez de tener «a tres, tuvo por lo menos a ocho o nueve allí metidas, que le destrozaron el piso». Y ella tenía claro que no quería engañarle.

Llegó a ver también el piso donde se alojaba su hermana, que pagaba 350 euros por una habitación en es Canar «sin luz ni aire», donde al entrar apestaba «a humedad, a cerrado». «El mundo se me cayó encima», asegura.

Mientras buscaba casa, María se alojó en un hostal. Seguía sin ir a firmar el contrato, pues le preocupaba encontrar vivienda. «Si no, no cumpliría el contrato y a los dos o tres días tendría que irme», afirma. En su periplo, vio hasta «una tienda» con los escaparates forrados de papel de embalar y que con pladur habían transformado en un piso que se alquilaba a 1.500 euros.

Si llegó el martes a la isla, el sábado volvía a casa. Aunque recorrió media Ibiza y movilizó «a mucha gente», no hubo forma. Ahora está en Osuna sin trabajo -así lleva años-. Ella sigue indignada y, para colmo, estando ya allí le llega una ‘oferta’ más: «Me llama una tal Nuria, que no sé quién es, ofreciéndome un balcón por 500 euros en Vila. Te imaginas mi contestación».